miércoles, 27 de junio de 2012

El juego del tren

Todos los días, exceptuando los fines de semana, cogía el tren para ir y volver de su casa al instituto y viceversa. Era un día como otro cualquiera, al regresar de camino a casa, el vagón en el que iba parecía una lata de sardinas. No cabía ni un alfiler. Y todos los días que tomaba el tren de regreso a casa, esperaba verla a ella. Esa chica que iba a en el mismo tren pero distinta parada y de la que se había enamorado.

Aquel día en especial, no muy distinto de los demás, le resultó extraño no verla. No hacía más que buscarla con la mirada entre el montón de gente que iba en ese vagón. ¿Tal vez estaba en otro? ¿O se la tapaba la gente? El tren pegó una frenada casi inesperada y Yamato, quedó chafado contra la pared por un tipo joven y gordito al que no conocía pero que empezaba a odiar porque siempre era lo mismo. Para mejorar la situación, el tipejo se soltó de la barra a la que estaba sujeto y terminó de hacer de Yamato un mosaico en la pared del vagón.
-Cielos, qué resbalón -se rió tontamente el tipo, como intentando disculparse.
Este idiota siempre me aplasta, pensó Yamato, escurriéndose hacia la puerta del vagón para salir de aquella lata de sardinas... Y allí estaba ella, la chica de sus sueños, mirándole entrar. No puede ser, se dijo, sorprendido a más no poder. Casi creía que no la iba a ver aquel día y allí estaba, de brazos cruzados observándole.
Se puso tenso y recto, y tartamudeó un "buenos días" más bien torpe. Estaba atontado y no sabía qué decirle pero sabía que no podía dejar pasar aquella oportunidad para hablar con ella. Notaba que estaba rojo hasta las orejas, azorado como un tomate. El aviso de la llegada a una de las estaciones del trayecto del tren, le serenó un poco pero no lo suficiente como para dejar de sentirse torpe.


El tren se detuvo al llegar a la estación y la gran mayoría de los pasajeros de aquella lata de sardinas se bajaron allí, dejando el vagón con los mismos pasajeros de siempre a partir de aquel trayecto.
-Al fin se despejó un poco -dijo él, por decir algo, cuando el tren hubo reemprendido su marcha.
-Así es.
El muchacho se quedó mirando por la pequeña ventana de la puerta y vio a un tipo más bien delgado, al lado de una mujer joven, vestida con una falda roja, chaqueta crema, camisa debajo con un lazo en el cuello.  Yamato frunció el ceño y dijo:
-Ah, este tipo.
La chica miró hacia donde el joven observaba.
-Siempre se queda junto a una mujer. Tiene aura de pervertido.
La mujer al lado del sospechoso hombre se fue en dirección la puerta y el extraño hombre se deslizó lentamente hacia el trozo de barra donde la mano de la chica había estado sujeta. La chica que a Yamato le gustaba se rió con dulzura. Se ha reído, pensó con una sonrisa el muchacho.
-Eres muy observador, ¿no?
-En realidad no -contestó Yamato tras una pequeña tos de nerviosismo.
-No hablo de eso -repuso la mujer, para luego mirarle a los ojos-. Me refería a mí.
Yamato se quedó sin respiración. ¿Puede que, después de todo, ella supiera que la observaba y que se intentaba subir en el mismo vagón que ella para verla desde la distancia hasta que se bajaba y se reñía por no haber tenido valor para ir a hablar con ella?
-¿Qué personas suben en la siguiente estación? -preguntó la chica, cambiando radicalmente de tema.
Yamato hizo memoria y dijo:
-Uno que parece una patata y otro que es un charlatán.
-¿Quieres adivinar quién subirá primero?
-¿Cómo? -se sorprendió él-. Está bien.
-Yo creo que primero subirá el charlatán.
-Entonces, yo digo que será el de cara de patata -dijo el muchacho mientras el tren se iba parando paulatinamente.
La puerta del vagón quedó ante los dos hombres, listos para subir.
-Aquí vienen -dijo Yamato, nervioso.
La puerta se abre y parece que va a subir primero el charlatán, pero los gritos de unas colegialas porque un tren les levanta la falda mostrando sus coloridas braguitas le distrae, quedando atontado por esa visión unos instantes preciosos en los que el señor de cara de patata cruza primero la linea blanca y entra en el vagón, desinteresado completamente por aquel incidente.
-¡Sí! -exclamó Yamato-. Creo que gané -le dijo a la chica, mirándola con una sonrisa.
Ella se puso frente a él, cortándole la respiración momentáneamente al muchacho. Su mano se fue directamente a la entrepierna del cohibido Yamato, sin creerse lo que estaba pasando.
-¿Q-q-q-q-qué...?
-Es tu recompensa por ganar.
Le bajó la cremallera y continuó sus pervertidas caricias sobre los calzoncillos, notando como poco a poco se le iba poniendo un poco más dura cada vez. Sacándolo de su lugar con habilidad, fue a meterlo en la manga de su chaqueta, con una sonrisa en los labios, sin dejar de acariciar el miembro de un incrédulo Yamato.
-Te gusta el tacto de mi chaqueta, ¿no?
Mientras que con una mano sujetaba su sexo, la otra fuera de la manga acariciaba la punta con la mano, para luego acabar descubriéndola.
-Que carnosa es.
Tras haber estado tonteando un rato con su sexo, empezó a acariciársela con una mano, masturbando a Yamato, que ya solo se dejaba llevar. Empezaba lentamente, luego daba un pequeño acelerón y luego volvía a su ritmo inicial. Pasó de usar una mano a dos, para manejarse mejor y dar más placer al muchacho, que no sabía cuanto tiempo iba a poder aguantar sin correrse. La chica, como presintiendo que se estaba conteniendo, le susurró:
-Tu córrete. No hay problema.
Le lamió la oreja con tanta lascivia que Yamato no aguantó más y el orgasmo que tanto tiempo llevaba aguantando salió al fin, haciendo gemir al muchacho que no pensaba en otra cosa que en lo placentero que era aquello. Su semen blanco y pegajoso fue a parar a la pared de aquel pequeño cuarto. La chica se rió levemente, satisfecha de su trabajo.
-A los de limpieza no les gustará eso -comentó.
Empezó a lamerse los manchados dedos para luego decir:
-Juguemos a otra cosa. Si ganas, podrás usar esto -dijo mientras se subía un tanto la falda marrón que llevaba, mostrando una ropa interior rosa y clara, haciendo referencia a su sexo-. Dejaré que me folles hasta que le corras -esclareció.
Yamato no sabía muy bien como tomarse aquello y no tuvo tiempo de preguntar qué pasaría si perdía.
-Mira -dijo ella.
El muchacho obedeció. Una mujer joven estaba a punto de levantarse para bajarse en la siguiente parada. Frente a ella estaba el hombre charlatán y el tipo con cara de patata.
-¿Quién de esos dos ocupará su lugar cuando se baje? -preguntó la muchacha.
Yamato se quedó pensando unos instantes.
-¿Y bien?
-Q-Quizás el charlatán -tartamudeó él.
No pudo evitar fijarse en la ropa interior que asomaba tímidamente por debajo de la falda de ella. Retiró la mirada con velocidad antes de que se diera cuenta de su acto. El tren empezó a frenar al llegar a la estación. La chica se levantó nada más abrirse la puerta. El hombre con cara de patata se bajó tras ella. El charlatán ocupó el asiento vació con una sonrisa triunfadora. Al fin se sentaba.
-¡Lo conseguí! -dijo Yamato.
La chica se quedó poco más que sorprendida con la suerte del muchacho. Soltó un hondo suspiro y dijo:
-Hoy es tu día, ¿verdad?
El tren volvió a ponerse en marcha. La chica procedió a bajarse con lentitud la ropa interior rosada. Yamato enrojeció aún más si eso era posible. Ella se dio cuenta de ese pequeño detalle y dijo:
-Parece como si nunca hubieras visto a una chica.
-No, yo... -tartamudeó Yamato.
La chica pasó dos dedos por la pared manchada del semen del muchacho, para luego usarlo para lubricar su sexo y facilitar el que él se la follara. Pronto la verga de Yamato se puso nuevamente dura y erecta, excitado como estaba al verla lubricarse casi como si se masturbara.
-Vamos, no perdamos tiempo -le dijo mientras alzaba una pierna, apoyándose contra la pared y con una mano se abría el sexo humedecido.
Yamato le cogió la corva* y procedió a penetrarla con lentitud, no queriendo correr y hacerle daño aun estando lubricada. El muchacho gimió.
-No me he movido pero es que estás muy apretada -masculló.
-Te sentirás aún mejor cuando te muevas -dijo la mujer sin perder la sonrisa.
Yamato logró meterla entera para luego proceder a un lento movimiento, jadeando y disfrutando del momento, pero sin oír gemir a la chica.
-Apenas hace poco has eyaculado pero ya la tienes dura -gimió la muchacha, habiendo incrementado Yamato la velocidad conforme aumentaba su excitación con aquel juego.
-Es porque me gusta, me encanta -jadeó el muchacho.
Para ayudarse a calentarse más de lo que podía, pensó en ella desnuda, con aquellos pechos erectos, una sonrisa en los labios, esperándole a él, con la respiración acelerada y diciendo cosas como "sí, no te detengas. Siempre he querido que me hagas tuya. ¡Por favor, más fuerte, más!", lamiéndose el pecho, provocándole, gimiendo incansablemente.
-Cielos... Voy a... -gimió el muchacho, acelerando aún más, en esa zona en la que estaba a punto de notar el fortísimo orgasmo que venía.
-Sí, córrete donde quieras -le dijo la chica.
Una décima antes de que el orgasmo acabara con él, sacó veloz la verga del sexo empapado y eyaculó fuera, evitando que se quedara embarazada. El semen fue a pasar a la pared opuesta en la que ya había una mancha de la masturbación anterior, siendo aquella vez más abundante. La chica empezó a reír mientras Yamato jadeaba, apoyado su rostro en su hombro, intentando recuperar la respiración. Por algún motivo, aquello le parecía gracioso.
-Eres como un semental -susurró.
El revisor avisó de que estaban llegando a otra estación, en donde Yamato se tenía que bajar, pues esa era su parada, en dirección a casa.
-Oh... Aquí me bajo.
-Ni lo pienses -le detuvo la mujer, sin la ropa interior y mojada en ambos muslos-. Un último juego.
Yamato la miró con atención y esperó.
-Si gritara ahora, ¿de qué vagón vendrían las primeras personas?
El muchacho se quedó boquiabierto y paralizado. ¿Lo decía en serio? La chica gritó con todas sus fuerzas, la gente pronto se alarmó y buscaron el foco del grito. Yamato no podía pensar. ¿De qué vagón? ¡¿De cuál?!
-¿De cuál? -le preguntó ella, como si se estuviera riendo del joven-. ¡Si lo adivinas, haré como si no pasara nada!
-Parece que vino de allí -se oían las voces de los pasajeros.
Yamato se quedó paralizado, no podía pensar. Estaba paralizado del miedo y no podía ni responder. El tren se detuvo nada más llegar a la siguiente estación...



La chica estaba casi sola en el andén, esperando al próximo tren. Dos jóvenes se dirigían a las escaleras, conversando cuando una le dice a la otra:
-¿Te has enterado? Arrestaron a un pervertido en el tren.
-No te creo. ¿En serio?
-Oí que era muy joven.
-¿Segura?
Se alejaron y la chica no pudo oír más de aquella conversación. No dejaba de sonreír, mientras se colocaba un mechón de oscuro cabello tras la oreja. Soy muy observadora, ¿lo sabías?, pensó la muchacha.


viernes, 22 de junio de 2012

Éxtasis

Ya era de noche cuando finalmente me decidía a salir de mi casa para dirigirme a una discoteca.

Después de todo, no deja de ser el lugar perfecto para conocer cualquier desconocida y pasar la noche perfecta y pasar al día siguiente como si nunca os hubierais visto.

Lógicamente me había arreglado para la ocasión. Unos pantalones vaqueros, zapatos, una camisa negra con un botón superior desabrochado y un peinado ligeramente desarreglado e informal.

Me sentía con seguridad, tenía claro lo que quería y lo que debía hacer... Y era tan simple como encontrar la persona indicada, camelarla y finalmente, convencerla de llevarla en un lugar solitario o a su misma casa.

El ambiente de la discoteca RedHell invitaba al desenfreno y a dejarse llevar por la música, una música electrónica que casi era hipnótica para los oídos, marcando un ritmo constante, juntandose con la coreografía de los lasers y las luces que se encendían y apagaban al ritmo de la música.

Sin demasiado interés me acerqué a la barra a pedir un gin tonic.

Me quedé mirando a la gente como bailaba, se metía mano, frotaban sus cuerpos calientes y sudorosos los unos contra los otros. Pero todo eso me aburría, en realidad no dejaba de ser un mero formalismo para llevar a alguien a la cama y disfrutar de una noche de sexo desenfrenada, o no... Todo dependía del alcohol que se llevase en sangre.

Me giré un momento sobre la barra resignado, inclinándome sobre mi vaso, observando como el hielo se fundía lentamente con la bebida. Me mantuve ajeno a todo por unos segundos hasta que una voz femenina me saludó.

Para mis adentros sonreía, pues ya tenía al fin alguien con quien, seguramente, podría pasar la noche y poder disfrutar de la sensación de ser un dios.

Sin girarme le respondí, manteniendo la mirada fija sobre mi vaso, fingiendo cierto desinterés por su presencia.

El efecto fue en cierto modo el esperado, pues la chica se acercó un poco más a mí. A lo que yo le ofrecí asiento mientras alzaba mi mirada y observaba su rostro y cuerpo.

Iba vestida con un vestido de una pieza, brillante-plateado, llevaba medias y unos zapatos a juego del vestido, pero además iba bastante maquillada. Todo sea dicho, algo bastante habitual para estas noches en la que se busca encontrar una pareja con la que aparearse y sucumbir a una noche de pasión o, simplemente, disfrutar de la noche sin pensar en el mañana.

La conversación inició siendo bastante banal, preguntándonos mutuamente si habíamos venido solos, de dónde eramos, qué estudiábamos o trabajábamos...

Tal como ya decía, algo de lo más banal y aburrido, pero no dejaba de ser el protocolo para estos casos.

Seguidamente, me la quedé mirando unos instantes en silencio, le sonreí y me fijé en que tenía unos ojos verdes, lo cual, no pude evitar decirle que me gustaban, mientras aprovechaba para acortar distancias entre ambos cuerpos.

Ella, nerviosa, se rió tímidamente, intentando quitar importancia a lo que le había dicho, pero aún así, me permití el lujo de seguir adulandola y usando mi zalamería. Lo suficiente como para poder ganar el terreno suficiente y poder besarla y poco a poco posar mi mano sobre su cintura y la otra sobre su mejilla.

Tras eso, nos quedamos mirando unos instantes y le propuse de irnos a otro lugar más tranquilo donde seguir la velada.

Algo que tampoco me fue muy difícil, puesto que sus amigos se habían largado hacía un rato y los míos... en fin, los míos nunca llegaron a estar ahí.

Así pues, ofreciéndole mi coche la lleve hasta su casa, dejándola frente al portal de su casa. Momento en que me propuso de acompañarla a tomar una copa como agradecimiento.

No pude negarme ante tal invitación de cortesía.

Su casa era un lugar humilde, aparentemente, vivía sola... Aunque me reconoció que compartía piso con dos compañeras de universidad, pero que se pasarían el finde fuera, por lo que nadie nos molestaría.

Mirando con más atención, se veía claramente el toque femenino y a la vez rebelde que destaca a los universitarios. Tampoco era algo que me importase mucho, pues que tras esa noche, dudaba mucho volver a pisar ese lugar.

Me senté en el sofá mientras esperaba que volviese con un par de copas de bourbon.

La noche prometía.

A penas se sentó, le dí un primer trago a la copa y empecé a besarla, mientras con una mano volvía a acariciar su mejilla y con la otra le agarraba de la cintura mientras subía por la espalda buscando la cremallera del vestido.

De mientras, ella me iba desabrochando la camisa y metía su mano dentro de esta para acariciar mi pecho y remover con sus dedos los pelos que sobresalían de mi pecho.

Cuando finalmente encontré la cremallera, se la bajé, dejando que el vestido cayese a mitad por su propio peso, al tiempo que ella terminaba de quitarme la camisa y, acariciando mi pecho, bajaba en busca del botón de mi pantalón.

Mis manos se posaron sobre sus pechos, buscando la parte inferior del sujetador y poder introducirlas para poder agarrarlos y apretar sus pezones, dejando que lanzase un ligero quejido de dolor y placer a la vez.

Una vez pudo desabrochar mi pantalón, metió mano en mi miembro, que empezaba a sentirse excitado por al situación, masajeándolo lentamente y sacándolo de su guarida dejándolo al descubierto.

A su vez, yo le desabroché el sujetador hábilmente con ambas manos, dejando a la vista sus firmes pechos.

Tras eso, ella se levantó y terminó de caer su vestido, quedándose solo con las bragas y las medias.

Me agarró de la mano derecha estirándome, invitándome a que la siguiera hasta su habitación.

Tumbándonos allí, terminamos de desnudarnos.

Seguíamos besándonos, acariciándonos y masturbándonos mutuamente mientras la excitación de ambos aumentaba.

A este punto, quise proponerle un juego muy simple, ella solo tenía que taparse la vista mientras yo la ataba en la cama.

La idea parecía excitarle aún más, pues accedió sin ningún problema.

Fui moviéndome libremente por la casa mientras buscaba todo lo necesario para poder llevar a cabo lo que necesitaba.

La dejé ciega e inmovilizada en la cama, abierta de piernas y plenamente a mi merced.

Empecé a acariciarla con suavidad, viendo como su piel se ponía de gallina ante el delicado paso de mi juguete. Pasando lentamente por la mejilla, el cuello, el pecho y, finalmente, el estomago, llegando a la zona púbica.

En aquel instante, dejé un momento mi juguete en un lado de la cama para lamerle el cuello salvajemente y descender, en esta ocasión, centrándome en sus pezones. Jugueteando con la lengua y mordisqueándolos a la vez, sin llegar a utilizar las manos en ningún momento.

Seguí descendiendo dejando que notase mi aliento sobre su cuerpo, sintiendo como me acercaba lenta pero peligrosamente a su monte venus.

En aquel momento, volví a tomar con la mano mi juguete temporal y mientras veía como su cuerpo temblaba de excitación en espera de que mi boca empezase a comerle el coño, la penetré salvajemente, dejando que de su boca saliese un quejido de dolor. Repitiendo la operación una y otra vez, mientras mi excitación aumentaba, sus fluidos me salpicaban mientras yo gritaba de placer y sentía su calor en mi cuerpo, tenía el poder de hacer lo que quisiera con ella.

Y así actué.

La penetré una y otra vez hasta que me cansé y dejé de lado mi juguete, para seguidamente seguir con las manos e introducirlas, pudiendo sentir sus entrañas, el calor todavía latente de su cuerpo.

Podía sentir como su cuerpo se estremecía entre mis manos, ante tal sensación, seguía notando el éxtasis del poder. La excitación en aquellos momentos ya iba disminuyendo, pero por fin había vuelto a sentirlo.

Sentir el éxtasis y la excitación.

Sentir el poder de un dios.

El poder de la vida y la muerte.


jueves, 14 de junio de 2012

Lily y el vampiro (Primera Parte)

I


Falta una hora para la salida del sol. Lo sé sin tener que leerlo en ningún sitio. Es puro instinto de supervivencia. Si no lo supiera habría muerto hace mucho tiempo.

Aquí, en una rama de árbol, espero la llegada de mi última víctima. De esta noche, claro. Sé que llegará, cada madrugada hace el mismo recorrido. Pero hoy tardará más en llegar a su destino. Eso si llega.

Ya la veo. Camina lentamente, está cansada y tiene sueño. Salto de mi elevado escondite y caigo dulcemente delante de ella. Se asusta. No esperaba una visita. Mi rostro blanquecino y mis afilados colmillos le hacen gritar desesperadamente. La abrazo y acerco mi boca a su cuello. Clavo los colmillos. La carne se abre lentamente y alcanzo su vena. Sorbo lentamente y su dulce sangre invade mi boca, mi lengua, mi garganta. Mi cuerpo entero. Y con ella miles de sensaciones. Se llama Lily. Tiene miedo. No entiende lo que ocurre. No siente dolor, más bien es una sensación levemente placentera. Sigo bebiendo, todavía tiene mucha sangre para darme. Lo estoy haciendo muy lento. Disfruto bebiendo sangre cargada de sensaciones y sentimientos.

Me llega más información. Es una chica muy caliente. Arde con el sexo. Es lo que más le gusta en esta vida. Tiene novio y le quiere. Pero necesita sexo a todas horas. No le importaría hacérmelo. Su calentura llega a mis venas y me arde el cuerpo. Dejo de beber y la separo de mí. Está muy débil, pero todavía se sostiene en pie. Y me mira fijamente a los ojos. Ya no tiene miedo. Me quiere a mí.

La cojo por la cintura y nos elevamos. Vuelo rápido, no tengo mucho tiempo. Ella, aturdida, se aferra a mi. Me besa en el cuello. Yo me estremezco al sentir el contacto y al oler el fresco aroma de su sangre.

Llegamos a nuestro destino. Se podría decir que es mi casa. Una cripta. La deposito en el césped verde oscuro de la entrada. Me quedo de pie y la miro. Sus castaños ojos también lo hacen. Es hermosa. Su pelo ondulado está esparcido por el suelo. Me agacho e hinco mis rodillas en el suelo, situándome a horcajadas encima de ella. La beso en los labios y en la barbilla. Bajo mi cara hasta su cuello y vuelvo a clavar mis afilados colmillos en las heridas de su cuello. Su sangre vuelve a llenar mis venas. Siento su calor muy dentro de mí y comienzo a sentir algo que hacía tiempo que no sentía. Noté que la verga se me había endurecido en pocos segundos, excitado y ardiente.

Ella también me mira. Su mirada es de conocimiento. Sabe lo que me pasa. Ha sentido mi verga enhiesta cuando estaba encima de ella y ahora puede ver mi erección haciéndose notar en mis ajustados vaqueros. Sus labios esbozan una ligera sonrisa y sus ojos miran mi entrepierna. Se muerde de forma lasciva el labio inferior. Anhela lo que yo tengo entre las piernas.

Se levanta y se pone frente a mí. Me besa y con su mano palpa mi entrepierna. Desabrocha los botones de la bragueta y mete su mano. Me la saca y me la aprieta. Me la observa con detenimiento. Es muy blanca en todo su tronco, En cambio la punta es de color púrpura. Se agacha y me la besa. Siente que ha perdido un poco de consistencia. Se levanta y me coge la mano y la lleva a su espalda. Bajo su cremallera y su vestido cae al suelo.

Es hermosa. Tiene los pechos pequeños y los pezones erectos. Son muy bellos. Alargo mi mano y se los acaricio. Su imagen me excita, pero mi verga no vuelve a recuperar su anterior firmeza. Miro su cuello. Ella parece comprender. Inclina su cabeza y pega sus pechos a mi cuerpo. Yo vuelvo a beber.

Mi verga vuelve a estar firme. Ella está muy débil pero puedo apreciar su ansiedad por tenerla dentro. Pero presiento algo que va a impedir nuestra unión. El sol, mi peor enemigo, no tardará en aparecer en escena. Tan rápido como puedo la rodeo con mis brazos y la llevo volando a donde la encontré hace apenas tres cuartos de hora. Vuelvo a mi cripta y me escondo de los rayos del sol. Falta un minuto para que amanezca.

Mañana volveré a verla.

II


Despierto en mi ataúd. Ya no hace falta dormir más, pero todavía es pronto para salir a beber sangre. Aún es de día. Recuerdo la noche anterior, esa belleza llamada Lily que, por el exceso de sexo que nadaba en su sangre, me dio el calor suficiente para que volviera a sentirme mortal. Falta poco para volver a verla pero, ¿qué debe estar haciendo ahora?

Pienso en ella con todas mis fuerzas. Mi mente sale del cuerpo y vuela al encuentro de Lily. Es sencillo. Cuando bebo sangre de una persona, quedo unida a ella para siempre. No hay lugar que pueda esconderla de mí. Puedo verla esté donde esté. Puedo oír lo que dice, ver lo que hace y, si he bebido mucha sangre suya, sentir lo que siente. Pero pocas personas tienen el privilegio de seguir viviendo después de recibir mi mortal mordedura. Lily ha sido una de ellas. Y probablemente será algo más.

Recorro mentalmente la ciudad en su búsqueda. El sol no destruye mi mente y, por tanto, no me mata. Me gusta mirarlo fijamente, en tono desafiante. Sé que no me puede hacer nada. La oscuridad de mi cripta protege mi inflamable cuerpo. Por fin siento su calor. Huelo su sangre. Está cerca de aquí. Ya la tengo. Apenas han transcurrido unos minutos y ya puedo verla.

Está en una oficina, trabajando. Veo ordenadores y varias personas en la misma habitación. Ella está hermosa. Su piel todavía es más bella a la luz del sol y su pelo brilla con los rayos del sol que entran por la ventana. Lleva un pañuelo de seda anudado al cuello. No quiere que nadie vea las marcas que dejaron mis colmillos en su delicado cuello.

Está leyendo algo del ordenador. Advierto que su temperatura se ha elevado desde que entré. Quizá pueda notar que estoy aquí. Intento leer su mente, pero solo consigo pensamientos sueltos: 'relato', 'me metí su polla en la boca', 'se corrió en mi cara', 'me la metió hasta el fondo', 'miles de orgasmos consecutivos'... Lo que ha estado leyendo le ha excitado muchísimo; de ahí el aumento de temperatura.

Cierra la puerta del baño y se baja la falda. Se sienta en la taza. Apoya su espalda en la pared y abre las piernas. Mete su mano en el atrevido escote que tiene su camiseta y se pellizca el pezón derecho. Éste adquiere firmeza muy rápidamente. Mientras tanto, la otra mano ya ha empezado a acariciarse el sexo. Lo tiene muy húmedo y se mete un poco el dedo. Después, empieza a frotarse el clítoris con un dedo. Se estremece y se pone más caliente. Sigue con dos dedos. Y con tres. Ya lo hace de forma salvaje. Suelta toda su calentura y se corre tres y cuatro veces seguidas.

Al terminar piensa en mí, en lo que le hice ayer. En lo que puede que hagamos hoy si voy a por ella...

Iré a por ti, princesa mía. Tenlo por seguro. Y no será sólo una noche. Será toda la eternidad. Hoy me meteré dentro de ti y luego beberás mi sangre. Seremos los dos inmortales.

De repente mi cuerpo reclama la presencia de la mente y ésta vuelve rápidamente a él. La razón: mi verga vuelve a estar firme. La miro y la sujeto con mi mano derecha. La imagen de Lily masturbándose en el baño está muy fresca en mi mente. Recuerdo mis masturbaciones mortales y vuelvo a rememorarlas, tres años después. Mi mano derecha cubre y descubre el glande purpúreo, y siento muy intensamente cada uno de los movimientos. Acelero el ritmo y llega el momento del orgasmo, al unísono con una larga y potente expulsión de semen.

Lily, quedan pocas horas para que nos veamos. Tú, lo intuyes y lo deseas, pero todavía no lo sabes. Voy a ir a por ti después de alimentarme y te voy a hacer mía esta misma noche. Después, te daré mi bien más preciado, la sangre, y serás como yo. Estaremos juntos toda la eternidad.



domingo, 10 de junio de 2012

Aventuras en el Espacio - Taras Bulba - La princesa Rida

Taras Bulba era una libertina y lo tenía más que asumido. Quien parecía no tenerlo tan asumido eran los demás. Era una viajera del tiempo y le gustaban los mundos paralelos. Sabía arreglar cualquier trasto y el Imperio de un sistema solar la estaba buscando. Y a ella le daba igual.
Iba detrás de una princesa de un reino cuyo nombre nunca se acordaba, aquella muchachita se llamaba Rida. Tenía un cabello rojo como los amaneceres, los ojos verdes como la yerba de los alrededores, un buen corazón y una inocencia muy tentadora. Por el motivo de que a Taras le parecía lo bastante sexy como para pervertirla, estaba a oscuras, bajo la cama de la princesa. Llevaba toda la tarde esperando a que ella regresara de no sabía que fiesta y la había visto desnudarse y sus ganas de sentir su cuerpo habían aumentado escandalosamente.

En aquellos momentos, estaba esperando a que el guardia que había detrás de la puerta se fuera de una vez, para seguir así con su aburrida ronda. Cuando esto pasó, Taras salió de debajo de la cama más sigilosa que una serpiente. A la luz de la luna que se colaba por la ventana, parecía una de esas princesas de cuentos.


Taras de acarició la mejilla, se arrodilló y le susurró al oído de la princesa que no se asustara.
-¿Quién eres? -susurró Rida.
-Soy la hermana perdida de Rax'tra -dijo Taras, haciendo alusión a la diosa del amor.
-¿La gran Diosa tiene una hermana?
-Sí, pero -se adelantó Taras, en susurros-, nunca te han hablado de mí porque soy algo así como la hermana mala. No te haré daño, solo te descubriré placeres que tus sacerdotisas considerarían altamente prohibidos.
-¿Como... como qué?
Taras sonrió y le subió el camisón hasta el pecho. Se inclinó sobre ella y le lamió el seno derecho, mordiendo con suavidad, disfrutando del tacto aterciopelado, poniéndose cada vez un poquito más duro hasta quedar como un pico de una lejana montaña.
-Como esto -le dijo Taras, respondiendo a su pregunta.
Las mejillas de la princesa se habían teñido de rojo a una velocidad sorprendente. Taras no se detuvo ahí. Le besó en el cuello, su lengua salió de la oscura cueva y bajó por la clavícula, el pecho, el ombligo hasta llegar a un ritmo torturadoramente lento a aquel sexo parcialmente humedecido.

Pegó un lametazo a aquel conejito mojado, sabiéndole el líquido robado a algo tan dulce como lo era el corazón de la princesa, que estaba intentando poner a punto de caramelo. Dulce, acaramelado, azucarado... Aquel conejito era, hasta el momento, el mejor de todas las princesas a las que había tenido ocasión de follar.

Sabiendo que era virgen, tuvo especial cuidado a la hora de colar sus dedos en aquella humedad palpitante. Un dulce gemido nació de los labios de Rida. Taras acarició la zona interna con suavidad mientras el pulgar tonteaba con su monte de Venus y sus dientes jugaban con su oreja. Poco a poco, fue metiendo unos pocos centímetros a cada vez sus inquietos dedos, tocando el punto favorito de Taras casi logrando que la inocente princesita llegara al orgasmo. Pero la viajera no la dejó y sacó con velocidad sus dedos de aquel lugar tan pernicioso. Fueron a parar a su boca, saboreando una vez más el fruto de aquella dulzura.

La tenía como a Taras le gustaba: a punto de caramelo. La besó en la mejilla y se ensañó con el cuello; buscaba desesperarla y que se liberara un poco de aquel libertinaje dormido que tendría en algún lugar. Se quitó el chaleco, la camisa y se desprendió del sujetador. Empezaba el fuego de verdad. Lo de antes tan solo había sido el calentamiento; ahora venía el plato fuerte. Atacó sus senos con la ferocidad de un lobo hambriento. Le arrancó más de un gemido a la princesa y acarició la oquedad tan mojada que le perdía. Le mordió el pecho, se lo lamió, lo acarició y pellizcó. Se lo retorció y los mantuvo siempre duros y erectos, como, desde el punto de vista de Taras, era como tenían que estar. Su lengua volvió a descender a un ritmo desesperadamente lento por su vientre, trazando círculos pecaminosos en torno a su ombligo. La princesita dulce y de caramelo, de piel aterciopelada, voz dulce y corazón de niña, alzó la cintura, como suplicando que bajara de una vez y le diera ese nuevo y extraño placer.
-¿Cómo te han enseñado a pedir las cosas, Rida? -le susurró Taras al oído, en un tono aterciopelado y tentador.
-Por favor...
Una sonrisa asomó a los pervertidos labios de Taras, quien bajó al mismo ritmo lento y desesperante de antes. Adoraba ver como Rida, la noble princesita, se retorcía de placer bajo su lengua. Le concedió -y se otorgó- el enorme placer de lamerle el conejito, superficialmente y casi haciéndole cosquillas. Fue presionando de cuando en cuando para luego volverse una constante.
Aquella inquieta lengua que se coló con lentitud en el húmedo sexo de la princesita adorable, que, para gozo y disfrute de Taras, gimió cuando empezó a ser follada por aquel músculo inquieto. La viajera le sujetó la cintura para luego clavarle las uñas, dejando tras de sí el camino de la piel ligeramente enrojecida. Era inevitable no sentir cómo Rida hacía todo lo posible y lo imposible por no correrse, como si pensase que estaba mal. Aquello no lo descartaba Taras, en un mundo donde el placer era mal visto.

Intensificó los movimientos de su lengua, haciéndolos más específicos y violentos, jugueteando con su montecito de Venus, mordiéndose la princesita el labio, corriéndose al fin, casi gritando de placer, recogiendo Taras el delicioso fruto de sus furtivas acciones.

Rida no se había librado, por supuesto, de la tarea de recompensar a Taras, quien se conformaba con unos ágiles movimientos en su oquedad húmeda cual cueva marina. Tenía los dedos algo torpes y nerviosos pero con ayuda de la viajera, corrigiéndola y tentándola con sus infinitas caricias, provocándola con ligeras palabras, llegó a ese punto donde tu cuerpo se convulsiona de placer, donde solo tienes en mente que deseas más hasta morir.

Llamaron a la puerta. Taras saltó de la cama y se vistió todo lo veloz que sus años de asaltar a oscuras y en la clandestinidad le habían otorgado. Se despidió de la princesa Rida con un fogoso beso carente de amor y susurrándole con un tono lascivo:
-Un placer conocerte y saborearte, princesa Rida.
Tras eso, saltó por la ventana. Rida brincó de la cama asustada y se asomó... no vio nada. No un cuerpo estrellado, ni un cuerpo cayendo; y aun después de las numerosas búsquedas no encontraron nada. Rida, tras aquello, creyó más que nunca que era la hermana no mencionada y olvidada de Rax'tra.
Lo que en verdad había sucedido era Taras se había "movido" a su nave, sin sufrir daños, usando su transportador que llevaba en el brazo. Había sido un regalo de un viejo amigo, aficionado a los viajes en el tiempo.

Taras suspiró, dejándose caer en la cama, recordando el dulzón sabor de la piel de la princesa Rida. Había sido, desde luego, un pequeño polvo... no era comparable con Bàthory pero era dulce, como el postre. Taras sonrió. Años más tarde a Rida se la conocía por sus amplios conocimientos en el placer, cambiando radicalmente el pensamiento y reglas de su mundo.
-Sin duda, una gran princesa -se dijo Taras, rememorando el caliente recuerdo que le había quedado de aquella inocente princesa.