jueves, 23 de abril de 2015

El juego de Sakhmet - La venganza es un plato que se sirve con maíz

Aviso: Este relato contiene escenas explícitas no aptas para menores de edad... ni para personas sensibles, ya puestos. Léelo bajo tu responsabilidad.

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Mila sonrió ante el siguiente despojo humano que tenía ante sí. El nombre de la lista estaba en negro por lo que solo tenía que jugar a ver cuántas partes le podía separar antes de que se desmayase. Estaba segura de que dos. No solían pasar de ese número. Había aparcado la moto a tres calles de distancia, entrado en el hogar sigilosamente y atacado con cloroformo. Clásico, pero funcionaba, que era lo importante. La primera parte de la caza, siempre era la más complicada. Sin embargo, cuando la víctima ya estaba atada a la silla, amordazada y con la vista vendada, bueno, ¡el resto era pura diversión!

Mila se tomó un tiempo para contemplar el cuerpo de la víctima que iba a sufrir su presencia. Temblaba como una hoja y, por supuesto, no dejaba de lloriquear. Al fin, le quitó la venda de los ojos. Oh, sí, ahí estaba. El miedo. En tal intensidad que era casi excitante.

-Hola -le dijo, observándola de arriba abajo-. Bienvenida a tu descenso lento y doloroso al infierno -dijo con una amplia sonrisa.

La mujer, si hubiera podido decir algo, probablemente lo hubiera hecho; quizá hubiera pedido ayuda o, el gran clásico, hubiera suplicado por su vida. Tantas posibilidades... pero solo gritaría de dolor, claro que lo haría. Se encargaría de ello.

Sin desenfundar aún la guadaña, disfrutando de los pequeños placeres, sacó una daga y se acuclilló a sus pies. Empezó la diversión para la joven mercenaria, a la vez que empezaba la pesadilla para la torturada. Contó los dedos de un pie, cantando una canción infantil, eligió el dedo gordo, al grito de "y este se lo comió", lo sesgó, separándolo del resto de sus compañeros. La víctima, desesperadamente intentó echar hacia atrás el pie, pero como estuvo atada, malgastó energía. Prosiguió por el dedo índice, levantándolo más allá de lo posible, crujiendo el hueso, partido y roto. Con el cuchillo, despellejaba con habilidad la carne que lo recubría, retirando primeramente la uña y fue despejando la carne y la piel que protegía al hueso, desnudo, débil y frágil. La misma suerte corrió el dedo anular del pie derecho, con la diferencia de romper su hueso y arrancarlo como si fuera una mala hierba.

El dedo corazón fue despellejado, arrancando su carne y el músculo. Tiró del hueso, ayudada por la daga, levantando la piel y carne, tirando del largo hueso hasta el punto de unión, entre sus gritos y su sangre, hasta conseguir arrancarlo entero y tirarlo al suelo indiferente. El dedo meñique fue el que menos fue maltratado, tal vez por su tamaño, tal vez porque aún quedaba mucho por hacer y mucho por divertirse; se limitó a cortarlo con toda la lentitud de la que se vio capaz, ansiosa como estaba por oírla gritar, por ver su sangre. Todo lo conseguía, con una satisfacción orgásmica.

Después de una breve pausa, comprobando que aún no se había desmayado, batiendo su récord personal, pasó al pie izquierdo y, con gran maña y habilidad, cortó todos los dedos como si fuera queso o tal vez un madrugo de pan.

Sacó, al fin, su guadaña que parecía estar nuevamente hambrienta al ver tan suculento manjar. Le cortó los pies con una pequeña risa al leer el terror en sus ojos. Sí, así es como la quería ver. Por ver, pudo contemplar con una risa de hilaridad cómo se meaba encima del miedo.

Volvió a acuclillarse y, ayudada de su fiel guadaña, siempre afilada, empezó a pelar la piel y músculo en torno a a los muñones que ahora poseía por pies. Poco a poco, como si se afilara un trozo de madera, salpicándose de sangre, así como el suelo. Se pasó la lengua por los labios, disfrutando del sabor dulce de aquella sangre. Oh, sí. La añoraba, a pesar de que solo hiciera un par de días del anterior masacre. La pierna izquierda no recibió el mismo castigo, si no que fue loncheada, centímetro a centímetro. Y cada paso era un nuevo grito de dolor de víctima, tal y como quería.

Cuando al fin subió a la rodilla, se ayudó de la guadaña para desencajársela y robar aquel hueso que ya nada podía sujetar, como si fuera una articulación sobrante. Más crujidos de hueso, más gritos, más sangre, más llanto.

La hoja de la guadaña continuó subiendo y se detuvo en el vientre. Sacó de uno de sus bolsillos una caja de alfileres... y la mujer abrió mucho los ojos como si ya viera las intenciones de Mila, quien soltó una carcajada llena de placer y disfrute. Una a una, las fue clavando a lo largo y ancho del vientre. La primera tanda fue a parar al interior de sus órganos, provocando una hemorragia interna dolorosa y brutal. La segunda, con paciencia, quedó en el exterior, cubriendo cada centímetro de su piel y, a cada respiración aquello era un pequeño infierno de muchos que la mercenaria se disponía a proporcionarle.

A partir de entonces, supo que tenía que acelerar el ritmo de su tortura y venganza, pues se le desangraba el juguete poco a poco. La hoja continuó su ascenso y, cercenando sus pezones erectos por el frío presente en el salón, cayeron al suelo con un ruido inaudible para ellos. Mordió aquella guadaña en el centro de su pecho, clavándose en el esternón, sin querer soltarse, para luego empezar a tirar. La mujer comenzó a gritar, desgañitándose la garganta.

-Grita para mí, preciosa y luego vete al infierno, con las demás -se despidió Mila, con una carcajada.

La caja torácica, la mayor parte, fue sacada por la fuerza del pecho enclenque de la víctima. La soltó y, hurgando en el interior destrozado, le arrancó un corazón agonizante. Lo pisó y luego lo tiró a un lado, pendiente de juego.

A pesar de que ya no respiraba, Mila se ensañó. En sus ojos perdidos y muertos clavó el resto de los alfileres de la pequeña caja. Le cortó la lengua y la dividió en cuatro partes. Dos se las hizo tragar practicando un agujero en su tráquea y las otras dos fueron a parar a cada uno de sus pulmones, siendo rasgados con facilidad. Desprendió todas las costillas y destruyó todos sus dientes, arrancándolos de las encías con un placer que se palpaba en el ambiente. Recogió el corazón y, no sin dificultad, le abrió la mandíbula para que lo mordiese.

Finalmente, algo más relajada y calenturienta por la sangre, cortó su cráneo diagonalmente, manteniéndose en un equilibrio precario. Un espectáculo digno de un artista, sí, señor. Se pasó la lengua por los labios, retomando la sangre acumulada.

-Adiós, juguete, adiós -musitó.

Colocaron el cuerpo en el suelo, sujetando el cráneo dividido y montó un puzzle ligeramente macabro. Mila, sin olvidarlo nunca, grabó de hombro a hombro y bien grande, la palabra: escoria.

Una vez más, eliminó su presencia de la sala y marchó en dirección su moto. Sacó la lista del bolsillo, tachando el nombre y preparándose para la siguiente tanda. Aún tenía mucho trabajo por delante, mucha diversión y mucha sangre que tastar.


Bathory :3

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