lunes, 28 de abril de 2014

Anaranjado

Le gustaba mucho el color naranja. Prácticamente no podía vivir sin él y, al final, vivía solo para él. Vestía ropa naranja, se tiñó el pelo anaranjado, comía solo cosas de su color favorito... su pareja le terminó dejando el día que se despertó por el cosquilleo de la brocha en su piel, tirante por la pintura. Gastó una fortuna y media para pintar cada rincón de su casa naranja. El mismo acabó así... por fuera. Un día, murió intoxicado por beberse un litro de pintura naranja. Quería haber pintado sus tripas de tan adorado y alegre color.


lunes, 21 de abril de 2014

Comida

En algún lugar del mundo se encontraba un magnate comiendo un trozo de cordero.

Mientras disfrutaba de ese pedazo de carne, por unos instantes se llegó a preguntar de dónde podría provenir, pues después de todo, era un pedazo de un animal al cual sacrificaron para una causa. Aunque después de todo, solo fue criado para eso, para ser comido.

En este caso, el trozo de cordero que comía era lechal, un manjar.

Carne blanda, jugosa, de un cordero joven, lo justo para que sus músculos sean fáciles de masticar y paladear.

Todo estaba alineado con una salsa de lo más exquisita, entre ellas, la misma salsa que desprendía el pedazo de carne poco hecho. La sangre.

Mientras, en otro lugar del mundo se encontraba un pastor, con su rebaño, vigilando que fueran creciendo, alimentándose y siguieran ignorantes de su destino final. Después de todo, le pagaban para que cuidara del rebaño y lo dirigiera como tal.

Entre aquel rebaño, hacía un tiempo un joven cordero había desaparecido, nadie se preocupaba por él, después de todo, solo era uno más.

Aún así, ese rebaño, igual que otros tantos tenía una peculiaridad... tenían sentimientos, por lo que los padres del joven lechal echaban de menos y lloraban la perdida de su hijo, en lugar de estar postrados sobre cuatro patas, caminaban sobre dos, en lugar de lana, llevaban ropas, en el mejor de los casos; y sino su propio pelo que cubría su cuerpo.

Después de todo... ese rebaño somos nosotros.


lunes, 14 de abril de 2014

El paso

No sabía donde centrar la mirada. No le apetecía prestar atención porque tenía miedo a las alturas. Pero claro, estaban a punto de llegar. Era su pasaporte. Tenía que hacerlo. Pasos en las escaleras, la puerta que se abre de golpe. Un grito que intenta impedírselo.

El paso definitivo y la gran caída. Por fin era libre. Libre.


lunes, 7 de abril de 2014

Tarantela I

Sentía una curiosa atracción por ella... tan vez porque tan solo se trataba de una compañera de clase. Sin embargo, tenía ese perfil bondadoso, como si de una persona sumamente inocente se tratase. Nunca había tenido el placer de hablar con ella, pero sí que la había espiado por los pasillos, la había contemplado distraídamente en clase, cuando salía a exponer algún aburrido trabajo que, repentinamente, se volvía del todo interesante cuando ella tenía que hablar.

Creía firmemente que su mundo giraba entorno a esa compañera de clase. Cuando llegaba a casa, se encontraba totalmente incapaz de prestarle un poco de atención a sus estudios y, cuando lo lograba, se interrumpía siempre a mitad de frase, para suspirar por esa compañera de clase, a la que le había dedicado miles y miles de poemas, pero que nunca se había atrevido a dejarle ninguno.

Una bonita mañana nublada, cuyo cielo amenazaba con romper a llover en cualquier momento, se sintió con las suficientes ganas como para hacerle obsequio al centro de su mundo con uno de sus mejores poemas. Salió todo lo pronto que pudo de casa, cogió el metro y llegó antes que nadie al aula. Se quedó al lado de la mesa de la chica que tanto le gustaba y la contempló. Sin ella, perdía parte de su esencia pero, al imaginársela ahí, sentada, atenta, guapa, prestando atención, tan inocente... sintió un calor repentino y una tensión insoportable entre sus pantalones. Enrojeciendo como la grana por aquel acto, dejó apresuradamente la pequeña nota con su mejor poema y corrió al baño para intentar calmarse de alguna manera que no fuera satisfacerse, pues le daba la sensación de que si se masturbaba en su nombre, era algo así como macillárselo... y no quería eso para con ella.

La chica, por supuesto, encontró la nota nada más llegar. Con una sonrisa lo abrió, sonrisa que se fue borrando poco a poco, como con disolvente. Contempló la reacción de su compañera de clase con un fuerte dolor en el pecho. ¿Qué pasaba? ¿No le gustaba? La chica en cuestión miró a su alrededor, como buscando una mirada que le indicase quién había sido. En estas, apartó la mirada, esperando no ser el blanco de la chica que tanto adoraba.

El poema que le había escrito, decía así:

Con tu mirada caen reinos,
por tu sonrisa hombres se arrodillan,
un mundo por un beso en tus manos.

Una reina de bella pelambrera,
una dama de ojos que brillan,
maldición a quien no te quiera.

Treinta y seis yeguas perladas
que pifian relucientes
en las montañas sonrosadas.

Ojos sinceros y diferentes,
enamoradizos, claros,
me arrodillo ante ellos.

Con tu mirada caen reinos,
por tu sonrisa hombres se arrodillan,
mi alma se estremece con un suspiro tuyo.

Pasó la mañana preguntándose qué podía tener de malo su poema para que la chica, su compañera de clase, el centro de su diminuto universo, hubiera buscado con una mirada que nada tenía de enternecedor al autor de la nota con letra temblorosa.