domingo, 10 de junio de 2012

Aventuras en el Espacio - Taras Bulba - La princesa Rida

Taras Bulba era una libertina y lo tenía más que asumido. Quien parecía no tenerlo tan asumido eran los demás. Era una viajera del tiempo y le gustaban los mundos paralelos. Sabía arreglar cualquier trasto y el Imperio de un sistema solar la estaba buscando. Y a ella le daba igual.
Iba detrás de una princesa de un reino cuyo nombre nunca se acordaba, aquella muchachita se llamaba Rida. Tenía un cabello rojo como los amaneceres, los ojos verdes como la yerba de los alrededores, un buen corazón y una inocencia muy tentadora. Por el motivo de que a Taras le parecía lo bastante sexy como para pervertirla, estaba a oscuras, bajo la cama de la princesa. Llevaba toda la tarde esperando a que ella regresara de no sabía que fiesta y la había visto desnudarse y sus ganas de sentir su cuerpo habían aumentado escandalosamente.

En aquellos momentos, estaba esperando a que el guardia que había detrás de la puerta se fuera de una vez, para seguir así con su aburrida ronda. Cuando esto pasó, Taras salió de debajo de la cama más sigilosa que una serpiente. A la luz de la luna que se colaba por la ventana, parecía una de esas princesas de cuentos.


Taras de acarició la mejilla, se arrodilló y le susurró al oído de la princesa que no se asustara.
-¿Quién eres? -susurró Rida.
-Soy la hermana perdida de Rax'tra -dijo Taras, haciendo alusión a la diosa del amor.
-¿La gran Diosa tiene una hermana?
-Sí, pero -se adelantó Taras, en susurros-, nunca te han hablado de mí porque soy algo así como la hermana mala. No te haré daño, solo te descubriré placeres que tus sacerdotisas considerarían altamente prohibidos.
-¿Como... como qué?
Taras sonrió y le subió el camisón hasta el pecho. Se inclinó sobre ella y le lamió el seno derecho, mordiendo con suavidad, disfrutando del tacto aterciopelado, poniéndose cada vez un poquito más duro hasta quedar como un pico de una lejana montaña.
-Como esto -le dijo Taras, respondiendo a su pregunta.
Las mejillas de la princesa se habían teñido de rojo a una velocidad sorprendente. Taras no se detuvo ahí. Le besó en el cuello, su lengua salió de la oscura cueva y bajó por la clavícula, el pecho, el ombligo hasta llegar a un ritmo torturadoramente lento a aquel sexo parcialmente humedecido.

Pegó un lametazo a aquel conejito mojado, sabiéndole el líquido robado a algo tan dulce como lo era el corazón de la princesa, que estaba intentando poner a punto de caramelo. Dulce, acaramelado, azucarado... Aquel conejito era, hasta el momento, el mejor de todas las princesas a las que había tenido ocasión de follar.

Sabiendo que era virgen, tuvo especial cuidado a la hora de colar sus dedos en aquella humedad palpitante. Un dulce gemido nació de los labios de Rida. Taras acarició la zona interna con suavidad mientras el pulgar tonteaba con su monte de Venus y sus dientes jugaban con su oreja. Poco a poco, fue metiendo unos pocos centímetros a cada vez sus inquietos dedos, tocando el punto favorito de Taras casi logrando que la inocente princesita llegara al orgasmo. Pero la viajera no la dejó y sacó con velocidad sus dedos de aquel lugar tan pernicioso. Fueron a parar a su boca, saboreando una vez más el fruto de aquella dulzura.

La tenía como a Taras le gustaba: a punto de caramelo. La besó en la mejilla y se ensañó con el cuello; buscaba desesperarla y que se liberara un poco de aquel libertinaje dormido que tendría en algún lugar. Se quitó el chaleco, la camisa y se desprendió del sujetador. Empezaba el fuego de verdad. Lo de antes tan solo había sido el calentamiento; ahora venía el plato fuerte. Atacó sus senos con la ferocidad de un lobo hambriento. Le arrancó más de un gemido a la princesa y acarició la oquedad tan mojada que le perdía. Le mordió el pecho, se lo lamió, lo acarició y pellizcó. Se lo retorció y los mantuvo siempre duros y erectos, como, desde el punto de vista de Taras, era como tenían que estar. Su lengua volvió a descender a un ritmo desesperadamente lento por su vientre, trazando círculos pecaminosos en torno a su ombligo. La princesita dulce y de caramelo, de piel aterciopelada, voz dulce y corazón de niña, alzó la cintura, como suplicando que bajara de una vez y le diera ese nuevo y extraño placer.
-¿Cómo te han enseñado a pedir las cosas, Rida? -le susurró Taras al oído, en un tono aterciopelado y tentador.
-Por favor...
Una sonrisa asomó a los pervertidos labios de Taras, quien bajó al mismo ritmo lento y desesperante de antes. Adoraba ver como Rida, la noble princesita, se retorcía de placer bajo su lengua. Le concedió -y se otorgó- el enorme placer de lamerle el conejito, superficialmente y casi haciéndole cosquillas. Fue presionando de cuando en cuando para luego volverse una constante.
Aquella inquieta lengua que se coló con lentitud en el húmedo sexo de la princesita adorable, que, para gozo y disfrute de Taras, gimió cuando empezó a ser follada por aquel músculo inquieto. La viajera le sujetó la cintura para luego clavarle las uñas, dejando tras de sí el camino de la piel ligeramente enrojecida. Era inevitable no sentir cómo Rida hacía todo lo posible y lo imposible por no correrse, como si pensase que estaba mal. Aquello no lo descartaba Taras, en un mundo donde el placer era mal visto.

Intensificó los movimientos de su lengua, haciéndolos más específicos y violentos, jugueteando con su montecito de Venus, mordiéndose la princesita el labio, corriéndose al fin, casi gritando de placer, recogiendo Taras el delicioso fruto de sus furtivas acciones.

Rida no se había librado, por supuesto, de la tarea de recompensar a Taras, quien se conformaba con unos ágiles movimientos en su oquedad húmeda cual cueva marina. Tenía los dedos algo torpes y nerviosos pero con ayuda de la viajera, corrigiéndola y tentándola con sus infinitas caricias, provocándola con ligeras palabras, llegó a ese punto donde tu cuerpo se convulsiona de placer, donde solo tienes en mente que deseas más hasta morir.

Llamaron a la puerta. Taras saltó de la cama y se vistió todo lo veloz que sus años de asaltar a oscuras y en la clandestinidad le habían otorgado. Se despidió de la princesa Rida con un fogoso beso carente de amor y susurrándole con un tono lascivo:
-Un placer conocerte y saborearte, princesa Rida.
Tras eso, saltó por la ventana. Rida brincó de la cama asustada y se asomó... no vio nada. No un cuerpo estrellado, ni un cuerpo cayendo; y aun después de las numerosas búsquedas no encontraron nada. Rida, tras aquello, creyó más que nunca que era la hermana no mencionada y olvidada de Rax'tra.
Lo que en verdad había sucedido era Taras se había "movido" a su nave, sin sufrir daños, usando su transportador que llevaba en el brazo. Había sido un regalo de un viejo amigo, aficionado a los viajes en el tiempo.

Taras suspiró, dejándose caer en la cama, recordando el dulzón sabor de la piel de la princesa Rida. Había sido, desde luego, un pequeño polvo... no era comparable con Bàthory pero era dulce, como el postre. Taras sonrió. Años más tarde a Rida se la conocía por sus amplios conocimientos en el placer, cambiando radicalmente el pensamiento y reglas de su mundo.
-Sin duda, una gran princesa -se dijo Taras, rememorando el caliente recuerdo que le había quedado de aquella inocente princesa.


4 comentarios:

Nimy dijo...

Uh, es bastante curioso y la verdad es que me ha gustado mucho. Espero que haya más relatos de esa Taras, que parece todo un bichuelo :3

Les estoy cogiendo cariño a tus "Aventuras en el Espacio" ;)

Frauenwelt dijo...

Wow, que fogosidad tiene la serie de "Aventuras en el Espacio" que, a propósito, aun espero la segunda parte de La chica e Lagastus :P

Wilhemina dijo...

Diablos!! Me gusta Taras Bulba es todo un encanto... jeje, habrá mas? 0.)

Trinity dijo...

Wooooooooow Se me ha hecho corto T_T