El tostador amaba a la tostada. Porque se pasaba el día tostándola, obviamente. Así que un día decidieron fugarse juntos.
-¡Esperad, quiero desayunar! -gritó el amo, contemplando atónito como se fugaba el tostador con la tostada.
Luego despertó del coma.
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lunes, 21 de julio de 2014
lunes, 30 de junio de 2014
ß-transformadoras
Era una clase de adolescentes, ya casi adultos, lleno mayoritariamente por mujeres. Independientemente de la especialidad que estaban estudiando, sucedía, cada vez más a menudo, un curioso suceso. Cada cinco minutos, ya fuera a escondidas o sin ningún tipo de vergüenza, en pequeños grupos la mayoría de las veces, se sacaban una foto. Una detrás de otra. Cada cinco o diez minutos si sabían soportar tan agónica espera.
Una extraña enfermedad campaba a sus anchas por aquel aula, llamada ß-transformador, afectando solo a las mujeres. Los cambios podían ser en gran o pequeña medida; empero, la paranoia era demasiado grande para las "ß-transformadoras".
Una extraña enfermedad campaba a sus anchas por aquel aula, llamada ß-transformador, afectando solo a las mujeres. Los cambios podían ser en gran o pequeña medida; empero, la paranoia era demasiado grande para las "ß-transformadoras".
lunes, 28 de abril de 2014
Anaranjado
Le gustaba mucho el color naranja. Prácticamente no podía vivir sin él y, al final, vivía solo para él. Vestía ropa naranja, se tiñó el pelo anaranjado, comía solo cosas de su color favorito... su pareja le terminó dejando el día que se despertó por el cosquilleo de la brocha en su piel, tirante por la pintura. Gastó una fortuna y media para pintar cada rincón de su casa naranja. El mismo acabó así... por fuera. Un día, murió intoxicado por beberse un litro de pintura naranja. Quería haber pintado sus tripas de tan adorado y alegre color.
lunes, 17 de marzo de 2014
Humano asado
Podría haber sido un día cualquiera, Podría haber pasado el día disfrutando, como otro cualquiera, solo que con una vestimenta un poco extravagante debido a que era carnaval. Lo pasaba bien, como decía, entre compañeros que vestían de payasos, de médicos, de secretarios, de vampiros, de brujas, de cavernícolas... una gran variedad de disfraces y él, tan tranquilo paseándose por los pasillos, comentando esto y aquello con unos pocos amigos que veía aquí y allá, dispersos y felices.
Se le acercó una persona, curiosa por su vestimenta. Le parecía un gato muy simpático hasta que, como más de una vez, habló y estropeó su primera impresión.
-Oye, tío, ¿y tú de que te has disfrazado? Pareces un científico ochentero con esas pintas, ja, ja.
Él sonríe un poco cohibido y responde que es una crítica social hacia los transgénicos, como las sandías sin pepitas.
El otro, el gato, le miró sin entender. Y dijo:
-¿Qué son los transgénicos?
Él sonrió y sacó el lanzallamas. Convirtió al ignorante en una parrillada excelente.
Todos sus compañeros disfrutaron de la jugosa carne del hombre-gato-ignorante.
Y estaba de rechupete. A pesar de todo.
Se le acercó una persona, curiosa por su vestimenta. Le parecía un gato muy simpático hasta que, como más de una vez, habló y estropeó su primera impresión.
-Oye, tío, ¿y tú de que te has disfrazado? Pareces un científico ochentero con esas pintas, ja, ja.
Él sonríe un poco cohibido y responde que es una crítica social hacia los transgénicos, como las sandías sin pepitas.
El otro, el gato, le miró sin entender. Y dijo:
-¿Qué son los transgénicos?
Él sonrió y sacó el lanzallamas. Convirtió al ignorante en una parrillada excelente.
Todos sus compañeros disfrutaron de la jugosa carne del hombre-gato-ignorante.
Y estaba de rechupete. A pesar de todo.
martes, 19 de marzo de 2013
Ácido
Se tenía prohibido llorar. Su corazón era un pedacito de hielo salido de la antártida. No conocía lo que era la tristeza, el amor o la felicidad. Solo la amargura y la tristeza. Solo eso y nada más. Un día decidió derretir su corazón con un poco de calor humano que, otro día más tarde, acabó por abandonarla.
Y entonces lloró. Porque el dolor del frío no le gustaba. Porque necesitaba ese calor. Porque le dolía la piel, la carne, todo. Sus lágrimas la corroían, la deshacían lenta y dolorosamente. Eran ácido, de su frialdad, de tanta amargura. El llanto la desintegraba. Pedazo a pedazo hasta que su rostro no fue más que un amasijo de carne y hueso.
Una monstruosidad.
Lo que toda su vida había sido.
Y entonces lloró. Porque el dolor del frío no le gustaba. Porque necesitaba ese calor. Porque le dolía la piel, la carne, todo. Sus lágrimas la corroían, la deshacían lenta y dolorosamente. Eran ácido, de su frialdad, de tanta amargura. El llanto la desintegraba. Pedazo a pedazo hasta que su rostro no fue más que un amasijo de carne y hueso.
Una monstruosidad.
Lo que toda su vida había sido.
martes, 26 de febrero de 2013
Fetiche por los pies
No era un podólogo y mucho menos le agradaban los pies. Era una parte del cuerpo útil, pero nada más. Sin embargo, todos tenemos nuestros secretos y él, Edward, también tenía los suyos. Creía tener como fetiche los pies. Le gustaba mirarlos, pero era incapaz de tocarlos, pues no consideraba sus manos lo suficientemente dignas para ello (imaginaos lo duro que sería ponerse los zapatos).
Gina y Laurel fueron a verle, sin saber su codiciado secreto. Gina le dijo a Laurel que le enseñara los pies a Ed, porque era el único que no había visto sus pobres pies.
-Todo el día caminando -decía Laurel.
Ed contempló, horrorizado, aquella... cosa... aquella aberración de la humanidad. Tenía heridas, rozaduras, piel colgando muerta, dedos rojos, uñas descuidados. Por ello, cogió las tijeras y, poco a poco, salpicando quizá un poco, un día le cortó los pies a Laurel, los quemó y durmió tranquilo nuevamente, sin que aquella monstruosidad lo persiguiera más en sueños. Aquellos pies desconchados y viejos.
Gina y Laurel fueron a verle, sin saber su codiciado secreto. Gina le dijo a Laurel que le enseñara los pies a Ed, porque era el único que no había visto sus pobres pies.
-Todo el día caminando -decía Laurel.
Ed contempló, horrorizado, aquella... cosa... aquella aberración de la humanidad. Tenía heridas, rozaduras, piel colgando muerta, dedos rojos, uñas descuidados. Por ello, cogió las tijeras y, poco a poco, salpicando quizá un poco, un día le cortó los pies a Laurel, los quemó y durmió tranquilo nuevamente, sin que aquella monstruosidad lo persiguiera más en sueños. Aquellos pies desconchados y viejos.
miércoles, 23 de enero de 2013
Ocho patas. Ocho cervezas.
Era un pulpo y eso lo tenía más que asumido. Tenía ocho patas. Eso también lo tenía más que asumido. Lo que no tenía tan asumido era que cada pata tuviera que tener un vaso de cerveza. No uno. Ocho. Porque si solo había uno las patas se peleaban y no cataba la cerveza.
Ocho patas. Ocho vasos. Una borrachera. Deberían ser ocho borracheras, pensó alegremente el pulpo mientras lo conducían fuera del agua. Siete patas. Seis patas. Cinco patas. Cuatro patas. Tres patas. Dos patas. Una pata. ¡Pulpo a la marinera!
Y por eso los pulpos dejaron de beber cerveza... y de relacionarse con desconsiderados humanos.
Ocho patas. Ocho vasos. Una borrachera. Deberían ser ocho borracheras, pensó alegremente el pulpo mientras lo conducían fuera del agua. Siete patas. Seis patas. Cinco patas. Cuatro patas. Tres patas. Dos patas. Una pata. ¡Pulpo a la marinera!
Y por eso los pulpos dejaron de beber cerveza... y de relacionarse con desconsiderados humanos.
miércoles, 9 de enero de 2013
La ciudad putrefacta
Agonizaba. Sus edificios hechos de carne, supuraban, sangraban, caían pequeños trozos de esos bloques blandos y rojizos al suelo artificial. Los aldeanos eran pocos y molestos. La gran mayoría se había ido. El hedor era insoportable Las moscas no revoloteaban en las estructuras moribundas por la que la Espléndida Emperatriz no lo permitía. Bloques de carne. Carne hedionda. Descompuesta. Muerte en vida. Una grieta se abrió en el suelo y, si la ciudad putrefacta hubiera tenido cuerdas vocales, hubiera gritado. Siguió muriendo, lentamente, mientras sus abominables y infectos edificios caían poco a poco, agónicos y sucumbiendo para siempre.
miércoles, 26 de diciembre de 2012
Sonido de cascabeles
La oscuridad parecía cernirse sobre la ciudad, esquivando los puntos de luz y acomodándose en los rincones. Era de noche y las pocas estrellas que lograban brillar más que la ciudad, observaban, en silencio. En una calle en concreto, las casas estaban apagadas, sumidas en sueños. Alguna que otra ventana vomitaba luz sobre el suelo, una luz tenue y con poco tiempo de vida.
Observaba, sigiloso, surcando el cielo, buscando una casa en particular. No tenía mucho tiempo y sabía que se estaba retrasando... pero no podía irse sin pasar por el hogar de Minnie Tims. Agudizó la vista y, aliviado, la halló al fin...
Descendió con ese sonido de cascabeles acompañándolo, pensando cómo entrar en la casa sin despertar a sus inquilinos. Se posó en el tejado y calculó más o menos donde estaba el abeto. Rozó el dedo pulgar con el índice y el corazón, apareciendo con el frote un polvillo verde que lo envolvió como si fueran copos de nueve coloreados e iluminados por el sol. Cuando aquella extraña purpurina se despejó, él ya no estaba.
La habitación estaba en penumbra pero no importaba; sabía guiarse bien. Depositó en silencio el pequeño saco aterciopelado y empezó a hurgar en su interior.
-¿Dónde está? ¿Dónde está? -se preguntaba.
Con una sonrisa de éxito, sacó un pequeño paquete con un lazo, depositándolo en el suelo alfombrado. Siguió a este otros tres más, dos de pequeño tamaño. En todos se podía leer una etiqueta, con pulcra letra, fácilmente legible. En dos de ellos se leía: Minnie Tims. En uno: papá; en otro: mamá.
A punto estuvo de irse, cerrando el saco con ese sonido siguiéndolo, cuando la oyó. ¡Cielos! Se había demorado mucho dejando los paquetes.
Esperó un poco, a propósito. La oía bajar las escaleras, descalza y en pijama. Cada fibra de su ser estaba nerviosa, inquieta... expectante. Esperó y esperó y justo cuando Minnie Tims estuvo a punto de cruzar la corta distancia que haría visible al gran hombre, este empezó a frotar los dedos pulgar, índice y corazón, apareciendo ese mágico polvo, de color rojo esta vez.
Y, exactamente cuando Minnie llegó hasta el abeto decorado con mimo, el gran hombre, vestido de rojo y grandes barbas blancas, desapareció. ¡Puff! Con aquel sonido de cascabeles siempre acompañándolo.
-¿Santa Claus? -musitó la niña, emocionada.
Aguantó la respiración y su corazoncito se emocionó cuando oyó a los renos partir, los cascabeles agitarse y una risa muy característica de aquel ser tan curioso.
-¡Feliz Navidad, Minnie! -dijo él, surcando el cielo, buscando la siguiente casa donde debía parar.
¿Será la tuya?
Observaba, sigiloso, surcando el cielo, buscando una casa en particular. No tenía mucho tiempo y sabía que se estaba retrasando... pero no podía irse sin pasar por el hogar de Minnie Tims. Agudizó la vista y, aliviado, la halló al fin...
Descendió con ese sonido de cascabeles acompañándolo, pensando cómo entrar en la casa sin despertar a sus inquilinos. Se posó en el tejado y calculó más o menos donde estaba el abeto. Rozó el dedo pulgar con el índice y el corazón, apareciendo con el frote un polvillo verde que lo envolvió como si fueran copos de nueve coloreados e iluminados por el sol. Cuando aquella extraña purpurina se despejó, él ya no estaba.
La habitación estaba en penumbra pero no importaba; sabía guiarse bien. Depositó en silencio el pequeño saco aterciopelado y empezó a hurgar en su interior.
-¿Dónde está? ¿Dónde está? -se preguntaba.
Con una sonrisa de éxito, sacó un pequeño paquete con un lazo, depositándolo en el suelo alfombrado. Siguió a este otros tres más, dos de pequeño tamaño. En todos se podía leer una etiqueta, con pulcra letra, fácilmente legible. En dos de ellos se leía: Minnie Tims. En uno: papá; en otro: mamá.
A punto estuvo de irse, cerrando el saco con ese sonido siguiéndolo, cuando la oyó. ¡Cielos! Se había demorado mucho dejando los paquetes.
Esperó un poco, a propósito. La oía bajar las escaleras, descalza y en pijama. Cada fibra de su ser estaba nerviosa, inquieta... expectante. Esperó y esperó y justo cuando Minnie Tims estuvo a punto de cruzar la corta distancia que haría visible al gran hombre, este empezó a frotar los dedos pulgar, índice y corazón, apareciendo ese mágico polvo, de color rojo esta vez.
Y, exactamente cuando Minnie llegó hasta el abeto decorado con mimo, el gran hombre, vestido de rojo y grandes barbas blancas, desapareció. ¡Puff! Con aquel sonido de cascabeles siempre acompañándolo.
-¿Santa Claus? -musitó la niña, emocionada.
Aguantó la respiración y su corazoncito se emocionó cuando oyó a los renos partir, los cascabeles agitarse y una risa muy característica de aquel ser tan curioso.
-¡Feliz Navidad, Minnie! -dijo él, surcando el cielo, buscando la siguiente casa donde debía parar.
¿Será la tuya?
![]() |
| Feliz navidad, pequeños retoños |
Para Anubis y Sokar, con cariño
miércoles, 28 de noviembre de 2012
El monstruo del túnel
Vio la salida del túnel mientras corría, sintiendo la presencia tras él. Las luces habían empezado a apagarse y la oscuridad reinaba con su sonrisa siniestra, desafiando al resto de lámparas a iluminarla. Las pisadas resonaban en las paredes de aquel gran agujero artificial excavado en la tierra. Hacía frío y su aliento formaba una nubecilla blanca. Llegó al final. Salió del túnel. Continuó corriendo. Más allá del túnel reinaba la noche. Siguió corriendo, temiendo que el monstruo que habitaba en el agujero lo cazara de un momento a otro. Que sus garras apresaran su tierna piel juvenil.
Sí. Todos lo esperaban.
Y, sin embargo, no sucedió. Porque los monstruos no existen. ¿Verdad?
Sí. Todos lo esperaban.
Y, sin embargo, no sucedió. Porque los monstruos no existen. ¿Verdad?
miércoles, 14 de noviembre de 2012
En nombre de la guerra...
Como él, sus compañeros y algún que otro amigo, habían sido destinados al crucero de guerra Silverpoint. Se consideraban, hasta el momento, afortunados, pues se trataba de la nave de Stahl, una figura importante e influyente en el Consejo. Sumido en la contemplación de su árido, peligroso y querido planeta, fue sacada a la fuerza de estos por la alarma creciente y estridente que retumbaba en toda la nave. Había intrusos, casi seguramente, ISA.
Sucedió todo demasiado deprisa. Demasiado. Pasaron como una exhalación a su lado y tuvo que cubrirse entre los tiros de uno y de otros, vigilando de no herir a sus compañeros. Sin saber exactamente, cómo, aquellos dos cogieron naves pequeñas para atacar al crucero hermano del Silverpoint. Todos contraatacaban y, pesar de que recibió fieras órdenes por la radio de presentarse en el hangar para salir al espacio, sus pies no se movían de su lugar; estaba paralizado.
En unos pocos segundo, Stonewar ardía por los cuatro costados y, el piloto, en un intento por salvar a sus ocupantes, trató de aterrizar. Empero, allí estaban los ISA y, despiadadamente, lanzaron una bomba nuclear contra el herido crucero. Se estrelló contra aquella fuente de energía desconocida, que explotó y se liberó como si estuviera viva; cual plaga hambrienta, se fue extendiendo por todo el planeta, aniquilando toda la vida que pudiese haber en Helghan. El soldado se acercó más a la ventana, atónito.
Tantos muertos... Tanta gente inocente... asesinada...
Fue entonces cuando el soldado se atrevió a cuestionarse el por qué de la guerra. ¿Por sus ideales? ¿Por su familia? ¿Para llevarles algo de comer a sus hijos, tan huesudos y delicados?... ¿O para llenar las arcas y tener más territorio a los pies del autócrata?
¿Ideales? ¿Comida?
¿O dinero y avaricia?
Sucedió todo demasiado deprisa. Demasiado. Pasaron como una exhalación a su lado y tuvo que cubrirse entre los tiros de uno y de otros, vigilando de no herir a sus compañeros. Sin saber exactamente, cómo, aquellos dos cogieron naves pequeñas para atacar al crucero hermano del Silverpoint. Todos contraatacaban y, pesar de que recibió fieras órdenes por la radio de presentarse en el hangar para salir al espacio, sus pies no se movían de su lugar; estaba paralizado.
En unos pocos segundo, Stonewar ardía por los cuatro costados y, el piloto, en un intento por salvar a sus ocupantes, trató de aterrizar. Empero, allí estaban los ISA y, despiadadamente, lanzaron una bomba nuclear contra el herido crucero. Se estrelló contra aquella fuente de energía desconocida, que explotó y se liberó como si estuviera viva; cual plaga hambrienta, se fue extendiendo por todo el planeta, aniquilando toda la vida que pudiese haber en Helghan. El soldado se acercó más a la ventana, atónito.
Tantos muertos... Tanta gente inocente... asesinada...
Fue entonces cuando el soldado se atrevió a cuestionarse el por qué de la guerra. ¿Por sus ideales? ¿Por su familia? ¿Para llevarles algo de comer a sus hijos, tan huesudos y delicados?... ¿O para llenar las arcas y tener más territorio a los pies del autócrata?
¿Ideales? ¿Comida?
¿O dinero y avaricia?
![]() |
| Stahl, quien proporciona armas y soldados a Helghan |
PD: Relato de 5 de Noviembre, con un poco de retraso.
miércoles, 31 de octubre de 2012
La granja humana
-¡Ñeeeeeeeee! -dijo el humano ciento cuarenta y cinco.
El ganadero no le prestó atención, pues era un sonido que oía constantemente cada vez que iba a trabajar a la granja de humanos. No era un trabajo que le entusiasmara precisamente, pero era algo con lo que llenar los estómagos vacíos de sus hijos y de su esposa.
Realizaba su segunda ronda, cuando se fijó en el reloj que llevaba en la peluda muñeca. Hora de comer. Se aseguró de que hubieran mezclado bien el pienso y, ayudado con una herramienta, empezó a repartir el pienso a aquel rebaño humano, tan básico y simple. Todos eran tontos. Todos menos uno, que parecía haber tomado conciencia de repente. A cuatro patas, observando con horror como sus congéneres se dirigían hambrientos a los barreños, gruñendo.
-Ñeeeeee, ñeeeeee, ñeeeeeee...
Estaban desnudos, hacía generaciones que les había salido vello en la espalda, su cerebro se había encogido en algún rincón de la corteza cerebral y se había vuelto bastante básico. Lo suficiente como para existir. Él también tenía hambre y no pensaba en hacerle ascos a la comida. Por lo que, empujando al resto del rebaño, se acercó a la valla que evitaba que se escaparan y olisqueó el pienso. En su rostro se formó una mueca de horror y espanto. Mezclado en el pienso, se veían huesos, carne que, por el aroma, identificaba. ¡Se comían a sí mismos! ¡Echaban trozos de ellos en el pienso! Retrocedió, no pensaba comerse aquello. Nunca. Jamás. Tenía que escapar de allí. Debía huir.
Intentó ponerse en pie pero no pudo, sus piernas se habían acortado, era un "animal". "Ellos"... habían empezado así, primero obligándolos a caminar como cuadrúpedos, alimentándolos con pienso, aplastando sus ideas de escapar... Sus manos deformes se sujetaron a la valla, y, sin saber cómo, logró sobrepasarla, cruzarla y echó a correr al mismo tiempo que el despiadado granjero le gritaba que se detuviera. A sus ojos era solo una bestia. Una bestia enloquecida que había escapado del rebaño.
El tipo en cuestión no quería perder su trabajo por lo que, antes de que el jefe se enterara de aquel desastre, cogió la escopeta y fue a la caza del maldito animal. No tardó mucho en avistarlo, pues parecía desorientado y confundido. "Quizá fuera el nuevo pienso", se dijo mientras apuntaba al tembloroso animal. Eran las reglas. Animal que huía animal que mataban. No necesitaban más líos de los que ya tenían. Y mucho menos él. "Quizá debí despedirme bien de mi mujer", pensó, cuando aquel bicho lo miró con sus ojos enloquecidos, rojos, y gritaba "ñeeee".
"Quizá... no debí aceptar el trabajo", pensó, al tiempo que el animal se le tiró encima. Apretó el gatillo y la bestia inmunda cayó a su lado. Un incidente más. No tardó en arrastrar de la pata sucia y embarranada al animal hasta la picadora, donde fue arrojado y más tarde, a la hora de la cena, más o menos, servido a sus compañeros, que masticaban sin darse cuenta de ello, porque eran un rebaño, un rebaño grande y tonto. Un rebaño de humanos. Quizá en un mundo paralelo...
Quizá en un futuro próximo.
-Ñeeeeeeeee...
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