jueves, 28 de mayo de 2015

Hazlo

Notaba la pulsación a mil por hora. Su corazón también parecía decírselo.

Quedaban menos de cuarenta segundos para que llegase el metro. 

Tenía que hacerlo, claro que sí.

Treinta y cinco segundos.

Su consciencia e inconsciencia prácticamente se lo estaban gritando: "¡Halzo!".

Veinte segundos.

Le temblaban las manos. ¿Estaba sudando? 

Quince segundos.

Mariposas en el estómago. Ese hormigueo... 

¡Hazlo!

Diez segundos.

¡Hazlo!¡Hazlo!¡Hazlo!¡Hazlo!

Entra.

¡Hazlo!¡Hazlo!¡Hazlo!¡Hazlo!¡Hazlo!¡Hazlo!¡Hazlo! ¡¡HAZLO!!

Cuando el tren ya estaba a punto de rebasarles, la empujó a las vías. 

-¡Quédate parapléjica, zorra!


martes, 5 de mayo de 2015

El juego de Sakhmet - Tapa de sesos

La noche que cae. Se pasó la lengua por los labios, deseando paladear la sangre que estaba por llegar. Después de su último encuentro, había decidido darse un pequeño descanso, que, empero, no había durado tampoco demasiado. Se sonrió, con cierta ironía. Ni ella ni su fiel guadaña podían esperar mucho para probar la sangre de personas que arderían pronto en el Infierno, dando más diversión a Lucifer, tras una visita suya. Se acuclilló en la azotea y observó la lista de Sakhmet. 

El siguiente de la lista lo tenía crudo, porque ya la veía borracha por la calle acompañada de un grupo de amigas. No quedaban muchos portales para su casa, y entonces, caería en su trampa. 

"Bien, bien. Que comience la diversión", se dijo, mientras  bajaba de la azotea y entraba en el hogar con la fácil habilidad de las ganzúas. Ahora solo tenía que esperar. El día terminó de morir, llevándose consigo un agónico crepúsculo, cuando su víctima inconsciente cayó en su tela de araña. 

Empezaba el juego.

La mujer estaba tan borracha que ni se daba cuenta de la presencia intrusa en su hogar. Se limitó a quitarse los zapatos y a tirarse boca abajo sobre la cama, con un suspiro. Pasito a pasito. Todo lo lento y despacio para poder cazarla. Y entonces, se tiró encima de ella, presionándole la garganta hasta que perdió el conocimiento, pero no la vida. Eso sería demasiado rápido.

Una vez la tuvo atada a la silla, la contempló. Uhm, interesante. Ya tenía ganas de experimentar con su frágil cuerpo. 

-Bien. Buen comienzo -dijo Mila, con una ancha sonrisa, tras despertar a su juguete y ver sus ojos aterrorizados-. Se bienvenida al mundo de las pesadillas, oh, gran ramera. Hija de un mutante de cloacas y con una lengua muy suelta.

Desenfundó, lenta y placenteramente, su guadaña. La mirada de Micuta iba de Mila a la afilada arma y de esta, nuevamente a la mercenaria, cuya sonrisa permanecía, impasible, en sus labios. Con gran precisión de cirujano, el dedo índice, sin desearlo, fue separado con una lluvia escarlata de sus hermanos y de la mano derecha. Un grito ahogado salió de los labios de Micuta. 
Obligándola a poner el brazo mostrando las venas, practicó una incisión desde el codo hasta la muñeca y comenzó a romper en pequeños trozos las distintas venas y arterias, saliendo la sangre bombeada con direcciones desconocidas. Pataleaba Micuta; Mila sonreía. Practicó una extraña sonrisa en su otro brazo, que luego fue mutilado y cortado, cayendo como si fuera piezas de un carnicero al suelo desnudo.

-Es curioso que una pelandrusca como tú tenga una sangre tan escarlata y normal -comentó Mila, tocando el hueso desnudo que asomaba por el muñón, retirada parte de la piel y músculo que lo recubría, con sus correspondientes gritos e inútiles súplicas, regado todo con saladas lágrimas de dolor y agonía. Llevóse el dedo a los labios y paladeó la especiada sangre. No era distinta a otras tantas, pero el miedo se notaba, extrañamente, más fuerte. Aquello la hacía un poco más amarga, pero al fin y al cabo deliciosa.

Le arrancó el pijama ensangrentado y clavó la guadaña en el vientre con habilidad, asomando, divertida, la punta por sus intimidades. Tiró de ella y le partió el hueso, la carne y la negrura de su ser. Sí, aquello era lo que buscaba. Probar cosas nuevas a veces iba bien. Prosiguió cortándole los dedos corazón de ambos dedos, despellejó los meñiques y le amputó los pechos, que cayeron como si fueran sintéticos al suelo, rebotando previamente sobre las rodillas de una mediomuerta mujer.

-Ah, Micuta, Micuta... Qué poco duras y cuan problemas diste.

Atravesó, con sencilla facilidad para su afilada cuchilla, el mentón, trinchó su lengua y sus ojos se abrieron desmesuradamente, todo lo que pudieran abrirse unos ojos casi muertos de una futura cadáver. Mila, con visible satisfacción, tiró. Desencajó su mandíbula y luego, invirtiendo la cuchilla, la clavó en el paladar y acertó en el cerebro. Sabiendo lo que había hecho, perforó su garganta con la guadaña, seguidos de los pulmones, semejantes ahora a coladores, divirtiéndose cómo pugnaba por respirar y el aire, tan preciado, escapaba por miles de agujeros que se llenaban al mismo tiempo de sangre. Observó, en silencio y apoyada en su letal arma, como gorgoteaba, como escupía sangre por el borde de la cinta adhesiva, como se colapsaba.

Se acercó a ella y le susurró:

-Todas las cortesanas van al Infierno. Nos vemos allí, necia.

Y, como despedida, sacó una daga de brillante filo y la cegó, lentamente; clavó la hoja en un ojo, lo retorció, lo hundió al cráneo y siguió con el otro, corriendo el mismo destino que su sangrante y muerto hermano. Su cabeza quedó en aquel ángulo extraño. Le quitó la cinta que la amordazaba y, antes de soltarla, la decapitó. Posó, con delicadeza, la cabeza de Micuta en el suelo. Luego desató al resto del cuerpo y lo tumbó en el suelo, con las manos separadas del cuerpo, boca arriba, donde puso sus pechos cortados. Abrió su pecho sangrante, rompióle la caja torácica, sin dejar ni una sola costilla en pie y metió, cuidadosamente, los trozos del brazo mutilado en su interior. Arrancó su corazón y lo dejó en un lado, pensando algo especial. Una dedicatoria macabra, puede ser.

El dedo índice se coló por el agujero del mentón y lo dobló, a pesar de la rigidez, de manera que pareciese más un anzuelo que una extremidad. Los dedos corazón fueron escurridos con algo de dificultad por la garganta perforada de Micuta; dejó la cabeza sobre la mesa y, tomando el corazón, fue a la cocina.

Recordaba que Jackie decía de un riñón, pero su corazón, podrido metafóricamente hablando, era más prosaico y dulce. Lo cocinó al curry, lo sirvió y lo dejó en la mesa, dispuesta para una persona, con una pequeña nota, escrita con arte y maestría, con la sangre de Micuta.

Exhaló un suspiro. Se pasó la lengua por los dedos manchados de aquella miel escarlata y miró la cabeza, con evidente placer. No. Aquello ahí no le gustaba. Por ello la cogió del cabello y, con precisión, abrió el cráneo horizontalmente, seleccionando unos trozos toscos del cerebro para luego metérselos en la boca de Micuta; tras eso, satisfecha, abrió hasta hacer crujir las piernas del cadáver, la puso en medio, logrando que la dentadura mordiera la carne, en una postura de felación macabra que le resulto divertida.

-Así eras en vida. Así llegarás al Infierno -musitó, con media sonrisa algo lobuna.

Se limpió las manos tras haber catado más de una vez la sangre que en ellas guardaba su epidermis. Recogió su guadaña, suprimió su presencia en la casa con base de la experiencia... y salió contemplando la luna, sonriente ella, sonriente Mila. Ha sido una noche preciosa..., se dijo, encaminándose a su moto.

Esperaba llegar a casa cuanto antes. Esperaba poder meterse en la ducha y cerrar los ojos, rememorando el ínfimo placer que había sentido mutilando a Micuta, relevándola a donde realmente pertenecía y pertenece, ad eternum.

Podía sentir su corazón bailar en su pecho de excitación y placer. Retumbaba como los tambores lo hacían en las minas de Moria. Como los pasos del gran dragón Smaug en su cueva. Latía, vivo y lleno de sangre. Miel rubí, solía pensar.

Y tenía razón


jueves, 23 de abril de 2015

El juego de Sakhmet - La venganza es un plato que se sirve con maíz

Aviso: Este relato contiene escenas explícitas no aptas para menores de edad... ni para personas sensibles, ya puestos. Léelo bajo tu responsabilidad.

X
Mila sonrió ante el siguiente despojo humano que tenía ante sí. El nombre de la lista estaba en negro por lo que solo tenía que jugar a ver cuántas partes le podía separar antes de que se desmayase. Estaba segura de que dos. No solían pasar de ese número. Había aparcado la moto a tres calles de distancia, entrado en el hogar sigilosamente y atacado con cloroformo. Clásico, pero funcionaba, que era lo importante. La primera parte de la caza, siempre era la más complicada. Sin embargo, cuando la víctima ya estaba atada a la silla, amordazada y con la vista vendada, bueno, ¡el resto era pura diversión!

Mila se tomó un tiempo para contemplar el cuerpo de la víctima que iba a sufrir su presencia. Temblaba como una hoja y, por supuesto, no dejaba de lloriquear. Al fin, le quitó la venda de los ojos. Oh, sí, ahí estaba. El miedo. En tal intensidad que era casi excitante.

-Hola -le dijo, observándola de arriba abajo-. Bienvenida a tu descenso lento y doloroso al infierno -dijo con una amplia sonrisa.

La mujer, si hubiera podido decir algo, probablemente lo hubiera hecho; quizá hubiera pedido ayuda o, el gran clásico, hubiera suplicado por su vida. Tantas posibilidades... pero solo gritaría de dolor, claro que lo haría. Se encargaría de ello.

Sin desenfundar aún la guadaña, disfrutando de los pequeños placeres, sacó una daga y se acuclilló a sus pies. Empezó la diversión para la joven mercenaria, a la vez que empezaba la pesadilla para la torturada. Contó los dedos de un pie, cantando una canción infantil, eligió el dedo gordo, al grito de "y este se lo comió", lo sesgó, separándolo del resto de sus compañeros. La víctima, desesperadamente intentó echar hacia atrás el pie, pero como estuvo atada, malgastó energía. Prosiguió por el dedo índice, levantándolo más allá de lo posible, crujiendo el hueso, partido y roto. Con el cuchillo, despellejaba con habilidad la carne que lo recubría, retirando primeramente la uña y fue despejando la carne y la piel que protegía al hueso, desnudo, débil y frágil. La misma suerte corrió el dedo anular del pie derecho, con la diferencia de romper su hueso y arrancarlo como si fuera una mala hierba.

El dedo corazón fue despellejado, arrancando su carne y el músculo. Tiró del hueso, ayudada por la daga, levantando la piel y carne, tirando del largo hueso hasta el punto de unión, entre sus gritos y su sangre, hasta conseguir arrancarlo entero y tirarlo al suelo indiferente. El dedo meñique fue el que menos fue maltratado, tal vez por su tamaño, tal vez porque aún quedaba mucho por hacer y mucho por divertirse; se limitó a cortarlo con toda la lentitud de la que se vio capaz, ansiosa como estaba por oírla gritar, por ver su sangre. Todo lo conseguía, con una satisfacción orgásmica.

Después de una breve pausa, comprobando que aún no se había desmayado, batiendo su récord personal, pasó al pie izquierdo y, con gran maña y habilidad, cortó todos los dedos como si fuera queso o tal vez un madrugo de pan.

Sacó, al fin, su guadaña que parecía estar nuevamente hambrienta al ver tan suculento manjar. Le cortó los pies con una pequeña risa al leer el terror en sus ojos. Sí, así es como la quería ver. Por ver, pudo contemplar con una risa de hilaridad cómo se meaba encima del miedo.

Volvió a acuclillarse y, ayudada de su fiel guadaña, siempre afilada, empezó a pelar la piel y músculo en torno a a los muñones que ahora poseía por pies. Poco a poco, como si se afilara un trozo de madera, salpicándose de sangre, así como el suelo. Se pasó la lengua por los labios, disfrutando del sabor dulce de aquella sangre. Oh, sí. La añoraba, a pesar de que solo hiciera un par de días del anterior masacre. La pierna izquierda no recibió el mismo castigo, si no que fue loncheada, centímetro a centímetro. Y cada paso era un nuevo grito de dolor de víctima, tal y como quería.

Cuando al fin subió a la rodilla, se ayudó de la guadaña para desencajársela y robar aquel hueso que ya nada podía sujetar, como si fuera una articulación sobrante. Más crujidos de hueso, más gritos, más sangre, más llanto.

La hoja de la guadaña continuó subiendo y se detuvo en el vientre. Sacó de uno de sus bolsillos una caja de alfileres... y la mujer abrió mucho los ojos como si ya viera las intenciones de Mila, quien soltó una carcajada llena de placer y disfrute. Una a una, las fue clavando a lo largo y ancho del vientre. La primera tanda fue a parar al interior de sus órganos, provocando una hemorragia interna dolorosa y brutal. La segunda, con paciencia, quedó en el exterior, cubriendo cada centímetro de su piel y, a cada respiración aquello era un pequeño infierno de muchos que la mercenaria se disponía a proporcionarle.

A partir de entonces, supo que tenía que acelerar el ritmo de su tortura y venganza, pues se le desangraba el juguete poco a poco. La hoja continuó su ascenso y, cercenando sus pezones erectos por el frío presente en el salón, cayeron al suelo con un ruido inaudible para ellos. Mordió aquella guadaña en el centro de su pecho, clavándose en el esternón, sin querer soltarse, para luego empezar a tirar. La mujer comenzó a gritar, desgañitándose la garganta.

-Grita para mí, preciosa y luego vete al infierno, con las demás -se despidió Mila, con una carcajada.

La caja torácica, la mayor parte, fue sacada por la fuerza del pecho enclenque de la víctima. La soltó y, hurgando en el interior destrozado, le arrancó un corazón agonizante. Lo pisó y luego lo tiró a un lado, pendiente de juego.

A pesar de que ya no respiraba, Mila se ensañó. En sus ojos perdidos y muertos clavó el resto de los alfileres de la pequeña caja. Le cortó la lengua y la dividió en cuatro partes. Dos se las hizo tragar practicando un agujero en su tráquea y las otras dos fueron a parar a cada uno de sus pulmones, siendo rasgados con facilidad. Desprendió todas las costillas y destruyó todos sus dientes, arrancándolos de las encías con un placer que se palpaba en el ambiente. Recogió el corazón y, no sin dificultad, le abrió la mandíbula para que lo mordiese.

Finalmente, algo más relajada y calenturienta por la sangre, cortó su cráneo diagonalmente, manteniéndose en un equilibrio precario. Un espectáculo digno de un artista, sí, señor. Se pasó la lengua por los labios, retomando la sangre acumulada.

-Adiós, juguete, adiós -musitó.

Colocaron el cuerpo en el suelo, sujetando el cráneo dividido y montó un puzzle ligeramente macabro. Mila, sin olvidarlo nunca, grabó de hombro a hombro y bien grande, la palabra: escoria.

Una vez más, eliminó su presencia de la sala y marchó en dirección su moto. Sacó la lista del bolsillo, tachando el nombre y preparándose para la siguiente tanda. Aún tenía mucho trabajo por delante, mucha diversión y mucha sangre que tastar.


Bathory :3