viernes, 28 de octubre de 2011

¡Doctor!

Viajar con él por el tiempo y el espacio es lo que más me gusta. Sobre todo cuando viajas con el Doctor. Sólo el Doctor. Puedes ver estrellas preciosas, conocer a Churchill o ver el futuro de la Tierra. Pero lo que más me gusta de él son sus hermosos ojos verdes, dos estrellas preciosas, su sonrisa tan encantadora y su pajarita.

No sé que me pasó aquel día, pero fue un día que no olvidaré jamás. Habíamos conseguido salir vivos de lo que iba a ser un viaje a un planeta, donde unos alienígenas llamados Ángeles Llorosos estaban alimentándose de una nave estrellada. El inteligente y sexy del Doctor logró salvarnos de nuevo y fuimos, a petición mía, a mi casa. La Tardis se posó -es una cabina telefónica de policía azul por fuera, pero por dentro es bastante grande. Fascinante, ¿verdad?- en el interior de mi cuarto. Salí con un suspiro y él detrás de mí.
-Ha faltado poco, ¿eh, Amy? -comentó viendo que estaba un poco afectada. Cierto, había faltado poco para que no lo pudiera contar.
Apoyó la espalda en la puerta de la cabina y metió las manos en los bolsillos.
-Sí, muy poco. Pero hemos salido vivos... ¡estamos vivos!
No sé por qué lo hice pero si volviera al pasado lo repetiría. Le besé y él se separó de mí.
-¡Amy!¡Qué mañana te casas!
-Sí, qué mas da.
Volví a intentar besarle mientras bajaba los tirantes que usa para sujetar el pantalón. Él no sabía que hacer, si pararme o continuar. Optó por lo primero.
-¡Amy!
-Calla -le susurré volviendo a besarle.
Ya no quiso resistirse más y por fin me respondió al beso tomandome en sus brazos.


Dulces y sabrosos labios del Doctor. Siempre tan cercano y al mismo tiempo lejano. Solté los tirantes y empecé a desabrocharle la camiseta. Malditos botones.
-Espera, espera -dijo él con un jadeo quitándose la camisa sin desabrocharla y dejándola caer al suelo. Volví a besarle en busca de más meintras se quitaba los zapatos y comenzaba a caminar hacia la cama.

Tenía una piel muy suave y blanquecina. Un pecho ideal y unos ojos preciosos. Me dejé caer boca arriba en la cama mientras me quitaba las botas y se acomodaba entre mis piernas para seguir con sus perfectos y deseados besos. Estaba ardiendo, derritiéndome por dentro mientras su lengua se adentraba en mi boca en busca de la mía. Le acaricié el pelo tan suave y castaño oscuro mientras me afanaba en desabrocharle el pantalón. Me quitó la camiseta, los pantalones cortos y los calcetines.

En ropa interior bajo su escritadora mirada para volver a sus besos, en los labios, en el cuello, en la oreja. No quería que acabara nunca. Arqueé la espalda cuando sus manos se deslizaron por mi piel para después desabrochar el sujetador y arrojarlo a un lado como la prenda molesta que era.

Conseguí desabrochar esos molestos pantalones para después él quitárselos hábilmente. Volvió de nuevo a la postura inicial, notando yo aquel bulto que me iba calentando aún más. Solo una prenda de por medio, una prensa molesta y absurda que no debería estar ahi.

Sus suaves manos me acariciaron el pecho y sus dientes se hundían en mi cuello cual vampiro deseoso de sangre de su vampiresa. Con los pies le bajé los boxers al tiempo que él me quitaba la ropa interior restante. ¡Por fin!

Consiguió penetrarme a la primera a pesar del nerviosismo y gemí al recibirlo. Estar en sus brazos era lo mejor de todo. Sus besos eran deliciosos, perfectos, armoniosos. Me deleitaba al oírlo gemir, besarle en aquellas orejas tan sexys que tiene. Esa nariz respingona tan mona... Sus labios volvieron a buscar los míos. Cuantas veces no había pensado en esto...

Él comenzó a jadear y a mí me daba aquel cosquilleo de un orgasmo que se acercaba.
-Amy... Oh, Amy -susurró mientras iba un poco más acelerado que antes.
-Mmm... Vamos, Doctor... -gemí, intentando aguantar para esperarle.
En vano lo intenté pues estaba tan caliente que me corrí antes que él, quien se abrazó a mí mientras jadeaba al correrse él también, haciéndome sentir la persona más feliz de aquella habitación.

Apoyó la cabeza en mi hombro mientras jadeaba.
-Oh, Amy...
Le besé en la oreja mientras le acariciaba el pelo y restablecía el aliento. Le besé en los labios tan suaves y sexys que tiene, pensando en un segundo polvo. Pero él se quitó de encima mía dejándose caer al lado con un hondo suspiro. Aun jadeaba. Le besé en el cuello mientras le pasaba la mano por el pecho humedecido.
-Oh, Amy...


sábado, 22 de octubre de 2011

Perfección

Allain sencillamente la seleccionó a ella por ser perfecta. Su estructura molecular así lo decía. Por eso fue traída por los Guardianes, seres distintos a la raza de Allain; eran solo la fuerza bruta que protegía el complejo de Sha'ga. La raza de Allain se caracterizaba por ser altos -el más bajito de su especie media 1.80 metros-, de piel blanca, azul o una mezcla de ambas, grandes ojos, dos líneas cerca de los labios que representaba el sistema de respiración y unos labios finos, delicados y suaves. Sus manos eran alargadas, blanquecinas por lo general.

La chica que había seleccionado Allain iba a ser observada por éste. Ella era alta, de pelo pelirrojo, ojos azules, piel sonrosada. La trajeron en una camilla y la llevaron a la sala de observaciones. Allain la miró ladeando la cabeza mientras se quitaba la bata roja que representaba su rango en las instalaciones; era médico. Se acercó a una tablilla de fino cristal en la que danzaban los datos de su “paciente”.
-Muy bien... -leyó su nombre y se giró para mirarla. Los Guardianes la habían sentado en una sencilla cama. Vestía un camisón azul y sus pies no tocaban el suelo-... ahm... Lyriana
-Lyruna -le corrigió la chica.
-Perdona -Allain carraspeó-. Los sujetos no deben hablar; por favor, guarda silencio.
Lyruna asintió lentamente mientras sometía a un escáner visual a Allain. Éste se sintió observado pero la ignoró. Le tomó una pierna y empezó a acariciarla para ver el pH de la piel, su sensibilidad, etc.

Lyruna se rio por lo bajo por las cosquillas; Allain la miró. Los ojos de ella, azules como el cielo, se clavaron en los de él, grisáceos. Allain tragó saliva y le soltó la pierna con delicadeza. Le empujó los hombros y la tumbó. Le echó un vistazo a la tablilla. Le subió el camisón a Lyruna, cuyas mejillas se sonrojaron. Allain acabó quitándoselo.
-Veamos... -murmuró.
Sus dedos recorrieron el cuello de la chica, despacio y con suavidad; se detuvieron en el pecho derecho, tocándolo y viendo la reacción de Lyruna, quien hacía lo posible por mantener las piernas fuertemente unidas y la respiración tranquila. Allain probó con el otro pecho, viendo la misma reacción.

Su mano bajo por el vientre y se detuvo en la pierna izquierda. Trató de separarle las piernas pero la chica no quería. Allain carraspeó.
-Abre las piernas, Lyruna.
-No...
-Haz lo que te digo.
Ella acabó cediendo y las abrió con lentitud. Allain comprendió porque la chica no quería separarlas, ya que estaba bastante húmeda. Allain se giro para asegurarse de la puerta estuviera cerrada. Sabía, por sus compañeros, que aquella chica estaba excitada. Había notado que su corazón latía acelerado. El suyo propio también empezó a acelerarse.

Tentado por la curiosidad, puso una mano sobre la pierna izquierda de ella y la otra le rozó con los dedos la entrada de su sexo. Lyruna se mordió el labio inferior. Él siguió rozándola con los dedos, a veces presionando en la zona. Subió un poco con lentitud, tocándole el monte de venus. Lyruna gimió; él se sorprendió por su reacción.
-¿Te duele? -ella negó con la cabeza, con la respiración agitada. Allain volvió a presionar y ella volvió a gemir-. ¿Qué ocurre? -preguntó Allain sin entender.
Ella se semiincorporó, le tomó la mano que tenía posada sobre su sexo, y le indicó sin palabras que metiera un dedo en su cavidad.

Allain, no muy seguro, rozó la entrada con el dedo índice. Lyruna se recostó con un gemido. Al final, mordido por la curiosidad, Allain metió poco a poco el dedo. Al estar tan húmeda, entró con facilidad, y aquello le gustó a él... y por el gemido de la chica, al parecer también a Lyruna. Él sacó un poco el dedo y lo volvió a meter, impregnándose el dedo con aquella sustancia.

Allain ladeó la cabeza. La respiración agitada de la chica le indicaba que le gustaba. Se lamió el dedo y paladeó el líquido.
-Interesante -murmuró.
Se arrodilló y con la lengua lamió el humedecido sexo de Lyruna.
-No hagas eso, por favor... -gimió ella, apretando los puños.
-¿Te duele?
-Me encanta.
-¿Y si hago esto?
Allain metió dos dedos en ella para empezar a sacarlos y repitiendo la acción con una velocidad constante. Ella se mordió el labio inferior con fuerza, tratando de no gemir, sin mucho éxito. La respiración agitada, la humedad de su sexo, los gemidos de ella hacían que Allain se excitara. Notaba como su verga le dolía de placer. “No es ético...”, pensó. Pero al fin y al cabo estaba realizando un experimento de observación, ¿no?

Él se desabrochó los pantalones con intención de follársela -término que su raza no conoce-, pero la chica se bajó de la cama, se medio arrodilló, le tomó la verga con las manos temblorosas y empezó a lamerla. Allain tuvo que apoyarse en la cama para no caerse cuando la joven pasaba la lengua por lo largo y ancho de su sexo. Era tan placentero que creyó morir.
-¿Qué... qué haces? -preguntó Allain.
-Darte placer -susurró ella.
La verga de Allain era bastante grande y a la chica le costaba metérsela toda en la boca. Se la metió entera en la cavidad bucal, pasándole la lengua como podía, para después iniciar un vaivén lento. Allain cerró un instante los ojos, con un jadeo.

Cuando Lyruna vio que la verga estaba lo suficientemente dura, se levantó y echó en la cama, abriendo las piernas. Allain no se lo pensó dos veces, nublado por el deseo y la excitación. Rozó el sexo de la chica, bastante húmedo, y lo rozó con la punta de su verga. Posó las manos en las caderas de Lyruna y procedió a penetrarla con lentitud, dudando de que pudieran ser compatibles.

Ella empezó a gemir a medida que Allain iba avanzando en su interior. Al estar tan mojada, fue sencillo acceder a ella. Con un pequeño empujón, metió la verga entera en el sexo de ella. Lyruna jadeaba y atrajo hacia sí a Allain, rodeándole la espalda con las piernas.
-Vamos... fóllame... -gimió la chica.
Allain, extrañado por el término, sacó casi del todo la verga para volverla a meter. Una vez que hubo comprobado que pasaba con facilidad, adopto un ritmo constante. Lyruna gemía cada vez que Allain volvía a metérsela y éste, excitado y alentado por Lyruna, empezó a ir más rápido.

La chica hacía unos comentarios muy curiosos que hacían sonreír a Allain a pesar de no entender algunas de las palabras que usaba, ya que parecía hacer referencia a animales cuadrúpedos.
-¿Cómo... cómo te llamas? -preguntó ella, entre jadeos.
-Allain...
-Allain... fóllame con más fuerza...
Él la miró sin entender.
-Que me embistas y me claves bien hondo tu verga... -se explicó.
Allain aceleró la velocidad con un jadeo y se inclinó sobre la chica para que la penetración fuera mayor. Pasó la lengua por sus pechos y fue ascendiendo, hasta llegar a los labios. Rozó los suyos con los de Lyruna, y ella acabó besándole mientras sentía como su verga la follaba como ningún humano lo había hecho antes.
Le ardía el cuerpo y su respiración era cada vez más acelerada. Allain empezó a sentir un curioso sentimiento que le obligó por instinto a ir más rápido.
-Oh... oh Dios -gimió la chica-. Allain... me voy a correr...
Él tampoco entendió aquello. Al final, Lyruna arqueó la espalda con un gemido mientras sentía un orgasmo. Allain la embistió con un pequeño grito de placer.

Apoyó las manos en la camilla mientras su semilla llenaba la cavidad de la chica. Allain jadeó y sacó su verga de Lyruna, para después ir a por una toalla y secar el sexo de ella, que todavía jadeaba.

Siguió observando mientras Lyruna se relajaba. Al final, volvió a vestirse y salir de la sala con pasos inciertos. Allain la vio marchar, pensando en que había tenido sexo con una humana y le había encantado. Sonrió y volvió a su trabajo.


lunes, 26 de septiembre de 2011

La deuda de Jarlax (II)

Mi piel había absorvido aquella delicia y ahora estaba suave y aterciopelada, según Jarlaxle. Me estaba derritiendo y no aguantaría más, pero él siempre insistía en que me esperara. Me hizo ponerme otra vez boca abajo para proseguir el masaje de hombros.
-Hum... -musitó.
-¿Qué es?
-Nada -rió.
Sus manos recorrían mi espalda en tanto que sus labios dejaban un sendero de besos a lo largo de mi columna vertebral.
-¿Sigues pensando que Entreri es mejor? -susurró.
-No lo sé. Habrás de demostrar tus... habilidades -musité.
Una risa escapó de sus labios. Llamaron a la puerta.
-Oh, vaya. Qué pena -susurré.
Jarlaxle gruñó. El que estuviese al otro lado de la puerta, se iba a arrepentir de haber llamado. Con pasos furiosos se fue a la puerta, la abrió y se quedó de una pieza.
-¿Entreri?¿Qué haces aquí? Te creía en Calimport atrapando a...
-Ya está hecho -le cortó Artemis.
Suspiré imperceptiblemente. Si Artemis entretenía mucho más a Jarlaxle, me moriría de impaciencia. El drow fue a hacer otra pregunta, pero el asesino se le adelantó.
-¿Dónde está ella?
-¿Disculpa?
Entreri preguntó por mí.No sabía cómo tomármelo.
-Está ocupada -Jarlaxle se hizo a un lado lo suficiente como para que pudiese verme-, conmigo.
-Ahora.
-Está bien... Que te parece si... -susurró demasiado bajo para que yo pudiese oírle. Algo tramaba.
Entreri parecía satisfecho. Se fue poco después.
-¿Qué le has dicho?
-Pronto lo averiguarás. ¿Por dónde íbamos?
Me puse boca arriba y él sonrió con lujuria creciente. Tardó poco en quedarse desnudo. Se puso encima de mí -ya era hora!- y me penetró con su magnifico miembro. Gemí sin remedio.
-No sabía que lo ansiabas tanto -jadeó él.
-Eres demasiado pecaminoso -musité.
Me alzó sentándome en su regazo y me balanceó sobre su verga. Tan hondo y profundo, cada movimiento hacía que me volviese loca. Era tan placentero que no aguantaría más. Jarlaxle me mordió la oreja y el cuello en tanto que mi pecho se estremecía bajo sus tiernas caricias.
-Oh, Jarlaxle... 


Aquella llama de efímero placer acabó en una onda explosiva que recorrió mi cuerpo; no pude evitar gritar de placer, y tampoco quise contenerme. Jarlaxle jadeó.
-Estabas sedienta, ¿eh?
-Muy gracioso -jadeé, apoyando la cabeza en su desnudo hombro.
La puerta se abrió y se volvió a cerrar. Jarlaxle no me dejó mirar quien había entrado en la habitación y mis mejillas se sonrojaron. Oí la ropa deslizarse por la piel de alguien y luego al suelo. Sentí que la cama se hundía bajo el peso de alguien. Y las manos de ese alguien acariciaron mi espalda en tanto que sus labios recorrían mi nuca. No hacía falta ser un genio para reconocer quien era.
-Entreri -gemí.
-Aguarda un segundo, encanto -susurró Jarlaxle.
Noté su verga en mi otra entrada y abracé con firmeza a Jarlaxle. Nunca lo había intentado. Bueno, siempre hay una primera vez para todo. Entró despacio y grité de placer. Jarlaxle tuvo que agarrarme para evitar mi caída encima de Entreri, que estaba por entero en mí. Como siguiendo una canción de un baile que solo nosotros podíamos oír, ambos se movieron. Apoyé la cabeza en el hombro de Entreri en tanto que sus manos recorrían mis senos, pellizcándolos. Jarlaxle encontró con un susurro mis labios y su lengua se abrió paso a mi boca.

No podía sentir todo aquello y me estaba volviendo loca. Aquel placer era demasiado para mi cuerpo. Ambas vergas eran magnificas, potentes y deliciosas. Pedí al cielo que aquello no cesase nunca. Los labios de Jarlaxle bajaron por mi cuello hasta mi pecho, donde sus dientes obraron y su lengua bailó una curiosa danza. Estaba húmeda a más no poder, mi corazón no latía, sino que galopaba por las estrechas sendas del placer. Mis sentidos habían abierto una botella de Oporto y se estaban emborrachando.

Algo me dijo que aquello solo era el comienzo. Aquella pequeña llama, más que una llama una hogera, encendió mi cuerpo. Gemí otra vez.
-Oh... No aguantaré mucho más... -gemí, a punto de rozar con las puntas de mis dedos el cielo.
-Solo un poco más, encanto -jadeó Jarlaxle.
Entreri se absuvo de hacer comentarios. No era un hombre muy hablador. No aguanté más. Una enorme, gigantesca ola recorrió mi cuerpo con una sacudida y grité de placer. Me sentí no elevada sino catapultada. El primero en correrse fue Jarlaxle, seguido de Entreri por pocos segundos. Jadeé, sintiendo el cálido néctar de ambos y me pareció una delicia. Entreri salió de mí y gemí con pena. No quería que se fuera. Quería más. Mucho más.

Sin embargo, parecía que Jarlaxle no estaba para mucho más. Me abrazó y, cuando su respiración se hubo calmado más o menos, susurró:
-Mi deuda está saldada, encanto.
No pude responder. Selló el pacto con un ardiente y efervescente beso. Me temblaban los labios cuando los suyos se separaron de los míos.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Crónica de un día

En la fría mañana despiertan dos personas en una misma cama, mirandose y observandose, casi como si nunca se hubiesen conocido.

Es la primera vez que duermen en la misma cama y pueden despertar viendose el uno al otro.

Con una tímida sonrisa se dan los buenos días.

Así, con la pasión de los nuevos enamorados, empiezan a acariciarse, disfrutar mutuamente de sus cuerpos, idealizando cada momento. Casi con miedo de que un simple soplido pudiera romper la magia o el cuerpo del otro, casi como si fuera de porcelana.

Parecen ir descubriendo cada nueva parte de sus propios cuerpos y el de su pareja, zonas desconocidas, placeres nuevos... parece como si fuera la primera vez de ambos, en el principio de la mañana.

El día va avanzando y el temor y delicadeza inicial se va cambiando por la pasión de los enamorados, de los jovenes adolescentes o adultos que disfrutan del sexo como si el mañana no existiese.

Caricias y besos son casi inexistentes, el tiempo apremia, el sexo y el acto sexual se lleva a cabo en cada momento, como si el único objetivo de la existencia mutua fuese lograr el cénit, el placer máximo prometido por los dioses, el orgasmo.

Así llega la tarde, sus fuerzas van minvando, el acto deja de tener la importancia primordial, pues en el mediodía ya conocieron los límites físicos de sus propios cuerpos, dejandoles poco o nada por lo que conocer durante el acto y pasar nuevamente a disfrutar de nuevas experiencias preliminares probando juegos, juguetes, posturas...

Se sigue practicando el sexo, pero desde otro nivel más relajado, se prefiere disfrutar de los preliminares y con ello, el acto sexual, a medida que va pasando el tiempo, se acorta.

Llega finalmente la noche, ambos se miran, casi ni se atreven a tocarse, estan cansados, agotados, exhaustos... siguen amandose, pero no les queda más vida que para rememorar los principios del día, momentos en que estaban llenos de energia y vitalidad. Ahora, solo queda una sombra de lo que eran, pero sus sentimientos no han cambiado, siguen deseando acariciarse, amarse mutuamente, revivir los momentos sucedidos durante el día, pero su llama se va apagando y con ello, sus cuerpos se van demacrando...

Primero, se duerme él...

Ella se postra contra su pecho, escuchando los últimos latidos de su corazón, hasta que ella, a su vez se duerme... y con ello, llegó el final de su tiempo... dejando sitio al producto de su amor.

Una nueva vida.

viernes, 9 de septiembre de 2011

La deuda de Jarlax (I)

Jarlaxle me había dejado una nota. Un citación en su habitación diciendo darme lo prometido. No sabía que ponerme y elegí algo sencillo. Cuando hubo llegado la hora, fui hasta su cuarto y llamé. Me abrió en seguida y se me cortó un poco la respiración; sólo llevaba pantalones. Aquel magnífico pecho desnudo me hizo derretirme.
-Pasa, cariño, no te cortes -me instó.
Pasé y me exhortó con su cálida voz que me quitara la ropa.
-¿Así, tan pronto? -me quejé.
-Confía en mí.
Con un suspiro me despojé de mis ropas, quedando completamente desnuda para él. Sus ojos ávidos recorrieron mi cuerpo con lujuria y se pasó la lengua por los labios resecos.
-Túmbate boca abajo en la cama, mi dama -me susurró al oído, acariciando lentamente mi abdomen.
Me estremecí y obedecí. Apoyé la cabeza en los brazos cruzados y le miré con curiosidad. Él trajo un cuenco en el que había un líquido con olor a grosellas y frambuesas. Lo dejó encima de la mesa y se untó las manos. Las pasó por mi espalda, dándome un masaje.
-¡Oooh! -gemí.
Sus manos eran maravillosas, sus caricias dulces. Jarlaxle rió y vertió parte de aquella delicia en mi espalda. Estaba algo templado. Me masajeó los hombros, librándolos de la tensión, siguió por la espalda y las caderas. Sus manos eran suaves y delicadas, a sabiendas de como era mi piel. Yo deseaba que bajase un poco más y que me encontrase como tantas veces. Si bien regresó a mis hombros y siguió en el cuello.

Me levantó un poco el pecho para poder masajearlos, tocarlos a su gusto y placer. Me pellizcó y gemí. Quise darme la vuelta pero una de sus manos se puso en mi espalda, imposibilitando tal movimiento.
-Quieta, déjate llevar.


Y lo hice. Él consiguió que me relajase. Siguió con aquel pecaminoso masaje y sonreí cuando bajó por mis caderas. Me mordió la oreja y susurró:
-¿Qué tal fue con Entreri, amor?
-Muy dulce.
-¿Cómo de dulce?
-A punto de superarte -le respondí para picarle.
-Eso ya lo veremos.
Me hizo darme la vuelta, y, sin cesar en el recorrido de sus manos a lo largo de mi piel, una de sus manos bajó hasta encontrarme. Gemí sin remedio, pues era todo un maestro. Sabía cómo complacer a una dama tan libertina como yo.
-¿Sigues pensando que Entreri es mejor que yo? -susurró él, con aquella melodiosa voz tan sensual que hacía que se me erizase la piel.
-Sí.
Me mordió el cuello, jugó de una forma pecaminosa con los pétalos de mi flor. Creí volverme loca.
-Oh, Jarlaxle -gemí.
Él se rió con aquella risa tan dulce y seductora, propia de él. Sus manos me masajearon los senos y el vientre. ¡Qué dulce sensación! Estaba muy húmeda, tanto que de seguro que él ya se habría percatado. Deseaba que entrase en mí, que me hiciese el amor hasta que los dos ya no pudiésemos más, quería acabar hasta la extenuación, sentir su fuerza, su potencia, su dulzura y su amor.
-Aún no, cielo -me susurró, como si hubiese leído mis pensamientos.
Dos dedos se colaron pícaramente en mí y arqueé la espalda. Tan suaves, tan sedosos, tan... traviesos.
-Por favor... hazlo ya... -le supliqué.
Si bien solo me sonrió -una sonrisa que hizo que me derritiese como una tetera de chocolate al fuego- y negó con la cabeza.
-Ten paciencia. Esto es solo el principio, amor mío.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Sueños de verano

Había recibido su llamada. ¿Cuanto tiempo deberia hacer de aquello ya? casi no lo recuerdo, pero lo que jamas podre olvidar es... su voz, suave, harmoniosa, sincera... escucharla era una melodia que solo podrian apreciar los oidos mas exquisitos.

Pero, por fin hoy parecía que iba a ser el gran dia, al menos así lo recordaba, después de tanto tiempo.

Tenía que ir a la estación a buscarla, no quiso darme descripción alguna ni aceptó la mía propia, no hacía falta... el simple cruce de nuestras miradas nos bastaría. Además, no era la primera vez que nos encontrabamos. Claro que... siempre era en sueños... yo siempre le había imaginado... alta, esbelta, bella, cual Venus de Milo, pero con pelo liso y largo...

Estaba nervioso, no sabia como reaccionar, siempre habia idealizado este momento, pero ahora, no era una ilusión, ni mucho menos; era la pura y completa realidad.

Me debí adelantar como una hora a su llegada, pues el tiempo se me hizo interminable, los segundos parecían minutos y los minutos, horas. Me sentaba, me levantaba... no sabría explicar si era el calor, el nerviosismo, la desesperación... pero no podia estarme quieto, necesitaba moverme y no dejaba de mirar el reloj a cada momento. Pero algo me aliviaba y es que... a pesar de todo, cada vez faltaba menos. Eso me tranquilizaba, me hacia sentir bien, pero no conseguía quitarme de encima ese ansia.

Escuché como el interfono anunciaba su llegada.

No era imaginación mía, pues a lo lejos podía reconocer como aparecia el tren. En mi interior podía sentir como ella estaba dentro, tan ansiosa como yo.

Sentí como el corazón me daba un vuelco. Sentía como latía con fuerza en mi pecho, rápido y emocionado.

El tren se había parado, veía bajar y subir la gente, la buscaba con exasperación y no conseguia verla, hasta que, de repente, senti como si alguien me tocara la espalda.

A penas tuve tiempo de girarme, una mujer, me estaba besando... era ella, sí. No sabria describir como, pero de algun modo sabía que era ella.

Era mas bella de lo que había podido llegar a imaginar, de cierto modo, hubiera creído que era mi imaginacion, un efecto de la luz, de los nervios... pero daba la impresion de ser una divinidad...

Por momento creí estar junto a Afrodita. Pero era bien real a pesar de lo que pensara mi mente, podia tocarla, sentirla, incluso aún sentía la suavidad, dulzura de su beso, el roce de sus labios junto los mios cual petalo de rosa.

Estuvimos hablando un rato.

Estaba hipnotizado, anonadado por como hablaba, que decía... era increible que tanta belleza llegara a concentrar tanta sabiduria.

Era joven, pero a la vez... parecía tener la inteligencia y sabiduria de los antiguos sabios de la antigüedad.

Sus ojos me atraían, un verde esmeralda, parecían reclamarme, suplicarme que la besara.

No pude resistirme, me lancé sobre ella.

esandola apasionadamente, con un largo y acaramelado beso.

Notaba como me apretaba contra ella, como era correspondido. Me acariciaba el pelo, el cuello, la espalda... en un alarde de pasión la cogí con mis brazos y la lleve hasta mi habitación, echandola sobre la cama.

Seguimos besandonos, pero en esta ocasion, ibamos desnudandos, lentamente.

Ella llevaba una blusa blanca y una falda negra, no demasiado larga.

Empecé a desabrocharle lentamente la blusa, la cual ya mostraba un generoso escote. Se la quité, dejando a la vista un sujetador de encaje negro.

A su turno, ella me iba quitando la camisa que llevaba, primero dejando a la vista mis abdominales, luego, empezaron a descubrirse mis pectorales, hasta quitarme completamente la camisa, dejando mi torso desnudo.

Le desabroche la falda, empezando a bajarle la cremallera y dejandola caer por sí misma, dejando a la vista un tanga negro de encaje junto a unas piernas esbeltas, finas, suaves como la seda, al igual que toda su piel.

Ella me desabrochaba el pantalon, cayendo por su propio peso, mientras, con gran habilidad, le quitaba el sujetador, dejando a la vista sus firmes y blancos senos.

Terminamos de desnudarnos mutuamente, besandonos lenta pero apasionadamente, dejandonos caer sobre la cama.

Fuí bajando por el cuello, acariciendole los senos con suavidad.

Le besaba, mordía su cuello, fino como el de un cisne, seguía descendiendo, sintiendo como su piel se tensaba, escuchando como su respiracion iba aumentando de ritmo, casi era imperceptible, pero los cambios se podía sentir en su pecho.

Llegué con mi boca hasta sus pechos, empezando a besarlos con delicadeza, lamerlos suavemente, acariciarlos y morder con cuidado los pezones, haciendo que estos se tensaran.

Podía oir como disfrutaba, como se extasiaba.

Después segui descendiendo hasta la parte baja de su abdomen, haciendo creer que me acercaba a su sexo, para volver a subir lentamente, dejandole sentir la friccion de mi barba sobre su estilizada figura.

Volví a ascender rápidamente hasta encontrarme con las finas facciones de su rostro, besandola de nuevo, mientras la acariciaba...

Mis dedos descendieron hasta su coño, notando cuan humedo y caliente estaba, acariciando con delicadeza, dejando que mis dedos fuesen abriendose camino con delicadeza, para ir masturbandola con suavidad y a medida que su excitación aumentaba, con mayor rápidez y violencia.

Cuando empecé a escuchar sus primeros gemidos de placer, fuí frenando el ritmo, dejando que disfrutara del extasis del momento y terminar sacando los dedos, no sin antes acariciar con suavidad su clitoris.

Acabé postrandome sobre ella, mirandola directamente a los ojos, perdiendome en el bosque verde que tenía como ojos y el fuego que era su melena.

Dejandome llevar por los instintos, mi miembro inhiesto empezó a penetrar lentamente, saboreando el momento a cada segundo, extasiandonos, fusionandonos en un mismo ser.

Poco a poco iba acelerando el ritmo, mientras nuestra respiracion se aceleraba, ella se agarraba a mi espalda, a mis nalgas, apretando con sanya, aranyandome, transmitiendome su placer.

Me acercaba a su oreja, asi que ella pudiese escuchar mi excitada respiración, morderle suavemente la oreja, mientras le susurraba en el oido palabras de amor sincero.

La pasión iba en aumento, las delicadezas y sutilezas se iban pasando por alto a medida que iba pasando el tiempo.

Los muelles vibraban bajo los cuerpos de los enamorados, gémidos de dolor y placer se escuchaban de la boca de ambos, viendose la espalda de él, marcada por los orgamos de ella. Él, lanzando improperios e insultos, embistiendola con más fuerza cada vez.

Pasamos horas asi, llegando al placer y extasis extremo varias veces, sintiendo el calor de nuestro cuerpo, el sudor que bañaba nuestra piel, con la sensación de que nuestras almas y corazones se fusionaban en uno mismo, hasta caer ambos rendidos de cansancio y placer, seguíamos besandonos, abrazados, hasta que finalmente nos durmimos uno junto al otro.

Por fin, al día siguiente, despertaba con la sensación que todo había sido un sueño, pero mi sorpresa fue despertame sin nadie a mi lado, pero aun así, desnudo.

Mi brazo buscó desesperadamente alguna muestra de ella, pero solo estaba el vacío dejado en el lugar que ella ocupaba.

Me alcé de la cama buscando alguna evidencia, alguna prenda.

No había nada.

No había prueba alguna de que lo ocurrido hubiese sido real, más que una pulsera de plata que parecía haberse olvidado en algún descuido, la cual reconocí como suya al instante, pues en ella, estaba grabado su nombre...

Raquel

jueves, 25 de agosto de 2011

Jugando con la Muerte

Jarlaxle me arrastró hasta su habitación, siendo muy insistente en que necesitaba mi consuelo. A mi me daba un poco de miedo. Su mirada, su silencio. Era el compañero de Jarlaxle, un asesino, un mercenario. No le temía por eso, era él, su forma de ser.
-Vamos, querida, no muerde -comentó Jarlaxle.
-No quiero, Jarlaxle, Artemis me da miedo -repliqué
Él se detuvo, me miró y sonrió. Aquella sonrisa hizo que me derritiese y que me excitase.
-¿Cómo te puede dar miedo?Es inofensivo... en la cama -se apresuró a añadir-. Hazlo por mi, cielo, y te recompensaré -me mordió la oreja con picardía. No hablaba de monedas sino de él mismo. Acepté.
El drow llamó a la puerta, me dejó allí y se fue. Entreri abrió, arqueó una ceja y me examinó con esa mirada. Antes de que pudiese decir nada, lo empujé dentro. Mis labios buscaron los suyos con fervor. El peligro que su cuerpo despedía me atraía de la misma forma que un movimiento sensual de las caderas de Jarlaxle me volvía loca. El me apartó con suavidad, mirándome interrogante. No sé si debió de ser la excitación del peligro o mi mirada, pero al final me rodeó con sus fuertes brazos y me besó. Sentí que me derretía bajo aquel beso.

Había que reconocer que no besaba como mi querido Jarlaxle, pero no besaba mal. Le conduje, sin separarme de él, hacia la cama. Empecé a desabrocharle con impaciencia el cinturón mientras él me quitaba la camisa y trataba de desabrochar mi corsé. Gruñó algo, le mordí el cuello y el lóbulo de la oreja. Al fin, se deshizo de los pantalones y la camisa. Le miré un poco por encima. Tenía un cuerpo exquisito, delicioso, un torso bien formado, unos músculos fuertes y duros.

Suspiré de pura excitación. Ayudé a Entreri con mi corsé. Una vez que me lo hube quitado, le abracé, sintiendo mi piel desnuda contra la de él. Pasé mis manos a lo largo del pecho hasta llegar a su sexo, que acarcié con una habilidad aprendida de cierto drow exigente.

Él gimió y aquello me alentó. Con sus labios, me besó en el pecho, al lo largo y ancho de mi busto, como si quisiese saborearlo, mientras metía en mi dos dedos y jugaba conmigo. Gemí sin remedio. No aguanté más, le empujé a la cama, cayó boca arriba y yo me puse a horcajadas, si bien luego él se puso encima de mi. Jugando con su sexo al umbral del mío, hizo que me desesperase.
-A parte de ser mercenario, eres malvado -murmuré.
Artemis arqueó una ceja antes de preguntar:
-Te ha traído Jarlaxle, ¿cierto?
-Eso se lo preguntas a él...
Impaciente, moví mis caderas hacia su enhiesto miembro y, con las manos en sus caderas, empujé hacia mi. Como una señal, se introdujo en mi. Gemí abrazándome a él. Jarlaxle lo iba a tener difícil para superar a semejante... placer. Sus caderas se movieron, comenzando con un lento vaivén. Yo le suplicaba que con más fuerza, pero el me ignoraba, no se si por diversión o por paciencia.

Mis labios se posaron sobre los suyos, y mi lengua danzó con la suya. Apasionado, intenso, estremecedor... Aquel hombre, Artemis Entreri, me hacía sentir cosas que antes no había sentido. El placer era tan intenso que creí que me moriría allí, bajo su magnifico pecho y sus besos apasionados.
Se movió con más rapidez, empecé a notar que una pequeña llama se encendía en mi interior. Cada vez más intenso. Cada vez más fuerte.
Grité de placer, si tenía que morir, moriría feliz...

Artemis se dejó caer sobre mi, jadeante. Notaba el ritmo apresurado de su corazón. Al final, no había sido tan malo y Jarlaxle tenía razón. Le besé en el cuello, mordiéndole suavemente de vez en cuando. Mis labios buscaron los suyos. Me miró, y en su mirada vi la llama del deseo. Le besé y el me respondió.