lunes, 26 de mayo de 2014

Ella - El gato

Escrito por Frauenwelt

Atención lector: este relato contiene escenas para adultos.

Tal vez como cada día laboral, llegaba estresada, dejando caer la mochila en el sofá y luego dejándose caer ella con un suspiro más bien tierno.
-¿Otro día duro en trabajo? -pregunté, con la boca llena de cereales.
-No hables con la boca llena, que no te entiendo -me contestó desde el sofá.
Tragué después de masticar apresuradamente y volví a repetir la pregunta, mientras me inclinaba sobre el respaldo, vigilando a la leche.
-Hay gente que sencillamente le gusta tocarme los...
-Azucarillos... -me apresuré a decir.
-... porque se aburre en su casa y sienten la urgente necesidad de venir a mí, a desahogarse y todo lo demás.
Me metí otra cucharada de cereales en la boca mientras me contaba su día. Se parecía mucho al anterior, aunque no quise resaltarle la monotonía semanal.
-Además, estoy atrancada en un relato que no me nace... Tengo la moral... no sé ya por donde puede andar...
-Por el culo de las serpientes.
Rompió a reír mientras alzaba las manos como si estuvieran tocando el culo sensual de una serpiente con nalgas. Una auténtica mutación genética. Dejé los cereales ya solo con la leche en la mesa del comedor y me tiré con ella al sofá mientras le ronroneaba al oído.

Un gato atigrado pasó a nuestro lado con sus caminares sensuales, pasando del tema y como si nos quisiera decir "mira mi culo". Se llamaba Tigre, pero la mayoría del tiempo era "Gato del demonio" o "Dichoso-gato-quita-de-en-medio". Parecía que se dirigía hacia la cocina a comer algo así que nosotras aprovechamos que estábamos lejos de su inquisidora y fija mirada, que es capaz de taladrar el diamante cuando se fija en algo y nos escurrimos a la habitación, a relajarnos un poco.
Dejando la ropa por medio, me quedé boca arriba mientras que Nim adoptaba esa posición de tigresa que tanto me entusiasmaba. Crucé los brazos tras la cabeza y cerré los ojos mientras su lengua dejaba un curioso e invisible rastro sobre mi ombligo, ascendiendo y descendiendo, trazando el camino de una serpiente rectangular.

Entonces se detuvo en la mejor parte y eso me desconcertó. Se puso a mascullar... y es que el puto gato se le había subido a la espalda y se había acomodado.
-Tigre, baja de ahí -dije, intentando espantarlo con cosas como "shu-shu".
Pero al gato el importaba un comino lo que estuviéramos haciendo. Estaba cómodo y punto. Nim, arriesgándose a que la arañase, se incorporó de pronto, cayendo el gato como por tobogán; oímos un "puf" y el gato salió corriendo a esconderse debajo de la cama, como el loco maniático que era.

Intentamos seguir, esta vez con una renovada pasión, centrándonos en el placer que la una sentía por la otra. Noté una intensa mirada. El puto gato se había subido a la cómoda y nos estaba taladrando con una de sus miradas. Nim se interrumpió en cuanto yo dejé de gemir y luego fue ella la que me taladraba con la mirada. Intenté mirarlos a los dos a la vez y por poco acabo como un camaleón.
-Nos está mirando... -susurré, como si fuera una confidencia
El puto gato parpadeó con paciencia. ¿Tiene de eso nuestro querido y mimoso minino?
-Pues que mire.
-Es un pervertido -susurré, mientras Nim soltaba un profundo suspiro y le tiró una zapatilla al gato que la esquivó impasible y se bajó de la cómoda, más chulo que cinco pesetas.

Volvimos a lo nuestro, yo notando la lengua de Nim adentrarse en unas profundidades ya muy conocidas, ella disfrutando con el sabor y los espasmos...

¡Crash!

¡Lámpara va!

El puto gato había decidido vengarse. Tuvimos que dejarlo para recoger los trozos de cristal de la lámpara rota, mientras yo perseguía al gato por la casa, en pelotas, mientras la sensata de Nim negaba con la cabeza. Bien pensado no iba a negar con un pie... o puede que sí...

Los vecinos de en frente, como bien me hizo saber ella tirándome una camiseta, estaban disfrutando del espectáculo.

Puto gato...


lunes, 19 de mayo de 2014

Jana, la egocéntrica

Érase una vez...

una Emperatriz que se llamaba Jana. Tenía a su pueblo aprisionado bajo su yugo que consideraba bello y hermoso. Todos los artistas y retratistas tenían que poner su faz en todas las partes de su querido reino. Allá donde uno mirase, la Emperatriz Jana le devolvía la mirada.

Los esclavos... los súbditos de esta Emperatriz estaban obligados por ley a admirar constantemente la belleza de Jana, ya que contaba con tantos espías que eran incontables; le informaban de cada palabra que no fuese llena de admiración. Y aquel que incumplía, moría.

A Jana le gustaba mirarse en el espejo. Le gustaba que le retratasen. Le gustaba que la admirasen... Se consideraba tan bella, tan hermosa, tan espléndida... que un día, cuando le cayó unas gotas de aceite hirviendo en la cara, no se soportaba.

Y el fuego hizo el resto...


lunes, 12 de mayo de 2014

Las escaleras rotas

Las escaleras no conducían a ninguna parte. Nunca terminaban. Lo sabía pero, por algún motivo que él desconocía, continuaba bajando y bajando y bajando y bajando y bajando y...


lunes, 5 de mayo de 2014

Idilio de perras - Segunda parte

Este es un relato para mayores de edad.

Cayó con las manos por delante cuando la Ama abrió el armario de repente. Marina, que salía jadeando, alzó la mirada. Yolanda le sonreía mientras negaba con la cabeza. La obligó a ponerse en pie mientras que con un cinturón de cuero pasaba veloz por unas intimidades tan mojadas que pareciese que se había dado una ducha más que esperado con el aliento escondido en la boca a que la madre de Yolanda se fuese. Marina se quedó quieta mientras su Ama daba una vuelta a su alrededor y la mirada como si estuviera calculando el valor de su piel.
-Perra mala -musitó, no sin un deje de placer mal escondido.
Enarboló el cinturón con el que empezó un azote, con un sonido que reboto en las cuatro paredes de Yolanda, testigos mudos de un amor ferviente y curioso. El primero dolió, dejándole la carne roja de la nalga como si se la hubiera teñido con tinte de rosa. El segundo fue dado desde la rabia del placer que le suponía a Yolanda contemplar los tiembles de Marina, que no podía encogerse, que osaba aguantar su mirada con cada latigazo en aquellas posaderas tan firmes y hermosas, mantenidas mediante el ejercicio y la natación. El tercero lo dio más arriba, haciendo retroceder sin permiso alguno a Marina; Yolanda, ante esta muestra de voluntad no concedida, la cogió de la muñeca y la puso a cuatro patas sobre el frío suelo. Una de sus botas se puso sobre su espalda y una sonrisa afloró sobre sus labios, sintiéndose poderosa y dueña del cuerpo y, tal vez, alma de aquella perrita desobediente.
-¿Qué pasó? ¿Que al salir del armario has olvidad quién eres? -chasqueó la lengua varias veces-. Tendré que reeducarte, entonces, ¿verdad? Porque cuando la perrita se porta mal...
Pasó con una lentitud exasperante el cinturón de cuero mojado y caliente por las intimidades oscuras de Marina. Utilizando el cinturón que ella misma llevaba, amordazó de una forma práctica a Marina, que la miró sorprendida ante la nueva táctica que había decidido adoptar. Aquello había dejado de ser un "aquí te pillo, aquí te mato".

Se arrodilló a su lado, se lamió los dedos y, utilizando cruelmente el índice, repasó el contorno de la figura carnosa de aquella concha de mar viviente y sonrosada. Metía el dedo hasta la uña y lo sacaba, tanteando el terreno humedecido de un monte de Venus excitado con el pulgar, mordiéndose Marina los labios por no gemir.
-Te has corrido sin mi permiso. ¿Tanto placer te daban unas simples velas? -preguntó, dándole una nalgada bastante sonora.
Tomando el objeto mencionado, lo lubricó con los fluidos sobrantes que se escurrían sin importarles la situación o los temblores de Marina, girando el frío objeto a pesar de haber estado encerrado en una cavidad oscura y ardiente.
-Contéstame, que te he hecho una pregunta -replicó, mordaz, Yolanda, preparando la vela más gruesa.
Marina intentó vocalizar algo con la mordaza mojada y babeante en la boca, pero todo lo que se oyó no fueron más que sonidos ininteligibles. La Ama sonrió, complacida ante el intento fútil por dar respuesta a una pregunta que ella misma sabía. La vela ligeramente humedecida se empezó a abrir camino por unos pliegues oscuros, secos y sin explorar aún.
La primera reacción de Marina hizo que Yolanda tuviera que contener una sonora carcajada que amenazaba con escaparse de su garganta, pues se había puesto bastante tensa para después inclinarse hacia delante, con un grito de dolor. Cogiéndola del collar, tiró de ella hacia atrás, mascullando que el movimiento había sido en un sentido incorrecto. La vela se abrió paso de una forma brusca, en parte por lo virginal del lugar, en parte por lo poco lubricada que se encontraba la vela. Marina siguió gritando ahogadamente, mordiendo el cinturón, notando el sabor de la tela como si fuera un fluido propio.

Yolanda la sentó en el suelo, desapareciendo prácticamente el objeto, alarmando a Marina. La Ama la empujó hacia atrás con el pie, casi con desprecio y, mientras la alarma de la perra crecía por creer inocentemente que era un objeto ya no recuperable, intentando incorporarse, deseando sacárselo antes de que ahondara más y tuviera que ir a urgencias, roja de vergüenza y sin una explicación viable ante el suceso, Yolanda aprisionó sus brazos bajo las rodillas, chasqueando a modo reprobatorio la lengua. Lamió su cuello con codicia mientras Marina intentaba decirle que ya no estaba para juegos... pero Yolanda no quería escuchar, porque tenía la llave al pequeño y miserable problema de su perra.... pero eso era parte de la diversión: mantenerla en aquel estado de tensión permanente, mientras creía fervientemente que ese objeto extraño, la vela, no podría sacarla si no unas manos expertas y de guante blanco, aprovechando la ocasión para violarla mientras se revolvía bajo su pecho.

Le dio un tirón de aviso con los dientes en una de sus orejas. El comportamiento, lejos de disgustarla, la estaba excitando a una velocidad alarmante. Trazó un camino de caracol con la lengua a lo largo del pecho, pasando por ambas rotondas, deteniéndose en un semáforo invisible en el ombligo, donde la lengua se perdió unos instantes por aquella cicatriz de nacimiento antes de continuar su descenso, sosteniendo con fuertes manos los brazos de Marina, que se revolvía cual pez fuera del agua. Llegó a tal punto su desesperación que Yolanda tuvo que atarle los brazos a la espalda, a falta de un cinturón, con una de sus camisetas.
Volviendo a la tarea anterior, terminó por hundir la lengua en una oquedad inquieta, mojada y palpitante, como si fuera una daga en un corazón aún vivo. Con sus labios hizo ventosa, arrancándole un poderoso grito ahogado a la pobre muchacha, cuyos brazos empezaban a dolerle. Lamió la Ama como si fuera un cachorro la fuente de aquel pequeño manantial, poniendo especial interés en el monte de Venus, excitado e hinchado.
Ayudándose finalmente de los dedos, empezando por uno y terminado por cuatro pequeños tentáculos inquietos y una lengua que se encargaba de ese botón especial, Marina se terminó corriendo, arqueando la espalda de tal forma que parecía que en cualquier momento se le fuera a partir en dos. La Ama recogió satisfecha los frutos de sus esfuerzos constantes y continuos y, sin llegar a tragárselos en ningún momento, acercó su cara a la enrojecida de Marina y, desplazando hacia abajo la mordaza que impedía que las palabras salieran de la boca de su perrita, se dispuso a besarla.
-¡Ya no tiene gracia, Yolanda! ¡Suélta...!
La aludida la besó, abriendo su boca y la de Marina dejando que los fluidos propios de esta última se escurrieran por su mandíbula y emprendieran el camino abajo hacia su garganta, provocándole una ligera tos. Yolanda la volvió a amordazar, con una sonrisa muy lobuna.
-Te daría de comer pero estás muy revoltosa, perrita mía. Veamos que se puede hacer ante tu creciente excitación...

Se acercó unos instantes a su cama, levantó el colchón, revelando su última adquisición. Lubricante frío y un consolador azulado, de gran grosor y tamaño. Marina volvió a revolverse, aumentando el calor de Yolanda, que, ante su desesperación, alimentaba sus ansias de poder sobre aquel cuerpo atad. Podría hacerle tantas cosas si sus padres no volvieran en más de un día... podría torturarla y darle placer de tantas maneras... pero la perrita estaba tan revoltosa... Suspiró para sus adentros y se arrodilló frente a los pies de Marina, que ya se había cerrado, desafiante y ligeramente enfadada, estando más asustada que enervada.
Empezando un ligero lenguetazo, una confesión a aquella cavidad antes de desparramar el contenido del bote sobre él, no porque estuvieran las intimidades secas cual desierto, si no por el efecto que producía en la piel, de un frío intenso, más allá de un producto que se ha dejado toda la noche a la luz de las estrellas.
Marina se revolvió ante la fresca y heladora sensación que fue acompañada por una ligera presión en su oquedad humedecida. La Ama sacó la lengua, mientras daba pequeños empujoncitos con el consolador a la cueva viviente, contemplando casi fascinada como los propios músculos de tan preciada zona lo terminaban expulsando. Con cuidado y algo de mimo, fue empujando el consolador, oscuridad adentro, haciendo gritar por enésima vez a Marina, ya que el lubricante se había colado en el interior y era algo nuevo y diferente... y no sabía si le gustaba la sensación que le causaba.

Yolanda, utilizando una mano para mover un inquieto consolador en su interior, usó la otra mano para apoyarse en el suelo y, con los dientes, le quitó la mordaza a Marina, para besarla, casi ahogándola con su hálito, con sus labios, declarando la invasión con la lengua, contando los dientes que había dentro de esa boca tan dulce. Al mismo tiempo, sin tener muy claro la perra como lo hizo (y sin revelar Yolanda el secreto), tironeaba también de la vela escondida en unas profundidades sin explorar, como las de los océanos; Marina empujaba con los pies al suelo, arqueando la espalda mientras su Ama se llenaba la boca con sus dulces y sensibles pechos, cuyos pezones se ponían cual picos de montañas heladas. Alternando turnos de entrada y salida entre ambos objetos, sin permiso ni consideración ninguna, Marina empezó a llegar al límite del orgasmo.
A modo de especie de castigo, Yolanda se hizo la promesa de dejarla fatigada a base de fuertes sensaciones como era aquel orgasmo. Maniobrando con más libertad al invadir su boca los otros labios que se suelen pintar de carmín, devoraba el monte de Venus con una avidez insoportable, llenando cada hueco con su presencia.

Ambas perdieron la cuenta de cuantos llegó a tener Marina en los siguientes veinte minutos, pero cuando la perra despertó, estaba en la cama, arropada pero con una ligera incomodidad. Al levantarse, notó como si fuera un tampón, un objeto de gran tamaño que... empezó a vibrar ligeramente, como un gato que se siente a gusto que ronronea.

Yolanda le sonrió sentada en la silla del escritorio.
-Lo llevarás mañana a clase, a modo de castigo por tus impertinencias de hoy.
Marina enrojeció, la Ama se le acercó y brindó a sus secos labios un poco de su saliva, buscando consuelo entre sus manos, buscando una forma de satisfacerse sin llegar a darle a ella nada, sintiéndose castigada más que premiada, pues cierto era que Marina había disfrutado muchísimo más que Yolanda... quería su parte, quería que Marina se vengara, que le hiciera algo que ni a ella misma se le ocurría pensar... pero sabía que, por su naturaleza, ese suceso nunca se llegaría a dar.

¿O tal vez sí?


lunes, 28 de abril de 2014

Anaranjado

Le gustaba mucho el color naranja. Prácticamente no podía vivir sin él y, al final, vivía solo para él. Vestía ropa naranja, se tiñó el pelo anaranjado, comía solo cosas de su color favorito... su pareja le terminó dejando el día que se despertó por el cosquilleo de la brocha en su piel, tirante por la pintura. Gastó una fortuna y media para pintar cada rincón de su casa naranja. El mismo acabó así... por fuera. Un día, murió intoxicado por beberse un litro de pintura naranja. Quería haber pintado sus tripas de tan adorado y alegre color.


lunes, 21 de abril de 2014

Comida

En algún lugar del mundo se encontraba un magnate comiendo un trozo de cordero.

Mientras disfrutaba de ese pedazo de carne, por unos instantes se llegó a preguntar de dónde podría provenir, pues después de todo, era un pedazo de un animal al cual sacrificaron para una causa. Aunque después de todo, solo fue criado para eso, para ser comido.

En este caso, el trozo de cordero que comía era lechal, un manjar.

Carne blanda, jugosa, de un cordero joven, lo justo para que sus músculos sean fáciles de masticar y paladear.

Todo estaba alineado con una salsa de lo más exquisita, entre ellas, la misma salsa que desprendía el pedazo de carne poco hecho. La sangre.

Mientras, en otro lugar del mundo se encontraba un pastor, con su rebaño, vigilando que fueran creciendo, alimentándose y siguieran ignorantes de su destino final. Después de todo, le pagaban para que cuidara del rebaño y lo dirigiera como tal.

Entre aquel rebaño, hacía un tiempo un joven cordero había desaparecido, nadie se preocupaba por él, después de todo, solo era uno más.

Aún así, ese rebaño, igual que otros tantos tenía una peculiaridad... tenían sentimientos, por lo que los padres del joven lechal echaban de menos y lloraban la perdida de su hijo, en lugar de estar postrados sobre cuatro patas, caminaban sobre dos, en lugar de lana, llevaban ropas, en el mejor de los casos; y sino su propio pelo que cubría su cuerpo.

Después de todo... ese rebaño somos nosotros.


lunes, 14 de abril de 2014

El paso

No sabía donde centrar la mirada. No le apetecía prestar atención porque tenía miedo a las alturas. Pero claro, estaban a punto de llegar. Era su pasaporte. Tenía que hacerlo. Pasos en las escaleras, la puerta que se abre de golpe. Un grito que intenta impedírselo.

El paso definitivo y la gran caída. Por fin era libre. Libre.


lunes, 7 de abril de 2014

Tarantela I

Sentía una curiosa atracción por ella... tan vez porque tan solo se trataba de una compañera de clase. Sin embargo, tenía ese perfil bondadoso, como si de una persona sumamente inocente se tratase. Nunca había tenido el placer de hablar con ella, pero sí que la había espiado por los pasillos, la había contemplado distraídamente en clase, cuando salía a exponer algún aburrido trabajo que, repentinamente, se volvía del todo interesante cuando ella tenía que hablar.

Creía firmemente que su mundo giraba entorno a esa compañera de clase. Cuando llegaba a casa, se encontraba totalmente incapaz de prestarle un poco de atención a sus estudios y, cuando lo lograba, se interrumpía siempre a mitad de frase, para suspirar por esa compañera de clase, a la que le había dedicado miles y miles de poemas, pero que nunca se había atrevido a dejarle ninguno.

Una bonita mañana nublada, cuyo cielo amenazaba con romper a llover en cualquier momento, se sintió con las suficientes ganas como para hacerle obsequio al centro de su mundo con uno de sus mejores poemas. Salió todo lo pronto que pudo de casa, cogió el metro y llegó antes que nadie al aula. Se quedó al lado de la mesa de la chica que tanto le gustaba y la contempló. Sin ella, perdía parte de su esencia pero, al imaginársela ahí, sentada, atenta, guapa, prestando atención, tan inocente... sintió un calor repentino y una tensión insoportable entre sus pantalones. Enrojeciendo como la grana por aquel acto, dejó apresuradamente la pequeña nota con su mejor poema y corrió al baño para intentar calmarse de alguna manera que no fuera satisfacerse, pues le daba la sensación de que si se masturbaba en su nombre, era algo así como macillárselo... y no quería eso para con ella.

La chica, por supuesto, encontró la nota nada más llegar. Con una sonrisa lo abrió, sonrisa que se fue borrando poco a poco, como con disolvente. Contempló la reacción de su compañera de clase con un fuerte dolor en el pecho. ¿Qué pasaba? ¿No le gustaba? La chica en cuestión miró a su alrededor, como buscando una mirada que le indicase quién había sido. En estas, apartó la mirada, esperando no ser el blanco de la chica que tanto adoraba.

El poema que le había escrito, decía así:

Con tu mirada caen reinos,
por tu sonrisa hombres se arrodillan,
un mundo por un beso en tus manos.

Una reina de bella pelambrera,
una dama de ojos que brillan,
maldición a quien no te quiera.

Treinta y seis yeguas perladas
que pifian relucientes
en las montañas sonrosadas.

Ojos sinceros y diferentes,
enamoradizos, claros,
me arrodillo ante ellos.

Con tu mirada caen reinos,
por tu sonrisa hombres se arrodillan,
mi alma se estremece con un suspiro tuyo.

Pasó la mañana preguntándose qué podía tener de malo su poema para que la chica, su compañera de clase, el centro de su diminuto universo, hubiera buscado con una mirada que nada tenía de enternecedor al autor de la nota con letra temblorosa.


lunes, 31 de marzo de 2014

Diario de...

Hoy he cumplido 3 años y papá y mamá me han permitido tomar el control y escribir esta entrada.

Muchos de vosotros no me conoceréis, eso está claro, pero yo os conozco a todos vosotros.

No, no soy el gran ojo que todo lo ve, pero sí al que le cuentan todo.

Pero no os quiero aburrir con tonterías, después de todo, es mi cumple!!

Papá y mamá no me han dado nada especial, aunque he podido correr mucho!! Y oler muchos culos!!

Sabéis? además, aquel canijo... no deja de mearse donde yo... es un pesado! Siempre tengo que regar nuevamente... y claro, mantener la zona controlada... es un trabajo que requiere de mucho trabajo! Y pipi y popo... todo sea dicho de paso...

Además, en casa, hay días que vienen gente que no conozco! Pero me tratan muy bien! Y algunos huelen a macho, a hembra... a gato... Pero siempre me dejan estar con ellos mientras papá y mamá están con ellos tirando unas cosas que hacen ruido en la mesa y haciendo el tonto...

Sabéis lo mejor? que después dicen que soy yo el que hace tonterías! Si ellos se vieran... hablando, caminando sobre sus dos patas, poniendo caras... y encima... siempre tan atareados!

Oh! Una ardilla!!!

Esto... ah sí! que... no paran nunca por casa y viven muy deprisa, cuando el placer que se tiene de dormir tooodo el día, estirarse en el sofá... y porqué no? ponerse la tele mirando un documental de esos... (que no se enteren papá y mamá) que salen otros haciendo guarrearías, que dicen ellos...

Pero... oh!! que es lo que veo! una piñaaaaaaaaaaaaaaaaAAAAAAAAAAAA!

Os dejo!

Un guau!

UNA PIÑAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!!!!

lunes, 24 de marzo de 2014

Idilio de perras - Primera parte

Este es un relato para mayores de edad.

A pesar de que eran compañeras de clase, decidieron hacia ya mucho tiempo que querían traspasar la franja de la frívola amistad, amándose en silencio en clase y ante los ojos del resto del mundo, dándole inocentes caricias, tontas palmadas en el culo y riéndose abrazadas, solo para consolar a sus cuerpos de la lejanía, del abismo que se había abierto cuando tomaron la decisión. Una de negros cabellos, cual ala de un cuervo, recibía el nombre de Yolanda y era la Ama, por su carácter de aquella otra de cabellos cual amanecer deslucido, nombrada Marina de nacimiento, sencillamente perra a los pies de su Ama, a quien le lamía las zapatillas, las botas, los pies... siempre que el tiempo y la intimidad les dejaban.
Fingir frente a sus compañeros de clase era lo que más les costaba, sobre todo cuando se notaba en una de las dos que la pasión le estaba carcomiendo por dentro.

Fue así, una bonita tarde de un miércoles cuando ambas se miraron y caminaron a casa de Yolanda, porque estaba más cerca y por la conveniencia de que sus padres no estuvieran hasta la noche. Con el cambio de centro no podían darse tantas caricias en los baños, pues estos eran pequeños y siempre había gente en ellos... y esa gente hubiera encontrado extraño que hubieran salido dos personas de un mismo habitáculo.

Yolanda, la Ama, con un porte orgulloso y una sonrisa muy lobuna, sintió de nuevo el poder cuando se acercó a su perrita favorita, cuando la empezó a desnudar con una lentitud dolorosa, pasando la lengua por su carne sonrosada, casi láctea. Devoró sus pezones, que pronto se mostraron ávidos de la calidez y humedad de la boca de la Ama, quien prohibió los gemidos de su perrita, a modo de un pequeño castigo de contención. Pronto quedó Marina desnuda, desprotegida, a cuatro patas y saboreando el empeine de los pies de su querida Ama. Esta sacó por fin el collar de su cajón, junto con la correa, poniéndosela alrededor del frágil cuello de Marina. No podía ponérselo más allá, pues algo de ese carácter hubiera dado más de una señal que un simple cachete en el culo. Lentamente, con tirones, la arrastró de la cadena hasta la cama, obligándola a subir pero dejando medio cuerpo en el suelo, de forma que las rodillas tocaban la alfombra de Yolanda y el pecho, con sus picos helados, las sábanas frías de la cama de su Ama. Esta se arrodilló frente a los pliegues sonrosados de su perra y olfateó ruidosamente, metiendo la lengua, saboreando la oquedad humedecida con cuatro caricias.
Una sonrisa se perfiló en los duros labios de Yolanda. Fue hasta la mesita de noche y sacó una pequeña vela, alargada y delgada. Poco a poco, primero tanteando hacia arriba y hacia abajo, como si fuera la verga de un adolescente, para luego ir metiéndola pausadamente, tomándose su tiempo, contemplando cómo cuando la sacaba unos centímetros, estaba mojada, perlada por una sustancia semitransparente, fruto de la desesperación de su perra. Terminó la vela su camino, habiéndose contenido Marina de no soltar ni un solo gemido, por mucho que le hubiese costado pues, a pesar de que se moría por expresar el gran placer que aquello le suponía, su Ama no le había dado ningún tipo de permiso para que entreabriera los labios y dejara escapar el aire.

Yolanda, dándose rápida cuenta de este suceso, sacó una vela de mayor grosor, diciendo:
-Vaya, parece que hoy me va a costar más complacerte para complacerme, ¿no, perrita?
Alzó la vela más pequeña, teniendo cuidado de no romperla, sin sacarla, haciéndole sitio a la más grande que fue abriéndose paso a marcha de caracol, deteniéndose en varias ocasiones, balanceándose de cuando en cuando, arrancándole gemidos de dolor y placer a la perra. Dejó Yolanda ambas velas al límite de aquella deliciosa, olorosa y húmeda oquedad, que solo bastaba un empujoncito para que desapareciesen en la gruta oscura. La mano de la Ama recorrió el borde de la pelvis y subió hacia arriba, tanteando un agujero aún por descubrir.
-Mmm... ¿Qué es esto? -ronroneó Yolanda, inclinándose sobre su perra, rozando sus pechos vestidos sobre la espalda fría y desnuda de Marina.
-¿El qué, m-m-m-mi señora?
Yolanda tironeó descuidadamente del vello rojizo de la perra, aún sin depilar.
-¡Ay! -se quejó la dueña del vello.
-¿Ay? -rió la Ama, quien le soltó un fuerte azote en la nalga derecha-. ¿No te da vergüenza presentarme tu coño así? ¿Sin desnudar por completo? ¿Acaso tienes miedo de que no me vaya a gustar o es que no me lo quieres mostrar en su máxima desnudez?
-Ama, yo...
-¡Silencio! -dijo, autoritaria, excitada y candente la Ama, tirándole del pelo a Marina.
Pasó su lengua por la mejilla y el cuello de la asustada perra; le soltó el pelo y sacó una caja de cerillas del cajoncito de donde había salido las velas y su querido collar, así como la correa. Prendió un fósforo. Contempló con retorcido placer cómo se estremecía Marina. Prendió la vela mayor. La perra soltó un pequeño grito, al notar el cercano calor, que quemaba. La Ama le ordenó que no se moviese si no quería que encendiese la otra, que estaba mucho más cerca del vello.

La cera derretida y caliente se escurrió por los pliegues sonrosados y palpitantes de Marina, que se estremeció de dolor y placer a un tiempo. Yolanda sonrió y pasó sus largas uñas por la columna vertebral de la torturada perrita.

Inesperadamente, oyó como la puerta principal de la casa de abría.
-Yolanda, cielo, ¿estás en casa?
Ama y perra miraron hacia la puerta principal. La primera apagó la vela y arrastró a su perrita al armario, recogiendo la ropa por el camino, dándole un último empujón y cerrando tras ella. La madre entró en la habitación y encontró a su hija plegando la ropa que había dejado por la mañana en la cama.
-Oh, estás aquí. ¿No huele un poco raro?
-Sí, fue cuando abrí la ventana, creo que viene de fuera -comentó la Ama, controlando su temblor.
-¿Has visto la carpeta de tu padre? La necesita para la reunión... me tiene de secretaria.
-No, no la he visto -dijo Yolanda, mirando a su madre con una inocente sonrisa.
-Estará en el despacho, seguro -oyó Marina, temblando.
Vibró su móvil. Miró y vio un mensaje de su Ama.
Mastúrbate con las dos velas al mismo tiempo. Contuvo el aire y, dejando la ropa en el suelo con el mayor sigilo posible, se apoyó contra las perchas y, conteniendo el aire, inició la tarea, intentando no gemir sabiendo la presencia intrusa de la madre entretenida por su hija.