lunes, 26 de septiembre de 2011

La deuda de Jarlax (II)

Mi piel había absorvido aquella delicia y ahora estaba suave y aterciopelada, según Jarlaxle. Me estaba derritiendo y no aguantaría más, pero él siempre insistía en que me esperara. Me hizo ponerme otra vez boca abajo para proseguir el masaje de hombros.
-Hum... -musitó.
-¿Qué es?
-Nada -rió.
Sus manos recorrían mi espalda en tanto que sus labios dejaban un sendero de besos a lo largo de mi columna vertebral.
-¿Sigues pensando que Entreri es mejor? -susurró.
-No lo sé. Habrás de demostrar tus... habilidades -musité.
Una risa escapó de sus labios. Llamaron a la puerta.
-Oh, vaya. Qué pena -susurré.
Jarlaxle gruñó. El que estuviese al otro lado de la puerta, se iba a arrepentir de haber llamado. Con pasos furiosos se fue a la puerta, la abrió y se quedó de una pieza.
-¿Entreri?¿Qué haces aquí? Te creía en Calimport atrapando a...
-Ya está hecho -le cortó Artemis.
Suspiré imperceptiblemente. Si Artemis entretenía mucho más a Jarlaxle, me moriría de impaciencia. El drow fue a hacer otra pregunta, pero el asesino se le adelantó.
-¿Dónde está ella?
-¿Disculpa?
Entreri preguntó por mí.No sabía cómo tomármelo.
-Está ocupada -Jarlaxle se hizo a un lado lo suficiente como para que pudiese verme-, conmigo.
-Ahora.
-Está bien... Que te parece si... -susurró demasiado bajo para que yo pudiese oírle. Algo tramaba.
Entreri parecía satisfecho. Se fue poco después.
-¿Qué le has dicho?
-Pronto lo averiguarás. ¿Por dónde íbamos?
Me puse boca arriba y él sonrió con lujuria creciente. Tardó poco en quedarse desnudo. Se puso encima de mí -ya era hora!- y me penetró con su magnifico miembro. Gemí sin remedio.
-No sabía que lo ansiabas tanto -jadeó él.
-Eres demasiado pecaminoso -musité.
Me alzó sentándome en su regazo y me balanceó sobre su verga. Tan hondo y profundo, cada movimiento hacía que me volviese loca. Era tan placentero que no aguantaría más. Jarlaxle me mordió la oreja y el cuello en tanto que mi pecho se estremecía bajo sus tiernas caricias.
-Oh, Jarlaxle... 


Aquella llama de efímero placer acabó en una onda explosiva que recorrió mi cuerpo; no pude evitar gritar de placer, y tampoco quise contenerme. Jarlaxle jadeó.
-Estabas sedienta, ¿eh?
-Muy gracioso -jadeé, apoyando la cabeza en su desnudo hombro.
La puerta se abrió y se volvió a cerrar. Jarlaxle no me dejó mirar quien había entrado en la habitación y mis mejillas se sonrojaron. Oí la ropa deslizarse por la piel de alguien y luego al suelo. Sentí que la cama se hundía bajo el peso de alguien. Y las manos de ese alguien acariciaron mi espalda en tanto que sus labios recorrían mi nuca. No hacía falta ser un genio para reconocer quien era.
-Entreri -gemí.
-Aguarda un segundo, encanto -susurró Jarlaxle.
Noté su verga en mi otra entrada y abracé con firmeza a Jarlaxle. Nunca lo había intentado. Bueno, siempre hay una primera vez para todo. Entró despacio y grité de placer. Jarlaxle tuvo que agarrarme para evitar mi caída encima de Entreri, que estaba por entero en mí. Como siguiendo una canción de un baile que solo nosotros podíamos oír, ambos se movieron. Apoyé la cabeza en el hombro de Entreri en tanto que sus manos recorrían mis senos, pellizcándolos. Jarlaxle encontró con un susurro mis labios y su lengua se abrió paso a mi boca.

No podía sentir todo aquello y me estaba volviendo loca. Aquel placer era demasiado para mi cuerpo. Ambas vergas eran magnificas, potentes y deliciosas. Pedí al cielo que aquello no cesase nunca. Los labios de Jarlaxle bajaron por mi cuello hasta mi pecho, donde sus dientes obraron y su lengua bailó una curiosa danza. Estaba húmeda a más no poder, mi corazón no latía, sino que galopaba por las estrechas sendas del placer. Mis sentidos habían abierto una botella de Oporto y se estaban emborrachando.

Algo me dijo que aquello solo era el comienzo. Aquella pequeña llama, más que una llama una hogera, encendió mi cuerpo. Gemí otra vez.
-Oh... No aguantaré mucho más... -gemí, a punto de rozar con las puntas de mis dedos el cielo.
-Solo un poco más, encanto -jadeó Jarlaxle.
Entreri se absuvo de hacer comentarios. No era un hombre muy hablador. No aguanté más. Una enorme, gigantesca ola recorrió mi cuerpo con una sacudida y grité de placer. Me sentí no elevada sino catapultada. El primero en correrse fue Jarlaxle, seguido de Entreri por pocos segundos. Jadeé, sintiendo el cálido néctar de ambos y me pareció una delicia. Entreri salió de mí y gemí con pena. No quería que se fuera. Quería más. Mucho más.

Sin embargo, parecía que Jarlaxle no estaba para mucho más. Me abrazó y, cuando su respiración se hubo calmado más o menos, susurró:
-Mi deuda está saldada, encanto.
No pude responder. Selló el pacto con un ardiente y efervescente beso. Me temblaban los labios cuando los suyos se separaron de los míos.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Crónica de un día

En la fría mañana despiertan dos personas en una misma cama, mirandose y observandose, casi como si nunca se hubiesen conocido.

Es la primera vez que duermen en la misma cama y pueden despertar viendose el uno al otro.

Con una tímida sonrisa se dan los buenos días.

Así, con la pasión de los nuevos enamorados, empiezan a acariciarse, disfrutar mutuamente de sus cuerpos, idealizando cada momento. Casi con miedo de que un simple soplido pudiera romper la magia o el cuerpo del otro, casi como si fuera de porcelana.

Parecen ir descubriendo cada nueva parte de sus propios cuerpos y el de su pareja, zonas desconocidas, placeres nuevos... parece como si fuera la primera vez de ambos, en el principio de la mañana.

El día va avanzando y el temor y delicadeza inicial se va cambiando por la pasión de los enamorados, de los jovenes adolescentes o adultos que disfrutan del sexo como si el mañana no existiese.

Caricias y besos son casi inexistentes, el tiempo apremia, el sexo y el acto sexual se lleva a cabo en cada momento, como si el único objetivo de la existencia mutua fuese lograr el cénit, el placer máximo prometido por los dioses, el orgasmo.

Así llega la tarde, sus fuerzas van minvando, el acto deja de tener la importancia primordial, pues en el mediodía ya conocieron los límites físicos de sus propios cuerpos, dejandoles poco o nada por lo que conocer durante el acto y pasar nuevamente a disfrutar de nuevas experiencias preliminares probando juegos, juguetes, posturas...

Se sigue practicando el sexo, pero desde otro nivel más relajado, se prefiere disfrutar de los preliminares y con ello, el acto sexual, a medida que va pasando el tiempo, se acorta.

Llega finalmente la noche, ambos se miran, casi ni se atreven a tocarse, estan cansados, agotados, exhaustos... siguen amandose, pero no les queda más vida que para rememorar los principios del día, momentos en que estaban llenos de energia y vitalidad. Ahora, solo queda una sombra de lo que eran, pero sus sentimientos no han cambiado, siguen deseando acariciarse, amarse mutuamente, revivir los momentos sucedidos durante el día, pero su llama se va apagando y con ello, sus cuerpos se van demacrando...

Primero, se duerme él...

Ella se postra contra su pecho, escuchando los últimos latidos de su corazón, hasta que ella, a su vez se duerme... y con ello, llegó el final de su tiempo... dejando sitio al producto de su amor.

Una nueva vida.

viernes, 9 de septiembre de 2011

La deuda de Jarlax (I)

Jarlaxle me había dejado una nota. Un citación en su habitación diciendo darme lo prometido. No sabía que ponerme y elegí algo sencillo. Cuando hubo llegado la hora, fui hasta su cuarto y llamé. Me abrió en seguida y se me cortó un poco la respiración; sólo llevaba pantalones. Aquel magnífico pecho desnudo me hizo derretirme.
-Pasa, cariño, no te cortes -me instó.
Pasé y me exhortó con su cálida voz que me quitara la ropa.
-¿Así, tan pronto? -me quejé.
-Confía en mí.
Con un suspiro me despojé de mis ropas, quedando completamente desnuda para él. Sus ojos ávidos recorrieron mi cuerpo con lujuria y se pasó la lengua por los labios resecos.
-Túmbate boca abajo en la cama, mi dama -me susurró al oído, acariciando lentamente mi abdomen.
Me estremecí y obedecí. Apoyé la cabeza en los brazos cruzados y le miré con curiosidad. Él trajo un cuenco en el que había un líquido con olor a grosellas y frambuesas. Lo dejó encima de la mesa y se untó las manos. Las pasó por mi espalda, dándome un masaje.
-¡Oooh! -gemí.
Sus manos eran maravillosas, sus caricias dulces. Jarlaxle rió y vertió parte de aquella delicia en mi espalda. Estaba algo templado. Me masajeó los hombros, librándolos de la tensión, siguió por la espalda y las caderas. Sus manos eran suaves y delicadas, a sabiendas de como era mi piel. Yo deseaba que bajase un poco más y que me encontrase como tantas veces. Si bien regresó a mis hombros y siguió en el cuello.

Me levantó un poco el pecho para poder masajearlos, tocarlos a su gusto y placer. Me pellizcó y gemí. Quise darme la vuelta pero una de sus manos se puso en mi espalda, imposibilitando tal movimiento.
-Quieta, déjate llevar.


Y lo hice. Él consiguió que me relajase. Siguió con aquel pecaminoso masaje y sonreí cuando bajó por mis caderas. Me mordió la oreja y susurró:
-¿Qué tal fue con Entreri, amor?
-Muy dulce.
-¿Cómo de dulce?
-A punto de superarte -le respondí para picarle.
-Eso ya lo veremos.
Me hizo darme la vuelta, y, sin cesar en el recorrido de sus manos a lo largo de mi piel, una de sus manos bajó hasta encontrarme. Gemí sin remedio, pues era todo un maestro. Sabía cómo complacer a una dama tan libertina como yo.
-¿Sigues pensando que Entreri es mejor que yo? -susurró él, con aquella melodiosa voz tan sensual que hacía que se me erizase la piel.
-Sí.
Me mordió el cuello, jugó de una forma pecaminosa con los pétalos de mi flor. Creí volverme loca.
-Oh, Jarlaxle -gemí.
Él se rió con aquella risa tan dulce y seductora, propia de él. Sus manos me masajearon los senos y el vientre. ¡Qué dulce sensación! Estaba muy húmeda, tanto que de seguro que él ya se habría percatado. Deseaba que entrase en mí, que me hiciese el amor hasta que los dos ya no pudiésemos más, quería acabar hasta la extenuación, sentir su fuerza, su potencia, su dulzura y su amor.
-Aún no, cielo -me susurró, como si hubiese leído mis pensamientos.
Dos dedos se colaron pícaramente en mí y arqueé la espalda. Tan suaves, tan sedosos, tan... traviesos.
-Por favor... hazlo ya... -le supliqué.
Si bien solo me sonrió -una sonrisa que hizo que me derritiese como una tetera de chocolate al fuego- y negó con la cabeza.
-Ten paciencia. Esto es solo el principio, amor mío.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Sueños de verano

Había recibido su llamada. ¿Cuanto tiempo deberia hacer de aquello ya? casi no lo recuerdo, pero lo que jamas podre olvidar es... su voz, suave, harmoniosa, sincera... escucharla era una melodia que solo podrian apreciar los oidos mas exquisitos.

Pero, por fin hoy parecía que iba a ser el gran dia, al menos así lo recordaba, después de tanto tiempo.

Tenía que ir a la estación a buscarla, no quiso darme descripción alguna ni aceptó la mía propia, no hacía falta... el simple cruce de nuestras miradas nos bastaría. Además, no era la primera vez que nos encontrabamos. Claro que... siempre era en sueños... yo siempre le había imaginado... alta, esbelta, bella, cual Venus de Milo, pero con pelo liso y largo...

Estaba nervioso, no sabia como reaccionar, siempre habia idealizado este momento, pero ahora, no era una ilusión, ni mucho menos; era la pura y completa realidad.

Me debí adelantar como una hora a su llegada, pues el tiempo se me hizo interminable, los segundos parecían minutos y los minutos, horas. Me sentaba, me levantaba... no sabría explicar si era el calor, el nerviosismo, la desesperación... pero no podia estarme quieto, necesitaba moverme y no dejaba de mirar el reloj a cada momento. Pero algo me aliviaba y es que... a pesar de todo, cada vez faltaba menos. Eso me tranquilizaba, me hacia sentir bien, pero no conseguía quitarme de encima ese ansia.

Escuché como el interfono anunciaba su llegada.

No era imaginación mía, pues a lo lejos podía reconocer como aparecia el tren. En mi interior podía sentir como ella estaba dentro, tan ansiosa como yo.

Sentí como el corazón me daba un vuelco. Sentía como latía con fuerza en mi pecho, rápido y emocionado.

El tren se había parado, veía bajar y subir la gente, la buscaba con exasperación y no conseguia verla, hasta que, de repente, senti como si alguien me tocara la espalda.

A penas tuve tiempo de girarme, una mujer, me estaba besando... era ella, sí. No sabria describir como, pero de algun modo sabía que era ella.

Era mas bella de lo que había podido llegar a imaginar, de cierto modo, hubiera creído que era mi imaginacion, un efecto de la luz, de los nervios... pero daba la impresion de ser una divinidad...

Por momento creí estar junto a Afrodita. Pero era bien real a pesar de lo que pensara mi mente, podia tocarla, sentirla, incluso aún sentía la suavidad, dulzura de su beso, el roce de sus labios junto los mios cual petalo de rosa.

Estuvimos hablando un rato.

Estaba hipnotizado, anonadado por como hablaba, que decía... era increible que tanta belleza llegara a concentrar tanta sabiduria.

Era joven, pero a la vez... parecía tener la inteligencia y sabiduria de los antiguos sabios de la antigüedad.

Sus ojos me atraían, un verde esmeralda, parecían reclamarme, suplicarme que la besara.

No pude resistirme, me lancé sobre ella.

esandola apasionadamente, con un largo y acaramelado beso.

Notaba como me apretaba contra ella, como era correspondido. Me acariciaba el pelo, el cuello, la espalda... en un alarde de pasión la cogí con mis brazos y la lleve hasta mi habitación, echandola sobre la cama.

Seguimos besandonos, pero en esta ocasion, ibamos desnudandos, lentamente.

Ella llevaba una blusa blanca y una falda negra, no demasiado larga.

Empecé a desabrocharle lentamente la blusa, la cual ya mostraba un generoso escote. Se la quité, dejando a la vista un sujetador de encaje negro.

A su turno, ella me iba quitando la camisa que llevaba, primero dejando a la vista mis abdominales, luego, empezaron a descubrirse mis pectorales, hasta quitarme completamente la camisa, dejando mi torso desnudo.

Le desabroche la falda, empezando a bajarle la cremallera y dejandola caer por sí misma, dejando a la vista un tanga negro de encaje junto a unas piernas esbeltas, finas, suaves como la seda, al igual que toda su piel.

Ella me desabrochaba el pantalon, cayendo por su propio peso, mientras, con gran habilidad, le quitaba el sujetador, dejando a la vista sus firmes y blancos senos.

Terminamos de desnudarnos mutuamente, besandonos lenta pero apasionadamente, dejandonos caer sobre la cama.

Fuí bajando por el cuello, acariciendole los senos con suavidad.

Le besaba, mordía su cuello, fino como el de un cisne, seguía descendiendo, sintiendo como su piel se tensaba, escuchando como su respiracion iba aumentando de ritmo, casi era imperceptible, pero los cambios se podía sentir en su pecho.

Llegué con mi boca hasta sus pechos, empezando a besarlos con delicadeza, lamerlos suavemente, acariciarlos y morder con cuidado los pezones, haciendo que estos se tensaran.

Podía oir como disfrutaba, como se extasiaba.

Después segui descendiendo hasta la parte baja de su abdomen, haciendo creer que me acercaba a su sexo, para volver a subir lentamente, dejandole sentir la friccion de mi barba sobre su estilizada figura.

Volví a ascender rápidamente hasta encontrarme con las finas facciones de su rostro, besandola de nuevo, mientras la acariciaba...

Mis dedos descendieron hasta su coño, notando cuan humedo y caliente estaba, acariciando con delicadeza, dejando que mis dedos fuesen abriendose camino con delicadeza, para ir masturbandola con suavidad y a medida que su excitación aumentaba, con mayor rápidez y violencia.

Cuando empecé a escuchar sus primeros gemidos de placer, fuí frenando el ritmo, dejando que disfrutara del extasis del momento y terminar sacando los dedos, no sin antes acariciar con suavidad su clitoris.

Acabé postrandome sobre ella, mirandola directamente a los ojos, perdiendome en el bosque verde que tenía como ojos y el fuego que era su melena.

Dejandome llevar por los instintos, mi miembro inhiesto empezó a penetrar lentamente, saboreando el momento a cada segundo, extasiandonos, fusionandonos en un mismo ser.

Poco a poco iba acelerando el ritmo, mientras nuestra respiracion se aceleraba, ella se agarraba a mi espalda, a mis nalgas, apretando con sanya, aranyandome, transmitiendome su placer.

Me acercaba a su oreja, asi que ella pudiese escuchar mi excitada respiración, morderle suavemente la oreja, mientras le susurraba en el oido palabras de amor sincero.

La pasión iba en aumento, las delicadezas y sutilezas se iban pasando por alto a medida que iba pasando el tiempo.

Los muelles vibraban bajo los cuerpos de los enamorados, gémidos de dolor y placer se escuchaban de la boca de ambos, viendose la espalda de él, marcada por los orgamos de ella. Él, lanzando improperios e insultos, embistiendola con más fuerza cada vez.

Pasamos horas asi, llegando al placer y extasis extremo varias veces, sintiendo el calor de nuestro cuerpo, el sudor que bañaba nuestra piel, con la sensación de que nuestras almas y corazones se fusionaban en uno mismo, hasta caer ambos rendidos de cansancio y placer, seguíamos besandonos, abrazados, hasta que finalmente nos durmimos uno junto al otro.

Por fin, al día siguiente, despertaba con la sensación que todo había sido un sueño, pero mi sorpresa fue despertame sin nadie a mi lado, pero aun así, desnudo.

Mi brazo buscó desesperadamente alguna muestra de ella, pero solo estaba el vacío dejado en el lugar que ella ocupaba.

Me alcé de la cama buscando alguna evidencia, alguna prenda.

No había nada.

No había prueba alguna de que lo ocurrido hubiese sido real, más que una pulsera de plata que parecía haberse olvidado en algún descuido, la cual reconocí como suya al instante, pues en ella, estaba grabado su nombre...

Raquel