viernes, 16 de septiembre de 2011

Crónica de un día

En la fría mañana despiertan dos personas en una misma cama, mirandose y observandose, casi como si nunca se hubiesen conocido.

Es la primera vez que duermen en la misma cama y pueden despertar viendose el uno al otro.

Con una tímida sonrisa se dan los buenos días.

Así, con la pasión de los nuevos enamorados, empiezan a acariciarse, disfrutar mutuamente de sus cuerpos, idealizando cada momento. Casi con miedo de que un simple soplido pudiera romper la magia o el cuerpo del otro, casi como si fuera de porcelana.

Parecen ir descubriendo cada nueva parte de sus propios cuerpos y el de su pareja, zonas desconocidas, placeres nuevos... parece como si fuera la primera vez de ambos, en el principio de la mañana.

El día va avanzando y el temor y delicadeza inicial se va cambiando por la pasión de los enamorados, de los jovenes adolescentes o adultos que disfrutan del sexo como si el mañana no existiese.

Caricias y besos son casi inexistentes, el tiempo apremia, el sexo y el acto sexual se lleva a cabo en cada momento, como si el único objetivo de la existencia mutua fuese lograr el cénit, el placer máximo prometido por los dioses, el orgasmo.

Así llega la tarde, sus fuerzas van minvando, el acto deja de tener la importancia primordial, pues en el mediodía ya conocieron los límites físicos de sus propios cuerpos, dejandoles poco o nada por lo que conocer durante el acto y pasar nuevamente a disfrutar de nuevas experiencias preliminares probando juegos, juguetes, posturas...

Se sigue practicando el sexo, pero desde otro nivel más relajado, se prefiere disfrutar de los preliminares y con ello, el acto sexual, a medida que va pasando el tiempo, se acorta.

Llega finalmente la noche, ambos se miran, casi ni se atreven a tocarse, estan cansados, agotados, exhaustos... siguen amandose, pero no les queda más vida que para rememorar los principios del día, momentos en que estaban llenos de energia y vitalidad. Ahora, solo queda una sombra de lo que eran, pero sus sentimientos no han cambiado, siguen deseando acariciarse, amarse mutuamente, revivir los momentos sucedidos durante el día, pero su llama se va apagando y con ello, sus cuerpos se van demacrando...

Primero, se duerme él...

Ella se postra contra su pecho, escuchando los últimos latidos de su corazón, hasta que ella, a su vez se duerme... y con ello, llegó el final de su tiempo... dejando sitio al producto de su amor.

Una nueva vida.

1 comentario:

Wilhemina dijo...

Me has dejado pensativa y acalorada con este relato, Azatoth... :)