lunes, 24 de marzo de 2014

Idilio de perras - Primera parte

Este es un relato para mayores de edad.

A pesar de que eran compañeras de clase, decidieron hacia ya mucho tiempo que querían traspasar la franja de la frívola amistad, amándose en silencio en clase y ante los ojos del resto del mundo, dándole inocentes caricias, tontas palmadas en el culo y riéndose abrazadas, solo para consolar a sus cuerpos de la lejanía, del abismo que se había abierto cuando tomaron la decisión. Una de negros cabellos, cual ala de un cuervo, recibía el nombre de Yolanda y era la Ama, por su carácter de aquella otra de cabellos cual amanecer deslucido, nombrada Marina de nacimiento, sencillamente perra a los pies de su Ama, a quien le lamía las zapatillas, las botas, los pies... siempre que el tiempo y la intimidad les dejaban.
Fingir frente a sus compañeros de clase era lo que más les costaba, sobre todo cuando se notaba en una de las dos que la pasión le estaba carcomiendo por dentro.

Fue así, una bonita tarde de un miércoles cuando ambas se miraron y caminaron a casa de Yolanda, porque estaba más cerca y por la conveniencia de que sus padres no estuvieran hasta la noche. Con el cambio de centro no podían darse tantas caricias en los baños, pues estos eran pequeños y siempre había gente en ellos... y esa gente hubiera encontrado extraño que hubieran salido dos personas de un mismo habitáculo.

Yolanda, la Ama, con un porte orgulloso y una sonrisa muy lobuna, sintió de nuevo el poder cuando se acercó a su perrita favorita, cuando la empezó a desnudar con una lentitud dolorosa, pasando la lengua por su carne sonrosada, casi láctea. Devoró sus pezones, que pronto se mostraron ávidos de la calidez y humedad de la boca de la Ama, quien prohibió los gemidos de su perrita, a modo de un pequeño castigo de contención. Pronto quedó Marina desnuda, desprotegida, a cuatro patas y saboreando el empeine de los pies de su querida Ama. Esta sacó por fin el collar de su cajón, junto con la correa, poniéndosela alrededor del frágil cuello de Marina. No podía ponérselo más allá, pues algo de ese carácter hubiera dado más de una señal que un simple cachete en el culo. Lentamente, con tirones, la arrastró de la cadena hasta la cama, obligándola a subir pero dejando medio cuerpo en el suelo, de forma que las rodillas tocaban la alfombra de Yolanda y el pecho, con sus picos helados, las sábanas frías de la cama de su Ama. Esta se arrodilló frente a los pliegues sonrosados de su perra y olfateó ruidosamente, metiendo la lengua, saboreando la oquedad humedecida con cuatro caricias.
Una sonrisa se perfiló en los duros labios de Yolanda. Fue hasta la mesita de noche y sacó una pequeña vela, alargada y delgada. Poco a poco, primero tanteando hacia arriba y hacia abajo, como si fuera la verga de un adolescente, para luego ir metiéndola pausadamente, tomándose su tiempo, contemplando cómo cuando la sacaba unos centímetros, estaba mojada, perlada por una sustancia semitransparente, fruto de la desesperación de su perra. Terminó la vela su camino, habiéndose contenido Marina de no soltar ni un solo gemido, por mucho que le hubiese costado pues, a pesar de que se moría por expresar el gran placer que aquello le suponía, su Ama no le había dado ningún tipo de permiso para que entreabriera los labios y dejara escapar el aire.

Yolanda, dándose rápida cuenta de este suceso, sacó una vela de mayor grosor, diciendo:
-Vaya, parece que hoy me va a costar más complacerte para complacerme, ¿no, perrita?
Alzó la vela más pequeña, teniendo cuidado de no romperla, sin sacarla, haciéndole sitio a la más grande que fue abriéndose paso a marcha de caracol, deteniéndose en varias ocasiones, balanceándose de cuando en cuando, arrancándole gemidos de dolor y placer a la perra. Dejó Yolanda ambas velas al límite de aquella deliciosa, olorosa y húmeda oquedad, que solo bastaba un empujoncito para que desapareciesen en la gruta oscura. La mano de la Ama recorrió el borde de la pelvis y subió hacia arriba, tanteando un agujero aún por descubrir.
-Mmm... ¿Qué es esto? -ronroneó Yolanda, inclinándose sobre su perra, rozando sus pechos vestidos sobre la espalda fría y desnuda de Marina.
-¿El qué, m-m-m-mi señora?
Yolanda tironeó descuidadamente del vello rojizo de la perra, aún sin depilar.
-¡Ay! -se quejó la dueña del vello.
-¿Ay? -rió la Ama, quien le soltó un fuerte azote en la nalga derecha-. ¿No te da vergüenza presentarme tu coño así? ¿Sin desnudar por completo? ¿Acaso tienes miedo de que no me vaya a gustar o es que no me lo quieres mostrar en su máxima desnudez?
-Ama, yo...
-¡Silencio! -dijo, autoritaria, excitada y candente la Ama, tirándole del pelo a Marina.
Pasó su lengua por la mejilla y el cuello de la asustada perra; le soltó el pelo y sacó una caja de cerillas del cajoncito de donde había salido las velas y su querido collar, así como la correa. Prendió un fósforo. Contempló con retorcido placer cómo se estremecía Marina. Prendió la vela mayor. La perra soltó un pequeño grito, al notar el cercano calor, que quemaba. La Ama le ordenó que no se moviese si no quería que encendiese la otra, que estaba mucho más cerca del vello.

La cera derretida y caliente se escurrió por los pliegues sonrosados y palpitantes de Marina, que se estremeció de dolor y placer a un tiempo. Yolanda sonrió y pasó sus largas uñas por la columna vertebral de la torturada perrita.

Inesperadamente, oyó como la puerta principal de la casa de abría.
-Yolanda, cielo, ¿estás en casa?
Ama y perra miraron hacia la puerta principal. La primera apagó la vela y arrastró a su perrita al armario, recogiendo la ropa por el camino, dándole un último empujón y cerrando tras ella. La madre entró en la habitación y encontró a su hija plegando la ropa que había dejado por la mañana en la cama.
-Oh, estás aquí. ¿No huele un poco raro?
-Sí, fue cuando abrí la ventana, creo que viene de fuera -comentó la Ama, controlando su temblor.
-¿Has visto la carpeta de tu padre? La necesita para la reunión... me tiene de secretaria.
-No, no la he visto -dijo Yolanda, mirando a su madre con una inocente sonrisa.
-Estará en el despacho, seguro -oyó Marina, temblando.
Vibró su móvil. Miró y vio un mensaje de su Ama.
Mastúrbate con las dos velas al mismo tiempo. Contuvo el aire y, dejando la ropa en el suelo con el mayor sigilo posible, se apoyó contra las perchas y, conteniendo el aire, inició la tarea, intentando no gemir sabiendo la presencia intrusa de la madre entretenida por su hija.


4 comentarios:

Wilhemina dijo...

Wow... vaya par de monadas más pervertidas O.o Las apariencias engañan xD

Trinity dijo...

Jajajajaja cuanto tiempo sin leer un relato erótico por estos lares... Cruel es la Ama. Como tiene que ser... creo.

Azatoth dijo...

No está mal. Hacía tiempo que no se veía un relato erótico, ciertamente. Ama, después de todo, hace el papel que le pertoca y, como no, la perrita hace bien su papel de sumisa.

Alien de Andromeda dijo...

Cuesta renacer, quieras que no... aun así, espero la segunda parte con cierta impaciencia :)