Los celos nunca habían sido uno de sus mejores aspectos de su personalidad. Todos decían que los celos se la comían viva. Al final resultó ser verdad. No quedaron ni los dientes.
A pesar de que era un matrimonio feliz, visto desde fuera era difícil de entender, dado que a ella le gustaba acostarse con otros hombres. Pero lo que la gente no sabía era que a él le encantaba ver a su mujer acostándose con otras personas dado que él era candaulista.
La momia se llevaba bien con la chica torpe, y la chica torpe amaba estar al lado de la momia porque cuando se hacia un corte debido a su torpeza, él estaba allí para darle un poco de sus vendas. Polvorientas, pero gratuitas.
Un fantasma le había dicho que iba a ser su maldición el resto de su vida, pero fue más bien al revés, dado que el tipo supo sacarle partido y el fantasma estuvo maldito al ser su sirviente para el resto de su eternidad.
Las campanas le daban dolor de cabeza. Siempre le decía a la gente del pueblo que esas campanas acabarían con él. No sabía cuanta razón tenía, porque un día que daban las doce, una de ellas se soltó y le cayó encima. Directo a la tumba. No doblaron las campanas por él en su funeral. Se habría revuelto el cadáver solo de oírlas.
Si ya es difícil amarse con un animal doméstico mirando, imagina toda una granja contemplando semejante acto sexual. No había sido tan buena idea después de todo revolcarse en el heno.
Le encantaba saltarse las normas para poder excitarla, pero un día pero ya no pudo hacerlo más porque al saltarse un stop, le arrolló un autobús. En su funeral, ella sonreía a su pesar.
Le daba vergüenza tener que admitirlo ante sus amigos, pero había pasado tanta hambre en una mala época de su vida, que tuvo que alimentarse de las flores del cementerio que cuidaba.
Estaba casada con un auténtico palurdo y aunque a él le costaba escribirle lo que el consideraba cartas de amor, ella apreciaba más sus faltas ortográficas que su contenido en sí. Hacían la pareja perfecta porque ella era anortografofilica