miércoles, 5 de noviembre de 2014

En nombre de la guerra

¡Feliz 5 de Noviembre!

Como él, sus compañeros y algún que otro amigo, habían sido destinados al crucero de guerra Silverpoint. Se consideraban, hasta el momento, afortunados, pues se trataba de la nave de Stahl, una figura importante e influyente en el Consejo. Sumido en la contemplación de su árido, peligroso y querido planeta, fue sacada a la fuerza de estos por la alarma creciente y estridente que retumbaba en toda la nave. Había intrusos, casi seguramente, ISA.

Sucedió todo demasiado deprisa. Demasiado. Pasaron como una exhalación a su lado y tuvo que cubrirse entre los tiros de uno y de otros, vigilando de no herir a sus compañeros. Sin saber exactamente, cómo, aquellos dos cogieron naves pequeñas para atacar al crucero hermano del Silverpoint. Todos contraatacaban y, pesar de que recibió fieras órdenes por la radio de presentarse en el hangar para salir al espacio, sus pies no se movían de su lugar; estaba paralizado.

En unos pocos segundo, Stonewar ardía por los cuatro costados y, el piloto, en un intento por salvar a sus ocupantes, trató de aterrizar. Empero, allí estaban los ISA y, despiadadamente, lanzaron una bomba nuclear contra el herido crucero. Se estrelló contra aquella fuente de energía desconocida, que explotó y se liberó como si estuviera viva; cual plaga hambrienta, se fue extendiendo por todo el planeta, aniquilando toda la vida que pudiese haber en Helghan. El soldado se acercó más a la ventana, atónito.

Tantos muertos... Tanta gente inocente... asesinada...

Fue entonces cuando el soldado se atrevió a cuestionarse el por qué de la guerra. ¿Por sus ideales? ¿Por su familia? ¿Para llevarles algo de comer a sus hijos, tan huesudos y delicados?... ¿O para llenar las arcas y tener más territorio a los pies del autócrata?

¿Ideales? ¿Comida?

¿O dinero y avaricia?
Stahl, quien proporciona armas y soldados a Helghan

martes, 28 de octubre de 2014

Sueño

-Dime algo que no sepa –le dijo mientras se dejaba caer en la cama, solo con el camisón de noche.
La liliputiense se le acercó, sonrojada en extremo.
-Hazme algo que no conozca –susurró, alzándose el camisón transparente.
La liliputiense se acercó aún más y hundió sus labios en sus otros labios carnosos, absorbiendo, muerta de sed.
-Solo soy una fantasía de lo que te gustaría tener. Te gustaría poseerme. Te gustaría que, en vez de habernos visto tan solo, llevarme contigo entre tus sábanas. ¿Verdad, Kyra?


Despertó, con el sueño agitado y empapada en sudor y lo que no era sudor, maldiciendo la hermosa visión que se le había aparecido aquel mismo día.

lunes, 20 de octubre de 2014

El quebrantahuesos

Atención: Este relato puede (o no...) herir tu sensibilidad. Léelo bajo tu responsabilidad.

Bosque o montaña, aquella era su región. Paseaba por donde le venía en gana y era muy aficionado a la caza sangrienta. Le llamaban el quebrantahuesos, mote obtenido no precisamente por un asunto que era moco de pavo, si no que era una cosa azul, encogida que adoraba la caza. Pero eso ya lo hemos mencionado, ¿verdad?
Un día tirando ya hacia la noche, como cualquier otro del interminable calendario, paseaba un buen muchacho, nada adinerado pero si muy humilde, jovencito e insensato. El quebrantahuesos le tenía echado el ojo desde el momento en el que se había adentrado en el bosque que había a la falda de su montaña. Seguramente estaría buscando un lugar donde pasar la noche. El quebrantahuesos, impaciente, pronto se lanzó hacia a él, le desgarró la ropa en un abrir y cerrar de ojos e introdujo su extraño aparato reproductor por una incisión que él mismo le causó. Los gritos se extendían por todo el bosque verde, amarillo y marchito. Todos oyeron como alguien gritaba como un poseso, como si lo estuvieran matando. ¡Qué casualidad! El quebrantahuesos empezó a apretar su lazo de muerte mientras aceleraba la velocidad con la que asaetaba con su "polla" al inocente muchacho, que se retorcía de dolor.
Y, cuando el quebrantahuesos decidió soltar sus fluidos, le partió todos los huesos al muchacho, matándolo. Luego se lo comió con ansia y cagó su cuerpo en la cueva en la que vivía.

lunes, 13 de octubre de 2014

El comienzo

Vuelta otra vez a todo. Era inevitable, claro. Pero no le entusiasmaba nada tener que recuperar su rutina de Invierno, dejando de lado lo divertido del Verano: levantarse tarde, perseguir a su novia por la casa, hacerlo en todos los rincones de la casa, cocinar juntas... Todo eso se iba a ver sustituido por los trabajos, los deberes, los encargos...

Resopló. Sí, iba a ser duro intentar recuperar algo de la vieja rutina de siempre.

Se encogió de hombros al recordar aquellos pensamientos de la vuelta; luego volvió a agitar el spray y ponía otro pequeño montículo de nata en su ombligo, completando el camino de nata y empezando a poner los trozos de fresas encima de estos.
-Mmm... Seguro que será divertido cuando lo termine -musitó.
-Está fresquito -comentó ella, atada a la cama, con los ojos vendados, desnuda y con una sonrisa en los labios sonrosados.

Tras un largo día, había conseguido convencerla para jugar a las cocinitas, empleando lo que le habían enseñado aquel día en el curso. Básicamente, la cobertura de las tartas.

Después de todo, se dijo mientras empezaba a comerse el caminito dulce, no había sido para tanto.

lunes, 6 de octubre de 2014

El juego de Sakhmet - Niña mala

Aviso: Este relato contiene escenas explícitas no aptas para menores de edad... ni para personas sensibles, ya puestos. Léelo bajo tu responsabilidad.

Yolanda

Una vez pasado el miedo inicial a lo desconocido, su respiración pareció relajarse un poco, escuchando el silencio que reinaba en su habitación. Mila la contempló con una sonrisa paciente. La había conocido "casualmente" en una manifestación y había conseguido convencerla de ir a tomar una copa nada más terminar aquel acto pacífico. Le había suministrado suficiente alcohol en sangre como para que no se resistiera a su beso inicial, tanteando el terreno. Según Sakhmet, Yolanda mantenía una curiosa relación con una compañera de clase, por lo que seducirla no iba a suponer un problema. Al principio, como era lógico, se resistió un poco. Pero luego, sin saber Yolanda muy bien cómo, habían terminado en su casa, desnuda y atada a su cama, que le daba un poco de vergüenza dado que algún que otro peluche aún estaba fuera de las estanterías, donde normalmente solían estar.

Mila no le dio importancia. Se dedicó en cuerpo y alma en arrastrarla con caricias eróticas hasta la cama, entre besos la había desnudado, sin darle tiempo para azorarse por estar desnuda ante una persona que había conocido hacía nada. Luego, con ayuda de unas prendas de su armario, la había atado en la cama, para después vendarle los ojos, prometiendo no salir de la habitación y dejarla sola. Su respiración, en un inicio, había sido acelerada, tanto, que a Mila la había excitado. Sin embargo, era esencial tener paciencia, esperar que la víctima se confiase antes de atacar.

Como en la lista que le había dado Sakhmet no aparecía su nombre en rojo, se había dejado la guadaña en casa, trayendo consigo solo un cuchillo y por si las moscas. Se quitó las botas con lentitud, estudiando la apertura que tenía entre las piernas, ese dulce manjar que, fruto de la excitación y la vergüenza al estar tan expuesta a Mila, empezaba a humedecerse, brillando con la luz sus dulces jugos.

-Mmm... Parece que la cena está servida -musitó Mila, pero no lo suficientemente alto como para que Yolanda entendiese lo que había dicho.

Se aproximó hacia la cama, deshaciéndose de la chaqueta y quitándose la camiseta negra. Se inclinó sobre el felpudito de bienvenida que tenía sobre el monte de Venus y saludó con un toque algo tímido, pero al mismo tiempo atrevido, sobre ese botón del placer que tanto gustaba tocar de cuando en cuando, provocando que Yolanda diera un ligero respingo, dividido entre la sorpresa y el placer. Besó aquellos otros labios con pasión, poniendo sus frías manos sobre los muslos blanquecinos de la muchacha, entreabriendo un poco más aquellos pliegues que contenían los primeros síntomas del placer.

Mila se empleó a fondo, metiendo la lengua y buscando con ella el punto G, aunque le quedaba un poco lejos como para poder tocarlo con la lengua. Así pues, mientras se la follaba con aquel curioso órgano, metió en tan húmeda gruta dos dedos, sin apartar la lengua de donde la tenía, meciéndola, dando vueltas, expandiendo y dejándose apretar por las paredes de la vagina de Yolanda, quien se había entregado prácticamente entera a aquel placer.

No contenía sus gemidos, lo cual para Mila era todo un placer. Notando que estaba a punto de correrse, tanteó el negro agujero que tenía bajo aquel manantial, oyendo como cuan pronto protestaba la muchacha, pues nunca la habían follado por ahí y no tenía intenciones de empezar aquella noche. Empero, teniéndola Mila completamente a su merced, poco más que quejarse podría hacer. Dejó que se corriera tan pronto, previendo que lo que vendría más adelante a lo mejor le parecía duro, pero que luego pediría más y más y más... hasta la extenuación.

Mila recogió los frutos de sus acciones amorosas y con la lengua mojada en parte por su saliva en parte por los fluidos de Yolanda, trazó un camino zigzagueante por su ombligo, subiendo por sus hermosos y blanquecinos pechos que empezaban a estremecerse por el contacto de la boca de Mila. Esta abarcó primero uno y luego el otro, entreteniéndose más con el segundo y cuidando de que el primer pecho no se pusiera celoso, haciéndole caricias delicadas con una mano, pellizcándole en unos pezones que comentaban a ponerse duros, con la piel de gallina por el placer. La otra mano empezó a bajar, traviesa, por donde antes había pasado una lengua dejando un rastro cual caracol y se adentró en las profundidades antes abandonadas.

Yolanda soltó un fuerte gemido cuando la penetró con cuatro dedos, dejando al meñique la sencilla tarea de penetrar con cuidado por el negro y estrecho agujero de su ano, nunca tratado de aquella forma. Yolanda se revolvió contra las ataduras, pero era imposible soltarse sin ayuda, pues Mila se había asegurado de ello.

Tras deleitarse con un poco de entretenimiento en aquel delicioso pecho, siguió ascendiendo y mordisqueó ligeramente su cuello hasta por fin atacar unos anhelantes labios que parecían haberla estado buscándola desde hacía bastante rato. Contuvo con sus labios los gemidos que pugnaban por salir de aquellos sonrosados labios. Los mordisqueó ligeramente antes de entregarse afanosamente a masturbarla, con aquellos cuatro dedos dentro de la conocida gruta y uno dentro de un lugar que, por mucho que desease quejarse Yolanda, Mila deseaba violar y rasgar hasta que la muchacha le suplicara más tras haber descubierto una nueva fuente de placer. Logró que se corriera deprisa, de una forma ciertamente brusca, apasionada. Sus gemidos encontraron un eco en la boca de Mila que disfrutaba sintiendo en su mano el manantial que su dulce gruta de repente liberaba.

No queriendo retenerla más, pasó el dedo índice por su estrecho ano, trazando círculos, logrando que esta entrada tan vetada se dilatara lo suficiente como para que pasara un dedo. Yolanda se quejó de dolor al principio; al segundo dedo, sus gemidos se hicieron más intensos. Al tercero ya suplicaba que parase, y al cuarto, sus gemidos se convirtieron en gritos, primero de dolor y luego de un placer inconmensurable, combinado con el trabajo de la otra mano, que mimaba otra el punto G escondido entre los pliegues sonrosados de tan deliciosa cueva y, casi al mismo tiempo, el clítoris, ese botón de placer rápido al que muchas recurrían.

Yolanda se vio, de repente, superada por cuatro fuentes de placer, que la saturaban, que sobrecargaban sus terminaciones nerviosas, pues la boca de Mila, junto con sus dientes, mordisqueaban, besaban, lamían los pechos de Yolanda, siguiendo como violinistas los gemidos de Yolanda, como si fuera su director en una hermosa pieza de orquesta. Mila se sorprendió de que la muchacha lograse aguantar tanto antes de correrse, varias veces en un instante, llegando a diversas cimas en todos los puntos de placer.

Mila se dio por satisfecha, viendo que la había extenuado hasta el límite, sabiendo que en nada se quedaría dormida por el esfuerzo realizado por su cuerpo al correrse tantas veces, al tocar con las manos desnudas las estrellas. Con el mismo sigilo de antes, con delicadeza, empezó a desatarla, dejando para el final la venda de los ojos, descubriendo una mirada agradecida, llena de un turbio placer que, estaba segura, se apresuraría en compartir con aquella compañera de clase.



Al cerrar la puerta tras de sí, Mila sacó la lista y tachó el nombre de Yolanda, con una sonrisa de satisfacción. No había habido sangre de por medio, pero había sido una experiencia agradable. Aún así, ella creía que hubiera disfrutado mucho más si la sangre hubiese corrido y si, en vez de tomar un papel tan pasivo, hubiera sido más activa. Tal vez en otro momento, en otra situación. Como por ejemplo cuando llegase el momento de hacer el trío con la muchacha que acababa de cepillarse, Marina (la que creía que era la compañera con la que se acostaba) y ella. Delicias del cielo, estaba impaciente por llegar al final de la lista y sucumbir a toda clase de placeres perversos con aquellas dos.

Sin embargo, antes debía completar la lista... y conocer los puntos fuertes y las debilidades de Marina, pues aún no sabía ni cómo era ella, ni como sería su cuerpo debajo de la ropa. Sonrió mientras arrancaba la moto y se ponía en marcha hacia su casa, donde, probablemente, Tilo lo estaría esperando. Eso si había hecho caso del mensaje que le había dejado. Para la próxima víctima, sí iba a necesitar su ayuda... y la compañía de su amada guadaña.

Para la próxima si que correría la sangre.

Y disfrutaría tanto como Yolanda había disfrutado de que la "violase" allí donde en un inicio le había negado su entrada.


lunes, 29 de septiembre de 2014

Desfragmentación

Y ahí esta otra vez. Ese mensaje de texto, tan normal visto sin leer y tan agresivo, si se le prestaba un poco de atención. Eso era justamente lo que ella deseaba: atención. Y con aquella pandilla de atontados, que le daban lo que quería sin nada a cambio, la obtenía de la que había sido su pareja durante poco más que año y medio.

Entonces le empezó a gritar, a chillar, a pedirle explicaciones sobre lo que el mensaje, tan pulcramente mostraba. Tanto gritaba, que explotó.

El asombro cundió en el grupo, quedando solo una muestra negra en el suelo de lo que antes había sido una persona gritando explicaciones sin sentido.

-Bueno... ¿dónde queréis ir a cenar? -preguntó uno, volviendo la vida a la normalidad, con más sosiego y tranquilidad.


lunes, 15 de septiembre de 2014

Cartas de un viejo amor

Me gusta el sonido de la lluvia repiqueteando contra la ventana. Adoro leer viejas cartas. Adoro los paseos nocturnos y encontrarme con Marina. La playa, ese lugar tranquilo. De noche y solo con la luz de la casita de T. que sigue levantado a estas horas. De noche y contemplando cómo te quitas el sujetador. De noche y saboreando tus labios. De noche y solo agua, arena y de parásitos en el agua.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Arañas y moscas

La araña invitó a tomar la merienda en su casa a la señora mosca que, a pesar de que desconfiaba un poco de la araña, aceptó la curiosa invitación.

Llegó volando la señora mosca (literalmente) a la casa de la araña. Esta ya había dispuesto los platos en la mesa y, aunque los vasos estaban servidos, no se veía ningún tipo de alimento.

-¡Hola, araña! ¡Ya llegué! Pero, ¿dónde está la merienda? -dijo la señora mosca.

-Hola, incauta mosca. ¡La merienda eres tú!

-Oh...

La araña se abalanzó sobre la mosca y la señora mosca, ni corta ni tonta, le arrancó de un mordisco la cabeza a la araña.

-Deliciosa merienda, señora araña. Lástima que no pueda saborearse, ja, ja, ja -dijo la señora mosca, con la boca llena.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Mia I - El inicio del viaje

Miró el vasto desierto y este le devolvió la mirada. Hacía muchísimo calor y no sabía cuántos kilómetros más tendría que recorrer antes de poder llegar al refugio, esto es, el templo de Graranui. Siguió caminando, racionándose el agua de la cantimplora hasta que, por fin, llegó al primer poste. Una bandera raída y maltratada por el viento arenoso indicaba el inicio del camino tormentoso. Una vez que pasara aquel poste, la tormenta incansable de arena se la tragaría y, si lograba llegar hasta el pequeño hogar donde residía la tumba del Viajero, aquel espectro que guiaba, incansable, a los insensatos que se adentraban en aquella parte del desierto, ya tendría medio camino hecho.

Continuó avanzando, cansada pero sabiendo que ya casi había terminado de buscar. El aire, cálido, le clavaba la arena en el rostro, por lo que se lo protegió con el velo y continuó avanzando, con la cabeza gacha, fija en la brújula. Tenía que seguir hacia el este sin desviarse. Hacia el este...



lunes, 21 de julio de 2014

Cuando el tostador se dio a la fuga

El tostador amaba a la tostada. Porque se pasaba el día tostándola, obviamente. Así que un día decidieron fugarse juntos.
-¡Esperad, quiero desayunar! -gritó el amo, contemplando atónito como se fugaba el tostador con la tostada.

Luego despertó del coma.


lunes, 30 de junio de 2014

ß-transformadoras

Era una clase de adolescentes, ya casi adultos, lleno mayoritariamente por mujeres. Independientemente de la especialidad que estaban estudiando, sucedía, cada vez más a menudo, un curioso suceso. Cada cinco minutos, ya fuera a escondidas o sin ningún tipo de vergüenza, en pequeños grupos la mayoría de las veces, se sacaban una foto. Una detrás de otra. Cada cinco o diez minutos si sabían soportar tan agónica espera.
Una extraña enfermedad campaba a sus anchas por aquel aula, llamada ß-transformador, afectando solo a las mujeres. Los cambios podían ser en gran o pequeña medida; empero, la paranoia era demasiado grande para las "ß-transformadoras".


lunes, 23 de junio de 2014

Es la guerra!

Ya no sé ni en que día vivo... solo sé que llevo aquí encerrado durante días, semanas, meses... puede que incluso años.

Lo único que sé es que un grupo de gente me trae a diario comida y bebida... a la vez que me sacan al patio para poder estirar las piernas y que la musculatura se me mantenga mínimamente.

El tiempo pasa... y no hace mucho me dieron una manta para que pudiera taparme si hace frío...

Hace unas semanas intenté revelarme, sí... logré controlar un espacio de mi campo de concentración, de manera breve, pero importante, pues de aquel lado era de donde les suministraban el oxigeno para sobrevivir.

Pero mi expansión duró poco.

Unos días después me tiraron mi cama y me dieron una tienda de campaña... Una tienda de campaña de camuflaje.

Seguiré informando.

Firma,

Guau!

lunes, 16 de junio de 2014

Refugio

Empezaba con el sonido de la lluvia contra el seco suelo y entonces abría los ojos. Fuera hacía frío, un frío húmedo que provocaba que se le metiera por entre los huesos y se aferrara como si no hubiera mañana. Ya había llegado el momento de salir. De cazar. Tenía hambre pero al mismo tiempo miedo de que lo cazaran otro año más. Estaba cansado y solo quería sumirse en la oscuridad.

Mientras contemplaba como el agua caía, derramándose desde las nubes, oyó una risa por el campo de hierba alta mojada. Una risa de felicidad, las pisadas de los charcos del barro. Se escondió mas adentro, protegiéndose con la oscuridad. Algo o alguien entró en su refugio, aún con la risa entrecortando su respiración.
-Uf, qué tormenta más imprevista -se dijo la chica-. Me he quedado empapada.
Olisqueó el aire disimuladamente para captar su aroma, descubriendo con sorpresa que era un plato jugoso para devorar. El sonido de sus tripas muertas de hambre le delataron. La chica se giró, sin miedo en la tez, más bien sorprendida.
-...
Rebuscó en sus bolsillos hasta dar con una pequeña linterna que guardaba para pequeñas emergencias como aquella o un apagón en casa e iluminó el interior del refugio. Corrió a esconderse. La chica ahogó un grito al ver desaparecer una cola reptiliana. A pesar de que el poco miedo que tenía le atenazaba el pecho, avanzó, curiosa.

Pronto sus ojos se miraron. Dejó caer la linterna mientras la criatura la observaba valorando la situación.

Fuera seguía lloviendo. Un rayo se dejó ver y un trueno retumbó en los cielos.

lunes, 9 de junio de 2014

Tarantela II

Pasó una semana; no había encontrado motivo alguno por el que su amada compañera de clase buscara por la clase al autor o autora de tan extraño poema. Seguía pensando en lo insólito de su mirada. Corrían las clases y la distracción de su pequeño universo seguía presente en su día a día. Los exámenes, algunos, los aprobaba con cincos raspados y sus profesores le advertían en mitad de la clase que si no mejoraba, o bien tendría que recuperar más de una asignatura en septiembre, o bien repetir curso.

Aquella última posibilidad, en la que nunca había caído, se presentí infernal y despiadada. ¿Repetir curso? ¿Y perder, tal vez para siempre, a su deliciosa y amada compañera de clase? ¡Jamás! Fue el empuje final a mitad de curso lo que seguramente le salvó, así como, tal vez, el apoyo y compasión que le brindaban sus profesores. La chica, sin embargo, no se percató del cambio producido; empero, su aura de tranquilidad y felicidad se veía perturbada por el desconocimiento del origen del poema.
Con un nuevo amanecer, llegó otro poema, otro motivo de perturbación, otro día de escrutación en el aula, esperando que el que le dejaba aquellas pequeñas notas tan cargadas de amor y de romanticismo se delatase. Un gesto, un guiño, una mirada... fuera lo que fuese, sabía que se delataría en cualquier momento... y ella estaría ojo avizor para desenmascararlo... ¿o tal vez era una chica? Pasó la mañana pensando en cada compañero de clase, en cada encuentro, en cada conversación, esperando así encontrar la más mínima posibilidad que señalaba al "culpable".

El poema que había recibido decía así:

Amanece con resplandor dorado,
se refleja en tus cabellos,
ilumina el arado.

Una cándida sonrisa,
con hermosos hoyuelos,
profundas, azuladas brisas.

Parpadeó entonces la amada compañera de clase, la cariñosa compañera de estudios y, en esa pequeña fracción de segundos, tuvo tiempo de contemplarla y apartar la vista, embargado su cuerpo con su encanto, su belleza... su sonrisa temblorosa. Temblorosa. TEMBLOROSA. ¿Por qué temblaba su sonrisa? ¿Acaso era el preludio de una carcajada? ¿Acaso escondía una potente risa que hubiera merecido una pequeña regañina de la profesora de turno? ¿O era inseguridad? ¿Era miedo? ¿Desconcierto por los poemas de desconocida procedencia? Por un torturador instante, pensó en ir y confesarle su amor, haciéndose visible ante ella, mostrándose, señalándose... Rompiendo, al fin y al cabo, el hechizo que la rodeaba. Decidió, pues, no arriesgarse. Quiso pensar que aquel ligero temblor en sus labios no estaba relacionado con su persona. Se repitió para sí los últimos versos, mientras evocaba su felicidad para con ella.


lunes, 2 de junio de 2014

Castaña

Castaña era un país donde vivían muchísimos castaños. De ahí su nombre, obviamente.

Era un lugar donde convivían los castaños y otra gente en paz y armonía, pero como todos, necesitaban un sistema de gobierno. El cual, casualmente, era muy parecido a una dictadura, pues, después de todo, el que era nombrado Olmo, siempre hacía lo que le daba la gana bajo el contexto de que lo hacía por el bien de los castaños.

Así pues, durante muchos años vivieron época de bonanza y las Ardillas gestionaban y prestaban el las castañas a los castaños, después de todo, su moneda se llamaba "castaña".

Así fueron muchos años, pero el Olmo de aquel momento, era un castaño que vivía en un mundo de arcoiris y felicidad y quiso negar la plaga que se venía encima. Así fue, que cuando llegó dicha plaga muchos castaños se encontraron que casi habían perdido todas sus castañas y algunas de sus ramas morían.

De tal modo fue, que los castaños decidieron castigar a dicho Olmo en unas elecciones y lo echaron de su puesto. Seguidamente, llegó otro Olmo quien prometía bonanza y recuperación. Pero para esa recuperación había que podar... podar y podar... Al punto que muchos castaños se quedaban sin ramas ni hojas y prácticamente morían. Incluso, eran arrancados de la tierra donde vivían por los agricultores, quienes supuestamente debían protegerles de todo.

Pero estos agricultores, eran la mano derecha del Olmo, quien hacía cumplir su ley y voluntad, pues... no os he dicho ya que era una dictadura? Sí, había elecciones, pero el Olmo, siempre terminaba siendo un dictador.

Algunos castaños querían retirarse de aquellas tierras y formar su propio territorio, aún sabiendo que muchos de sus castaños las pasaban mal, sus minidictadores, no dejaban de decir que estarían mejor fuera. Y así los fue convenciendo mientras les cortaba las ramas y arrancaba de raíz a los que estaban demasiado mal.

Muchos castaños se indignaban y se revoltaban, pero ante dicha actitud, el Olmo no tardaba en hacer llamamiento a los agricultores y dar algunos hachazos a los castaños rebeldes sin que estos pudieran defenderse. Pero en Castaña, todo era tan ideal, que la culpa no era del Olmo ni de los agricultores, sino, de los propios castaños que quisieron hacer oír su opinión.

Todo siguió así durante un tiempo, el Olmo siguió impartiendo su régimen mientras protegía a los castaños que estaban bajo su sombra y otros castaños más afortunados, les pasaban empalmes para que crecieran mejor y tuvieran más castañas. Mientras el resto de castaños agonizaban o eran arrancados de la tierra.

Hasta que un día, apareció un ruiseñor que prometía derrocar al Olmo, castañas para todos, una igualdad que pondría fin a esa plaga...

Pero eso, ya es otra historia.

PD: Cualquier parecido con la realidad NO es mera coincidencia.

lunes, 26 de mayo de 2014

Ella - El gato

Escrito por Frauenwelt

Atención lector: este relato contiene escenas para adultos.

Tal vez como cada día laboral, llegaba estresada, dejando caer la mochila en el sofá y luego dejándose caer ella con un suspiro más bien tierno.
-¿Otro día duro en trabajo? -pregunté, con la boca llena de cereales.
-No hables con la boca llena, que no te entiendo -me contestó desde el sofá.
Tragué después de masticar apresuradamente y volví a repetir la pregunta, mientras me inclinaba sobre el respaldo, vigilando a la leche.
-Hay gente que sencillamente le gusta tocarme los...
-Azucarillos... -me apresuré a decir.
-... porque se aburre en su casa y sienten la urgente necesidad de venir a mí, a desahogarse y todo lo demás.
Me metí otra cucharada de cereales en la boca mientras me contaba su día. Se parecía mucho al anterior, aunque no quise resaltarle la monotonía semanal.
-Además, estoy atrancada en un relato que no me nace... Tengo la moral... no sé ya por donde puede andar...
-Por el culo de las serpientes.
Rompió a reír mientras alzaba las manos como si estuvieran tocando el culo sensual de una serpiente con nalgas. Una auténtica mutación genética. Dejé los cereales ya solo con la leche en la mesa del comedor y me tiré con ella al sofá mientras le ronroneaba al oído.

Un gato atigrado pasó a nuestro lado con sus caminares sensuales, pasando del tema y como si nos quisiera decir "mira mi culo". Se llamaba Tigre, pero la mayoría del tiempo era "Gato del demonio" o "Dichoso-gato-quita-de-en-medio". Parecía que se dirigía hacia la cocina a comer algo así que nosotras aprovechamos que estábamos lejos de su inquisidora y fija mirada, que es capaz de taladrar el diamante cuando se fija en algo y nos escurrimos a la habitación, a relajarnos un poco.
Dejando la ropa por medio, me quedé boca arriba mientras que Nim adoptaba esa posición de tigresa que tanto me entusiasmaba. Crucé los brazos tras la cabeza y cerré los ojos mientras su lengua dejaba un curioso e invisible rastro sobre mi ombligo, ascendiendo y descendiendo, trazando el camino de una serpiente rectangular.

Entonces se detuvo en la mejor parte y eso me desconcertó. Se puso a mascullar... y es que el puto gato se le había subido a la espalda y se había acomodado.
-Tigre, baja de ahí -dije, intentando espantarlo con cosas como "shu-shu".
Pero al gato el importaba un comino lo que estuviéramos haciendo. Estaba cómodo y punto. Nim, arriesgándose a que la arañase, se incorporó de pronto, cayendo el gato como por tobogán; oímos un "puf" y el gato salió corriendo a esconderse debajo de la cama, como el loco maniático que era.

Intentamos seguir, esta vez con una renovada pasión, centrándonos en el placer que la una sentía por la otra. Noté una intensa mirada. El puto gato se había subido a la cómoda y nos estaba taladrando con una de sus miradas. Nim se interrumpió en cuanto yo dejé de gemir y luego fue ella la que me taladraba con la mirada. Intenté mirarlos a los dos a la vez y por poco acabo como un camaleón.
-Nos está mirando... -susurré, como si fuera una confidencia
El puto gato parpadeó con paciencia. ¿Tiene de eso nuestro querido y mimoso minino?
-Pues que mire.
-Es un pervertido -susurré, mientras Nim soltaba un profundo suspiro y le tiró una zapatilla al gato que la esquivó impasible y se bajó de la cómoda, más chulo que cinco pesetas.

Volvimos a lo nuestro, yo notando la lengua de Nim adentrarse en unas profundidades ya muy conocidas, ella disfrutando con el sabor y los espasmos...

¡Crash!

¡Lámpara va!

El puto gato había decidido vengarse. Tuvimos que dejarlo para recoger los trozos de cristal de la lámpara rota, mientras yo perseguía al gato por la casa, en pelotas, mientras la sensata de Nim negaba con la cabeza. Bien pensado no iba a negar con un pie... o puede que sí...

Los vecinos de en frente, como bien me hizo saber ella tirándome una camiseta, estaban disfrutando del espectáculo.

Puto gato...


lunes, 19 de mayo de 2014

Jana, la egocéntrica

Érase una vez...

una Emperatriz que se llamaba Jana. Tenía a su pueblo aprisionado bajo su yugo que consideraba bello y hermoso. Todos los artistas y retratistas tenían que poner su faz en todas las partes de su querido reino. Allá donde uno mirase, la Emperatriz Jana le devolvía la mirada.

Los esclavos... los súbditos de esta Emperatriz estaban obligados por ley a admirar constantemente la belleza de Jana, ya que contaba con tantos espías que eran incontables; le informaban de cada palabra que no fuese llena de admiración. Y aquel que incumplía, moría.

A Jana le gustaba mirarse en el espejo. Le gustaba que le retratasen. Le gustaba que la admirasen... Se consideraba tan bella, tan hermosa, tan espléndida... que un día, cuando le cayó unas gotas de aceite hirviendo en la cara, no se soportaba.

Y el fuego hizo el resto...


lunes, 12 de mayo de 2014

Las escaleras rotas

Las escaleras no conducían a ninguna parte. Nunca terminaban. Lo sabía pero, por algún motivo que él desconocía, continuaba bajando y bajando y bajando y bajando y bajando y...


lunes, 5 de mayo de 2014

Idilio de perras - Segunda parte

Este es un relato para mayores de edad.

Cayó con las manos por delante cuando la Ama abrió el armario de repente. Marina, que salía jadeando, alzó la mirada. Yolanda le sonreía mientras negaba con la cabeza. La obligó a ponerse en pie mientras que con un cinturón de cuero pasaba veloz por unas intimidades tan mojadas que pareciese que se había dado una ducha más que esperado con el aliento escondido en la boca a que la madre de Yolanda se fuese. Marina se quedó quieta mientras su Ama daba una vuelta a su alrededor y la mirada como si estuviera calculando el valor de su piel.
-Perra mala -musitó, no sin un deje de placer mal escondido.
Enarboló el cinturón con el que empezó un azote, con un sonido que reboto en las cuatro paredes de Yolanda, testigos mudos de un amor ferviente y curioso. El primero dolió, dejándole la carne roja de la nalga como si se la hubiera teñido con tinte de rosa. El segundo fue dado desde la rabia del placer que le suponía a Yolanda contemplar los tiembles de Marina, que no podía encogerse, que osaba aguantar su mirada con cada latigazo en aquellas posaderas tan firmes y hermosas, mantenidas mediante el ejercicio y la natación. El tercero lo dio más arriba, haciendo retroceder sin permiso alguno a Marina; Yolanda, ante esta muestra de voluntad no concedida, la cogió de la muñeca y la puso a cuatro patas sobre el frío suelo. Una de sus botas se puso sobre su espalda y una sonrisa afloró sobre sus labios, sintiéndose poderosa y dueña del cuerpo y, tal vez, alma de aquella perrita desobediente.
-¿Qué pasó? ¿Que al salir del armario has olvidad quién eres? -chasqueó la lengua varias veces-. Tendré que reeducarte, entonces, ¿verdad? Porque cuando la perrita se porta mal...
Pasó con una lentitud exasperante el cinturón de cuero mojado y caliente por las intimidades oscuras de Marina. Utilizando el cinturón que ella misma llevaba, amordazó de una forma práctica a Marina, que la miró sorprendida ante la nueva táctica que había decidido adoptar. Aquello había dejado de ser un "aquí te pillo, aquí te mato".

Se arrodilló a su lado, se lamió los dedos y, utilizando cruelmente el índice, repasó el contorno de la figura carnosa de aquella concha de mar viviente y sonrosada. Metía el dedo hasta la uña y lo sacaba, tanteando el terreno humedecido de un monte de Venus excitado con el pulgar, mordiéndose Marina los labios por no gemir.
-Te has corrido sin mi permiso. ¿Tanto placer te daban unas simples velas? -preguntó, dándole una nalgada bastante sonora.
Tomando el objeto mencionado, lo lubricó con los fluidos sobrantes que se escurrían sin importarles la situación o los temblores de Marina, girando el frío objeto a pesar de haber estado encerrado en una cavidad oscura y ardiente.
-Contéstame, que te he hecho una pregunta -replicó, mordaz, Yolanda, preparando la vela más gruesa.
Marina intentó vocalizar algo con la mordaza mojada y babeante en la boca, pero todo lo que se oyó no fueron más que sonidos ininteligibles. La Ama sonrió, complacida ante el intento fútil por dar respuesta a una pregunta que ella misma sabía. La vela ligeramente humedecida se empezó a abrir camino por unos pliegues oscuros, secos y sin explorar aún.
La primera reacción de Marina hizo que Yolanda tuviera que contener una sonora carcajada que amenazaba con escaparse de su garganta, pues se había puesto bastante tensa para después inclinarse hacia delante, con un grito de dolor. Cogiéndola del collar, tiró de ella hacia atrás, mascullando que el movimiento había sido en un sentido incorrecto. La vela se abrió paso de una forma brusca, en parte por lo virginal del lugar, en parte por lo poco lubricada que se encontraba la vela. Marina siguió gritando ahogadamente, mordiendo el cinturón, notando el sabor de la tela como si fuera un fluido propio.

Yolanda la sentó en el suelo, desapareciendo prácticamente el objeto, alarmando a Marina. La Ama la empujó hacia atrás con el pie, casi con desprecio y, mientras la alarma de la perra crecía por creer inocentemente que era un objeto ya no recuperable, intentando incorporarse, deseando sacárselo antes de que ahondara más y tuviera que ir a urgencias, roja de vergüenza y sin una explicación viable ante el suceso, Yolanda aprisionó sus brazos bajo las rodillas, chasqueando a modo reprobatorio la lengua. Lamió su cuello con codicia mientras Marina intentaba decirle que ya no estaba para juegos... pero Yolanda no quería escuchar, porque tenía la llave al pequeño y miserable problema de su perra.... pero eso era parte de la diversión: mantenerla en aquel estado de tensión permanente, mientras creía fervientemente que ese objeto extraño, la vela, no podría sacarla si no unas manos expertas y de guante blanco, aprovechando la ocasión para violarla mientras se revolvía bajo su pecho.

Le dio un tirón de aviso con los dientes en una de sus orejas. El comportamiento, lejos de disgustarla, la estaba excitando a una velocidad alarmante. Trazó un camino de caracol con la lengua a lo largo del pecho, pasando por ambas rotondas, deteniéndose en un semáforo invisible en el ombligo, donde la lengua se perdió unos instantes por aquella cicatriz de nacimiento antes de continuar su descenso, sosteniendo con fuertes manos los brazos de Marina, que se revolvía cual pez fuera del agua. Llegó a tal punto su desesperación que Yolanda tuvo que atarle los brazos a la espalda, a falta de un cinturón, con una de sus camisetas.
Volviendo a la tarea anterior, terminó por hundir la lengua en una oquedad inquieta, mojada y palpitante, como si fuera una daga en un corazón aún vivo. Con sus labios hizo ventosa, arrancándole un poderoso grito ahogado a la pobre muchacha, cuyos brazos empezaban a dolerle. Lamió la Ama como si fuera un cachorro la fuente de aquel pequeño manantial, poniendo especial interés en el monte de Venus, excitado e hinchado.
Ayudándose finalmente de los dedos, empezando por uno y terminado por cuatro pequeños tentáculos inquietos y una lengua que se encargaba de ese botón especial, Marina se terminó corriendo, arqueando la espalda de tal forma que parecía que en cualquier momento se le fuera a partir en dos. La Ama recogió satisfecha los frutos de sus esfuerzos constantes y continuos y, sin llegar a tragárselos en ningún momento, acercó su cara a la enrojecida de Marina y, desplazando hacia abajo la mordaza que impedía que las palabras salieran de la boca de su perrita, se dispuso a besarla.
-¡Ya no tiene gracia, Yolanda! ¡Suélta...!
La aludida la besó, abriendo su boca y la de Marina dejando que los fluidos propios de esta última se escurrieran por su mandíbula y emprendieran el camino abajo hacia su garganta, provocándole una ligera tos. Yolanda la volvió a amordazar, con una sonrisa muy lobuna.
-Te daría de comer pero estás muy revoltosa, perrita mía. Veamos que se puede hacer ante tu creciente excitación...

Se acercó unos instantes a su cama, levantó el colchón, revelando su última adquisición. Lubricante frío y un consolador azulado, de gran grosor y tamaño. Marina volvió a revolverse, aumentando el calor de Yolanda, que, ante su desesperación, alimentaba sus ansias de poder sobre aquel cuerpo atad. Podría hacerle tantas cosas si sus padres no volvieran en más de un día... podría torturarla y darle placer de tantas maneras... pero la perrita estaba tan revoltosa... Suspiró para sus adentros y se arrodilló frente a los pies de Marina, que ya se había cerrado, desafiante y ligeramente enfadada, estando más asustada que enervada.
Empezando un ligero lenguetazo, una confesión a aquella cavidad antes de desparramar el contenido del bote sobre él, no porque estuvieran las intimidades secas cual desierto, si no por el efecto que producía en la piel, de un frío intenso, más allá de un producto que se ha dejado toda la noche a la luz de las estrellas.
Marina se revolvió ante la fresca y heladora sensación que fue acompañada por una ligera presión en su oquedad humedecida. La Ama sacó la lengua, mientras daba pequeños empujoncitos con el consolador a la cueva viviente, contemplando casi fascinada como los propios músculos de tan preciada zona lo terminaban expulsando. Con cuidado y algo de mimo, fue empujando el consolador, oscuridad adentro, haciendo gritar por enésima vez a Marina, ya que el lubricante se había colado en el interior y era algo nuevo y diferente... y no sabía si le gustaba la sensación que le causaba.

Yolanda, utilizando una mano para mover un inquieto consolador en su interior, usó la otra mano para apoyarse en el suelo y, con los dientes, le quitó la mordaza a Marina, para besarla, casi ahogándola con su hálito, con sus labios, declarando la invasión con la lengua, contando los dientes que había dentro de esa boca tan dulce. Al mismo tiempo, sin tener muy claro la perra como lo hizo (y sin revelar Yolanda el secreto), tironeaba también de la vela escondida en unas profundidades sin explorar, como las de los océanos; Marina empujaba con los pies al suelo, arqueando la espalda mientras su Ama se llenaba la boca con sus dulces y sensibles pechos, cuyos pezones se ponían cual picos de montañas heladas. Alternando turnos de entrada y salida entre ambos objetos, sin permiso ni consideración ninguna, Marina empezó a llegar al límite del orgasmo.
A modo de especie de castigo, Yolanda se hizo la promesa de dejarla fatigada a base de fuertes sensaciones como era aquel orgasmo. Maniobrando con más libertad al invadir su boca los otros labios que se suelen pintar de carmín, devoraba el monte de Venus con una avidez insoportable, llenando cada hueco con su presencia.

Ambas perdieron la cuenta de cuantos llegó a tener Marina en los siguientes veinte minutos, pero cuando la perra despertó, estaba en la cama, arropada pero con una ligera incomodidad. Al levantarse, notó como si fuera un tampón, un objeto de gran tamaño que... empezó a vibrar ligeramente, como un gato que se siente a gusto que ronronea.

Yolanda le sonrió sentada en la silla del escritorio.
-Lo llevarás mañana a clase, a modo de castigo por tus impertinencias de hoy.
Marina enrojeció, la Ama se le acercó y brindó a sus secos labios un poco de su saliva, buscando consuelo entre sus manos, buscando una forma de satisfacerse sin llegar a darle a ella nada, sintiéndose castigada más que premiada, pues cierto era que Marina había disfrutado muchísimo más que Yolanda... quería su parte, quería que Marina se vengara, que le hiciera algo que ni a ella misma se le ocurría pensar... pero sabía que, por su naturaleza, ese suceso nunca se llegaría a dar.

¿O tal vez sí?


lunes, 28 de abril de 2014

Anaranjado

Le gustaba mucho el color naranja. Prácticamente no podía vivir sin él y, al final, vivía solo para él. Vestía ropa naranja, se tiñó el pelo anaranjado, comía solo cosas de su color favorito... su pareja le terminó dejando el día que se despertó por el cosquilleo de la brocha en su piel, tirante por la pintura. Gastó una fortuna y media para pintar cada rincón de su casa naranja. El mismo acabó así... por fuera. Un día, murió intoxicado por beberse un litro de pintura naranja. Quería haber pintado sus tripas de tan adorado y alegre color.


lunes, 21 de abril de 2014

Comida

En algún lugar del mundo se encontraba un magnate comiendo un trozo de cordero.

Mientras disfrutaba de ese pedazo de carne, por unos instantes se llegó a preguntar de dónde podría provenir, pues después de todo, era un pedazo de un animal al cual sacrificaron para una causa. Aunque después de todo, solo fue criado para eso, para ser comido.

En este caso, el trozo de cordero que comía era lechal, un manjar.

Carne blanda, jugosa, de un cordero joven, lo justo para que sus músculos sean fáciles de masticar y paladear.

Todo estaba alineado con una salsa de lo más exquisita, entre ellas, la misma salsa que desprendía el pedazo de carne poco hecho. La sangre.

Mientras, en otro lugar del mundo se encontraba un pastor, con su rebaño, vigilando que fueran creciendo, alimentándose y siguieran ignorantes de su destino final. Después de todo, le pagaban para que cuidara del rebaño y lo dirigiera como tal.

Entre aquel rebaño, hacía un tiempo un joven cordero había desaparecido, nadie se preocupaba por él, después de todo, solo era uno más.

Aún así, ese rebaño, igual que otros tantos tenía una peculiaridad... tenían sentimientos, por lo que los padres del joven lechal echaban de menos y lloraban la perdida de su hijo, en lugar de estar postrados sobre cuatro patas, caminaban sobre dos, en lugar de lana, llevaban ropas, en el mejor de los casos; y sino su propio pelo que cubría su cuerpo.

Después de todo... ese rebaño somos nosotros.


lunes, 14 de abril de 2014

El paso

No sabía donde centrar la mirada. No le apetecía prestar atención porque tenía miedo a las alturas. Pero claro, estaban a punto de llegar. Era su pasaporte. Tenía que hacerlo. Pasos en las escaleras, la puerta que se abre de golpe. Un grito que intenta impedírselo.

El paso definitivo y la gran caída. Por fin era libre. Libre.


lunes, 7 de abril de 2014

Tarantela I

Sentía una curiosa atracción por ella... tan vez porque tan solo se trataba de una compañera de clase. Sin embargo, tenía ese perfil bondadoso, como si de una persona sumamente inocente se tratase. Nunca había tenido el placer de hablar con ella, pero sí que la había espiado por los pasillos, la había contemplado distraídamente en clase, cuando salía a exponer algún aburrido trabajo que, repentinamente, se volvía del todo interesante cuando ella tenía que hablar.

Creía firmemente que su mundo giraba entorno a esa compañera de clase. Cuando llegaba a casa, se encontraba totalmente incapaz de prestarle un poco de atención a sus estudios y, cuando lo lograba, se interrumpía siempre a mitad de frase, para suspirar por esa compañera de clase, a la que le había dedicado miles y miles de poemas, pero que nunca se había atrevido a dejarle ninguno.

Una bonita mañana nublada, cuyo cielo amenazaba con romper a llover en cualquier momento, se sintió con las suficientes ganas como para hacerle obsequio al centro de su mundo con uno de sus mejores poemas. Salió todo lo pronto que pudo de casa, cogió el metro y llegó antes que nadie al aula. Se quedó al lado de la mesa de la chica que tanto le gustaba y la contempló. Sin ella, perdía parte de su esencia pero, al imaginársela ahí, sentada, atenta, guapa, prestando atención, tan inocente... sintió un calor repentino y una tensión insoportable entre sus pantalones. Enrojeciendo como la grana por aquel acto, dejó apresuradamente la pequeña nota con su mejor poema y corrió al baño para intentar calmarse de alguna manera que no fuera satisfacerse, pues le daba la sensación de que si se masturbaba en su nombre, era algo así como macillárselo... y no quería eso para con ella.

La chica, por supuesto, encontró la nota nada más llegar. Con una sonrisa lo abrió, sonrisa que se fue borrando poco a poco, como con disolvente. Contempló la reacción de su compañera de clase con un fuerte dolor en el pecho. ¿Qué pasaba? ¿No le gustaba? La chica en cuestión miró a su alrededor, como buscando una mirada que le indicase quién había sido. En estas, apartó la mirada, esperando no ser el blanco de la chica que tanto adoraba.

El poema que le había escrito, decía así:

Con tu mirada caen reinos,
por tu sonrisa hombres se arrodillan,
un mundo por un beso en tus manos.

Una reina de bella pelambrera,
una dama de ojos que brillan,
maldición a quien no te quiera.

Treinta y seis yeguas perladas
que pifian relucientes
en las montañas sonrosadas.

Ojos sinceros y diferentes,
enamoradizos, claros,
me arrodillo ante ellos.

Con tu mirada caen reinos,
por tu sonrisa hombres se arrodillan,
mi alma se estremece con un suspiro tuyo.

Pasó la mañana preguntándose qué podía tener de malo su poema para que la chica, su compañera de clase, el centro de su diminuto universo, hubiera buscado con una mirada que nada tenía de enternecedor al autor de la nota con letra temblorosa.


lunes, 31 de marzo de 2014

Diario de...

Hoy he cumplido 3 años y papá y mamá me han permitido tomar el control y escribir esta entrada.

Muchos de vosotros no me conoceréis, eso está claro, pero yo os conozco a todos vosotros.

No, no soy el gran ojo que todo lo ve, pero sí al que le cuentan todo.

Pero no os quiero aburrir con tonterías, después de todo, es mi cumple!!

Papá y mamá no me han dado nada especial, aunque he podido correr mucho!! Y oler muchos culos!!

Sabéis? además, aquel canijo... no deja de mearse donde yo... es un pesado! Siempre tengo que regar nuevamente... y claro, mantener la zona controlada... es un trabajo que requiere de mucho trabajo! Y pipi y popo... todo sea dicho de paso...

Además, en casa, hay días que vienen gente que no conozco! Pero me tratan muy bien! Y algunos huelen a macho, a hembra... a gato... Pero siempre me dejan estar con ellos mientras papá y mamá están con ellos tirando unas cosas que hacen ruido en la mesa y haciendo el tonto...

Sabéis lo mejor? que después dicen que soy yo el que hace tonterías! Si ellos se vieran... hablando, caminando sobre sus dos patas, poniendo caras... y encima... siempre tan atareados!

Oh! Una ardilla!!!

Esto... ah sí! que... no paran nunca por casa y viven muy deprisa, cuando el placer que se tiene de dormir tooodo el día, estirarse en el sofá... y porqué no? ponerse la tele mirando un documental de esos... (que no se enteren papá y mamá) que salen otros haciendo guarrearías, que dicen ellos...

Pero... oh!! que es lo que veo! una piñaaaaaaaaaaaaaaaaAAAAAAAAAAAA!

Os dejo!

Un guau!

UNA PIÑAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!!!!

lunes, 24 de marzo de 2014

Idilio de perras - Primera parte

Este es un relato para mayores de edad.

A pesar de que eran compañeras de clase, decidieron hacia ya mucho tiempo que querían traspasar la franja de la frívola amistad, amándose en silencio en clase y ante los ojos del resto del mundo, dándole inocentes caricias, tontas palmadas en el culo y riéndose abrazadas, solo para consolar a sus cuerpos de la lejanía, del abismo que se había abierto cuando tomaron la decisión. Una de negros cabellos, cual ala de un cuervo, recibía el nombre de Yolanda y era la Ama, por su carácter de aquella otra de cabellos cual amanecer deslucido, nombrada Marina de nacimiento, sencillamente perra a los pies de su Ama, a quien le lamía las zapatillas, las botas, los pies... siempre que el tiempo y la intimidad les dejaban.
Fingir frente a sus compañeros de clase era lo que más les costaba, sobre todo cuando se notaba en una de las dos que la pasión le estaba carcomiendo por dentro.

Fue así, una bonita tarde de un miércoles cuando ambas se miraron y caminaron a casa de Yolanda, porque estaba más cerca y por la conveniencia de que sus padres no estuvieran hasta la noche. Con el cambio de centro no podían darse tantas caricias en los baños, pues estos eran pequeños y siempre había gente en ellos... y esa gente hubiera encontrado extraño que hubieran salido dos personas de un mismo habitáculo.

Yolanda, la Ama, con un porte orgulloso y una sonrisa muy lobuna, sintió de nuevo el poder cuando se acercó a su perrita favorita, cuando la empezó a desnudar con una lentitud dolorosa, pasando la lengua por su carne sonrosada, casi láctea. Devoró sus pezones, que pronto se mostraron ávidos de la calidez y humedad de la boca de la Ama, quien prohibió los gemidos de su perrita, a modo de un pequeño castigo de contención. Pronto quedó Marina desnuda, desprotegida, a cuatro patas y saboreando el empeine de los pies de su querida Ama. Esta sacó por fin el collar de su cajón, junto con la correa, poniéndosela alrededor del frágil cuello de Marina. No podía ponérselo más allá, pues algo de ese carácter hubiera dado más de una señal que un simple cachete en el culo. Lentamente, con tirones, la arrastró de la cadena hasta la cama, obligándola a subir pero dejando medio cuerpo en el suelo, de forma que las rodillas tocaban la alfombra de Yolanda y el pecho, con sus picos helados, las sábanas frías de la cama de su Ama. Esta se arrodilló frente a los pliegues sonrosados de su perra y olfateó ruidosamente, metiendo la lengua, saboreando la oquedad humedecida con cuatro caricias.
Una sonrisa se perfiló en los duros labios de Yolanda. Fue hasta la mesita de noche y sacó una pequeña vela, alargada y delgada. Poco a poco, primero tanteando hacia arriba y hacia abajo, como si fuera la verga de un adolescente, para luego ir metiéndola pausadamente, tomándose su tiempo, contemplando cómo cuando la sacaba unos centímetros, estaba mojada, perlada por una sustancia semitransparente, fruto de la desesperación de su perra. Terminó la vela su camino, habiéndose contenido Marina de no soltar ni un solo gemido, por mucho que le hubiese costado pues, a pesar de que se moría por expresar el gran placer que aquello le suponía, su Ama no le había dado ningún tipo de permiso para que entreabriera los labios y dejara escapar el aire.

Yolanda, dándose rápida cuenta de este suceso, sacó una vela de mayor grosor, diciendo:
-Vaya, parece que hoy me va a costar más complacerte para complacerme, ¿no, perrita?
Alzó la vela más pequeña, teniendo cuidado de no romperla, sin sacarla, haciéndole sitio a la más grande que fue abriéndose paso a marcha de caracol, deteniéndose en varias ocasiones, balanceándose de cuando en cuando, arrancándole gemidos de dolor y placer a la perra. Dejó Yolanda ambas velas al límite de aquella deliciosa, olorosa y húmeda oquedad, que solo bastaba un empujoncito para que desapareciesen en la gruta oscura. La mano de la Ama recorrió el borde de la pelvis y subió hacia arriba, tanteando un agujero aún por descubrir.
-Mmm... ¿Qué es esto? -ronroneó Yolanda, inclinándose sobre su perra, rozando sus pechos vestidos sobre la espalda fría y desnuda de Marina.
-¿El qué, m-m-m-mi señora?
Yolanda tironeó descuidadamente del vello rojizo de la perra, aún sin depilar.
-¡Ay! -se quejó la dueña del vello.
-¿Ay? -rió la Ama, quien le soltó un fuerte azote en la nalga derecha-. ¿No te da vergüenza presentarme tu coño así? ¿Sin desnudar por completo? ¿Acaso tienes miedo de que no me vaya a gustar o es que no me lo quieres mostrar en su máxima desnudez?
-Ama, yo...
-¡Silencio! -dijo, autoritaria, excitada y candente la Ama, tirándole del pelo a Marina.
Pasó su lengua por la mejilla y el cuello de la asustada perra; le soltó el pelo y sacó una caja de cerillas del cajoncito de donde había salido las velas y su querido collar, así como la correa. Prendió un fósforo. Contempló con retorcido placer cómo se estremecía Marina. Prendió la vela mayor. La perra soltó un pequeño grito, al notar el cercano calor, que quemaba. La Ama le ordenó que no se moviese si no quería que encendiese la otra, que estaba mucho más cerca del vello.

La cera derretida y caliente se escurrió por los pliegues sonrosados y palpitantes de Marina, que se estremeció de dolor y placer a un tiempo. Yolanda sonrió y pasó sus largas uñas por la columna vertebral de la torturada perrita.

Inesperadamente, oyó como la puerta principal de la casa de abría.
-Yolanda, cielo, ¿estás en casa?
Ama y perra miraron hacia la puerta principal. La primera apagó la vela y arrastró a su perrita al armario, recogiendo la ropa por el camino, dándole un último empujón y cerrando tras ella. La madre entró en la habitación y encontró a su hija plegando la ropa que había dejado por la mañana en la cama.
-Oh, estás aquí. ¿No huele un poco raro?
-Sí, fue cuando abrí la ventana, creo que viene de fuera -comentó la Ama, controlando su temblor.
-¿Has visto la carpeta de tu padre? La necesita para la reunión... me tiene de secretaria.
-No, no la he visto -dijo Yolanda, mirando a su madre con una inocente sonrisa.
-Estará en el despacho, seguro -oyó Marina, temblando.
Vibró su móvil. Miró y vio un mensaje de su Ama.
Mastúrbate con las dos velas al mismo tiempo. Contuvo el aire y, dejando la ropa en el suelo con el mayor sigilo posible, se apoyó contra las perchas y, conteniendo el aire, inició la tarea, intentando no gemir sabiendo la presencia intrusa de la madre entretenida por su hija.


lunes, 17 de marzo de 2014

Humano asado

Podría haber sido un día cualquiera, Podría haber pasado el día disfrutando, como otro cualquiera, solo que con una vestimenta un poco extravagante debido a que era carnaval. Lo pasaba bien, como decía, entre compañeros que vestían de payasos, de médicos, de secretarios, de vampiros, de brujas, de cavernícolas... una gran variedad de disfraces y él, tan tranquilo paseándose por los pasillos, comentando esto y aquello con unos pocos amigos que veía aquí y allá, dispersos y felices.

Se le acercó una persona, curiosa por su vestimenta. Le parecía un gato muy simpático hasta que, como más de una vez, habló y estropeó su primera impresión.
-Oye, tío, ¿y tú de que te has disfrazado? Pareces un científico ochentero con esas pintas, ja, ja.
Él sonríe un poco cohibido y responde que es una crítica social hacia los transgénicos, como las sandías sin pepitas.

El otro, el gato, le miró sin entender. Y dijo:
-¿Qué son los transgénicos?
Él sonrió y sacó el lanzallamas. Convirtió al ignorante en una parrillada excelente.

Todos sus compañeros disfrutaron de la jugosa carne del hombre-gato-ignorante.

Y estaba de rechupete. A pesar de todo.


domingo, 9 de marzo de 2014

Vivir

Erase una vez, en un país muy, muy lejano un ser que solo vivía el presente, el momento, disfrutaba de todos los placeres conocidos y por conocer. Desenfreno, locura, diversión... solo conocía el placer, el disfrute de la vida.

Únicamente se preocupaba por vivir su vida al máximo.

Tanto... que se olvidó de ser feliz.

lunes, 3 de marzo de 2014

Estrellas muertas

Corría por el pasillo, tal vez huyendo, tal vez persiguiendo a alguien. Corría sin parar, jadeando, sin nada más que su extraña piel azul que la protegiera del frío de la abandonada ciudad. Corría, con un jadeo persistente, buscando o tal vez huyendo.El sonido de su voz se había perdido.

Y algo la seguía por el pasillo. Corriendo tras ella, dejando ya claro como un lago de aguas quietas que estaba huyendo, que aquella cosa la perseguía. ¿Qué era? Tenía demasiadas patas, tenía demasiada curiosidad por saber qué pasaba si la cogía en brazos. En su especie reinaba el mito reverencial de que, si la tocaban, estallarían en un millón de estrellas que corrían al cielo a reunirse con otros tantos de puntos luminosos, algunos ya muertos pero que nos llega el resplandor, el último resplandor de su vida, el último aliento.

La chica que huía patinando y tropezando, terminó de caer al suelo. Y la criatura le dio alcance.

-Por favor... por favor, no me toques.

Demasiado tarde.

¿Quién podría decir qué fue aquel resplandor azulado que se vio a la noche en la torre de la criatura marina, a la que reverenciaban como si fuera un ángel caído? ya llevaba bastante tiempo entre ellos, los tataratararatatarabuelos ya la conocían. Tenía más de mil años. Pero era buena y les daba cosas con una sonrisa triste, les daba felicidad y vida alargada, juventud y prosperidad a cambio de una cosa sencilla. No podían tocarla.

Aquella noche, en concreto, salió una nueva constelación al cielo. La llamaban "El insensato".


lunes, 24 de febrero de 2014

Placer silencioso

Üna tenía una costumbre peculiar. Gozaba tocándose el vello muy corto de la entrepierna, en el más pulcro silencio. Si oía un sonido, por mínimo que fuese, aquella placentera actividad, dejaba de tener sentido. Üna se perforó, una tarde, los tímpanos con un cuchillo. Üna es feliz.