jueves, 5 de abril de 2012

El último pañuelo de seda

La mujer del corsé rojo se subió pausadamente los guantes negros de cuero hasta los codos.

El corsé se adapta tan perfectamente a su anatomía, que le realza los pechos hasta casi dejar al descubierto sus pezones. Es consciente de que está enseñando sus firmes nalgas y eso le gusta. Unas botas altas, negras, también de cuero, ocultan parcialmente unas largas piernas que se adivinan atléticas. El tanga, también rojo, era tan mínimo que apenas alcanzaba a ocultar a mis ojos su bonito sexo. Su oscuro cabello se desparramaba como una cascada sobre sus níveos hombros desnudos hasta la mitad de su espalda... Era muy guapa. Me avergonzaba mirarla, porque me sentía inferior. Por eso le sugerí esta idea.

La miré. Le pedí con la mirada que no se demorase más, que fuese ya a mí... necesitaba que me hiciera suya... dejé escapar un débil gemido...

Ella se acercó despacio a la cama. Yo, feliz, me dejé llevar, inconsciente de lo que me esperaba. Era la primera vez que me ataban a la cama. Antes de verme en aquella postura, ella sacó unos pañuelos de seda y con ellos me fue atando a cada extremo de la cama. Solo se puso los guantes porque se los había comprado hace años y no se los ponía nunca. Quería tener un recuerdo bonito para esos guantes. Pero a mí no me gustaban, hubiera preferido sentir sus manos en mi piel... pero no le dije nada. No quería hablar, quería que ella actuase por su cuenta.

Se situó a los pies de la cama, arrodillándose. No me miraba. Se inclinó sobre mis pies y, fugazmente, me lamió el dedo gordo del pie derecho con la punta de su lengua; me estremecí de placer mientras ella seguía para luego cubrírmelos de besos a media que iba ascendiendo por el pie hasta el tobillo, y de este, subió por la pierna hasta la rodilla. Son besos leves, apenas me rozaban la piel con sus labios, pero yo, que la vi venir, empecé a sentirme más húmeda. Al inclinarse alcancé a ver la voluptuosidad de sus pechos, que luchaban por salir de la cárcel de su corsé. Quería adorar esos pechos. Ojalá me deje hacerlo..., pensé; pero no podía decir nada, no podía pedírselo. Habíamos hecho ese pacto.

Deseaba que continuase, que me devorase, pero ella, quizás intuyendo mis ansias, decidió hacerse de rogar y apoyó su cabeza en mi muslo mientras deslizaba la palma de su mano en guantada y extendida desde el interior de mi muslo hasta mi bajo vientre, sin rozarme ni un milímetro de mi sexo.

Su mano izquierda descansaba sobre la cama, a mi lado. Quería que me la acercase a los labios... pero me muerdo la lengua, aguantando la ansia por decirle todo lo que deseaba. Entonces descubrió con satisfacción que mi sexo ya brillaba por la desbordante humedad que emanaba de él. Sonríe y me toquetea ligeramente esa zona mirándome pícara a los ojos... me temblaba todo el cuerpo... cada vez que me tocaba me estremecía.

Se levantó y dirigió a la cómoda. Abrió uno de los cajones y saca otro pañuelo de seda.

El último pañuelo de seda.

Me puse a hacer pucheros, no quería que me tapase los ojos... quería, necesitaba verla, devorarla con los ojos... pero mi grito fue mudo, como no podría ser de otra manera.

La oscuridad lo rodeó todo. Cerré los ojos y me rendí a mi suerte, a ella.

Sentía su cara cerca de la mía, podía sentir su respiración y la caricia dulce del inconfundible olor de su piel. Un dedo suave, forrado de cuero, me perfiló los labios: primero el labio superior y luego el inferior. Lo intenté besar, pero ella, juguetona, lo retiró rápidamente, dejándome oír su risa suave. El olor del cuero mezclado con el de su piel me estaban volviendo loca. Volvió a colocarme la mano en los labios y me pidió que le quite el guante con los dientes. Así lo hice, dedo a dedo.


Un ligero murmullo y entonces sentí que ella apoyaba la mano que acababa de desnudarle en mi sexo, suavemente, ¡tan suavemente que desesperaba! El clítoris se me hinchó, anhelando su contacto. Ella se rió. Me lo acarició una, dos, tres veces... levanté las caderas, como pidiendo más, pero ella parece que había decidido que aún no. Se colocó sobre mí, a cuatro patas. Sentía su largo pelo rozándome la piel. Comenzó a besarme los pechos, de forma incontrolada, sentía el roce de sus labios aquí y allá. Luego me las agarró y las sujetó de tal forma que las une. Hundió su cara entre mis pechos. El calor de su respiración me estremeció, sintiendo cómo cada vez me estaba humedeciendo más y más. Me dio varios lametones en ambos pezones. Apretaba más mis generosos pechos y se introdujo los dos pezones a la vez en la boca. Me los lame, los dos al mismo tiempo. Después le dedicó su particular homenaje a cada uno de ellos, por igual. Estaba tan excitada que creí que me volvería loca.

Cuando acabó con mis senos, las soltó y me besó el cuello para luego ir bajando por la clavícula. Notaba la abundancia de sus pechos sobre los míos. Ella volvió a ascender y me besó en los labios, nuestras lenguas se entrelazaron mientras su mano fue descendiendo lentamente hasta mi sexo, para quedarse allí acariciándome los labios. Siento como descendía sobre mis caderas, me abría los labios superiores y sopla levemente, como hacia dentro. Me recorrió un escalofrío y me entró la risa. Ella también se rió...

Por fin su lengua entró dentro de mí, cálida, ágil y profunda. Y apretó su cara contra mi sexo. Me imaginaba el dulce y salado sabor de su sexo, me imaginaba cuando mucho antes de eso hicimos un sesenta y nueve y entonces, justo entonces, ya no pude más y me sobrevino un orgasmo que me dejó exhausta. Fue tan fuerte que, cuando pasó, con solo el roce de sus dedos sobre mi clítoris, arqueé la espalda y sacudí las caderas, desesperada ante su contacto.

Me besó profundamente para que pudiera saborear mi propia miel. Estaba agotada, pero al mismo tiempo tan excitada, que tenía que controlarme para no morderle los labios. Me estaba volviendo loca el no poder verla, el no poder tocarla...

Luego ella se sentó sobre mi cara, con todo su sexo abierto ante mí... y por culpa del maldito pañuelo que tenía atado a la nuca no pude verla, disfrutar de la visión de sus pechos vistos desde abajo. Sus labios vaginales entraron en contacto con los de mi boca. Los apliqué dulcemente sobre ellos y comencé a buscarle, a acariciarle su hinchado clítoris con mi lengua. Sus jugos comenzaron a desbordarme, traté de tragármelo todo, pero era imposible, era demasiado. Noté cómo se deslizaban en frágiles gotas por entre mis comisuras. Las saboreé hasta la saciedad. Su olor me inundaba, su sabor calmaba mi sed, sus gemidos eran música celestial, sus manos me quemaban...

Finalmente, ella se corrió en mi boca. El espeso líquido se coló por entre mis labios antes de que me diera cuenta. Eso me desesperaba porque quería más, pero ella se levantó, se acurrucó a mi lado, abrazándome con las piernas, con los brazos, con todo. Sentía su cálido sexo en mi cadera mientras que con una mano me acariciaba el vientre... y entonces, Morfeo entró por la puerta... y nos acogió a ambas entre sus brazos.

5 comentarios:

Wilhemina dijo...

Wow, es impresionantemente tentador :P I like this!

Frauenwelt dijo...

Que envidia me da! Cuando se supone que me atarás a la cama, querida? 0:)

Trinity dijo...

Jejejeje Que perver :P

Ikana dijo...

Impresionante :3 Atar siempre ha sido una de esas cosas que llaman mucho la atención, por no decir el como describes Goar :P

Sex Shop dijo...

Muy buenooo!!!!!