miércoles, 25 de julio de 2012

Somnia...

Las imágenes del sueño se mezclaban con las sensaciones que los labios de su amante dejaban en sus pezones. Sumergida en la niebla entre el sueño y la vigilia, sin querer despertar y sin poder hacerlo, Lía sentía las caricias de su amante deslizarse por su cuerpo.
-Duerme mi amor, duerme - le decía aquella voz suavemente. Susurrante. Era ella, estaba segura, a pesar de que sus sentidos parecían no responderla.
Las conocidas caricias sobre sus senos aumentaron su excitación. Siempre había sido muy sensible a los besos y a las caricias que con la lengua le sabía hacer como nadie su amante. Su respiración se agitaba a medida que el placer la inundaba suavemente. Ahora sí quería despertar. Ver su hermoso pelo negro acariciando su vientre. Acariciarlo. Y besarla. Y comenzar, una vez más, una mañana haciendo el amor con ella.

Pero las nieblas del sueño se agarraban en su mente mezclando las fantasías con la realidad. Porque... el sueño de antes había sido un sueño, ¿no? Parecía como si estuviera bajo los efectos de una buena dosis de Rohipnol, como aquella vez en el hospital... De todas formas no podía pensar con claridad y tampoco le importaba mucho en ese momento, porque los besos y las caricias que estaba recibiendo la estaban llevando a cimas del placer nunca antes sentidas.

Cuando sintió unos labios sobre los suyos, abrió la boca buscando enroscar su lengua con la de ella. Pero... la fuerza, el sabor tenue a menta... no eran los de ella... parecian los de su otro amor, Arthur, aunque no podía ser él porque estaba fuera de la ciudad... De repente los besos se tornaron más suaves, más dulces. Su boca húmeda jugaba con la de ella. La lengua que la invadía, los labios que atrapaban los suyos mordisqueándolos lentamente, eran de ella, estaba segura. Esa mezcla extraña entre las fantasías del sueño y la realidad estaban alucinando sus sentidos.

Acarició su espalda, deslizando sus manos lentamente hasta su cintura para girarla y ponerla de espaldas sobre la sábana, acarició sus senos con sus dedos y con su lengua. Quería hacerle el amor, lo necesitaba, pero ella se retiró susurrándole:
-Duerme, cielo, duerme para que pueda amarte.
Ella, sometida al influjo de esa voz tan dulce y todavía sumergida en los efectos de esa mezcla de sueño y realidad, no podía hacer otra cosa más que obedecer, así que se abandonó completamente a sus caricias.

Sus labios y su lengua recorrieron rápidamente la geografía de su vientre hasta detenerse en su lampiño monte de Venus. Con dos dedos abrió levemente su vagina y depositó allí una caricia con su lengua tan dulce y tan bella que ella dejó escapar un pequeño gemido. Al instante el aliento de una voz cálida que le musitaba al oído:
-Te adoro.... 
Pero no era la voz de ella... El sueño y la realidad se mezclaban de nuevo...

Desechó esos pensamientos y se abandonó al placer que desde su sexo le llegaba en oleadas, mientras la lengua y los dedos de su amante la invadían suavemente.

Todo estaba ocurriendo muy confusamente. La lengua que acariciaba su clítoris junto a esas otras caricias dentro de ella... La sensación de ser penetrada por detrás por... junto a los besos en su vagina... Tenía que ser un sueño, pensó. Pero los embates en sus nalgas parecían muy reales y la sensación de una verga llegando hasta el fondo de sus entrañas la llenaba de un placer cada vez más intenso. Quiso alcanzar con sus manos hacia sus nalgas a quien la estaba llenado de felicidad, pero encontró que no podía despegarlas de la cabellera de ella

La poca visión clara que tenía se le llenó de nieblas, así que se dejó caer por la pendiente suave de sus sentidos. Parecía como si estuviera envuelta en nubes. Nunca había sentido el placer del amor de esa manera tan cálida, tan dulce... De repente toda su visión se aceleró extraordinariamente y todos sus sentidos se concentraron en su sexo. El orgasmo la golpeó como un tren y todo su cuerpo se arqueó como queriendo entrar dentro de sí misma, prolongar ese éxtasis eternamente. La llamarada del placer subió enroscándose como una serpiente por sus entrañas hasta que estalló en su cabeza de una forma y con una intensidad no conocidas, hasta ahora... Poco a poco, muy lentamente, todo volvió a la normalidad del sueño sobre su cama.

No duró mucho ese sueño. En esta mañana tan extraña, la presencia de su amante, intensamente vivida y sentida, parecía no querer abandonarla. No obstante, entre las nieblas que la envolvían, le parecía que las caricias volvían de nuevo. Su temperatura sexual subía y subía. Otra vez los besos la estaban poseyendo. Otra vez esa boca se adueñó de su sexo. Otra vez su propia boca se encontró con el pecho de su amante, con su vientre, con su dulce sabor.

De repente Lía sintió la presencia de algo muy cálido y muy firme en la entrada de su vagina. La estaba acariciando, como si pidiera permiso para entrar y acomodarse. Ya no quería ni mirar qué o quién le estaba haciendo el amor de esa manera. Poco a poco fue entrando en ella de una manera tan suave que parecía durar eternamente. Lía trataba de colaborar con un movimiento de su cadera, quería sentirla toda dentro de sí rápidamente, pero algo, o alguien, le impedía todos los movimientos, además... esa lengua seguía acariciando su pequeña perla.

¿Acaso ella misma estaba mezclando su sueño con su realidad? No importaba. No importaba nada, porque el suave vaivén que sentía en su sexo estaba aumentando el ritmo y... al mismo tiempo sentía que sus piernas se elevaban hasta colocar sus rodillas junto a sus hombros. Ahora podía sentirla totalmente dentro de sí, cada vez penetrada más fieramente. Cuando le llegó el orgasmo ni gemir podía al sentir su boca llena de esa lengua tan familiar.

Repentinamente se sintió vacía y su cuerpo todavía quería más. Las caricias por todo su cuerpo no podían compensarla... Las suaves palabras no podían consolarla. Lía quiso decir:
-No me dejes ahora... Sigue, cielo...
Pero nunca supo si esas palabras consiguieron salir de sus labios. La niebla parecía más espesa o tal vez fuera su sueño...

Con las caderas elevadas, su fantasía, si es que de fantasia se trataba, la llevó a sentir leves, pequeñas caricias en los bordes de su ano y el recorrido de... ¿una lengua? ¿o tal vez un dedo? por toda la longitud de su entreabierta vagina. Otra vez estaba anhelando ser penetrada... ¿Por qué tarda tanto?
-Entra en mí, cariño... Eso es, así...
Ahora el placer le subía por las entrañas en oleadas incontrolables. Su amante parecía complacerse en atormentarla. Al menos así se lo parecía a ella, porque cada poco tiempo abandonaba su suave cueva. Pero siempre volvía... ora en su vagina, ora en su ano, repartiendo las embestidas por pares en cada paraíso. Cada vez se sentía más llena, como si lo que la penetraba se hiciera cada vez más grueso y... más placentero. Y no paraba de crecer, hasta que llegó a pensar que podría romperse la delicada piel de su esfinter, aunque su placer aumentaba en la misma proporción. Incluso llegó a pensar que estaba siendo invadida por los dos lados al mismo tiempo... Solo este pensamiento hizo que le estallara otro orgasmo... Y otro...

La claridad de la mañana se fue colando entre sus pestañas y, sintiéndose entumecida, se desperezó buscando instintivamente a su amada. Quiso mirarla pero no podía, esas nieblas todavía persistían. Quiso acariciarla pero... ¡No estaba allí! Llevó una mano hasta su sexo, como queriendo cerciorarse de que todo no había sido un sueño. Efectivamente, no cabía duda alguna. La especial sensibilidad que siempre la dejaba el amor y la catarata de flujos que todavía fluian de su vagina, la hicieron sentirse levemente excitada. Sus expertos dedos trataron de recorrer su perla, y penetrar muy al fondo de su intimidad, pero el sueño, esta vez el verdadero sueño, consiguió rendirla finalmente.

Tuvo, todavía, un último pensamiento para su enamorada:
-Si mis labios no pueden decirte que te amo, que lo digan los latidos de mi corazón cada vez que respiro.
La despertó un zarandeo brusco y bastante molesto, junto a unas voces:
-¡Lía! ¡Lía! ¡Despierta ya, joder! ¡Lía!
-¿Eh? ¿Qué...? ¿Qué pasa...? -consiguió articular ella con dificultad.
-Pero, ¿qué te pasa? ¡Llevo media hora tratando de despertarte y no hay manera!
-¿Dónde estabas?- murmuró debilmente al tiempo que destapaba las sábanas y trataba de incorporarse.
-¡Pero si estás desnuda!- le dijo ella, observando que su ropa interior estaba arrugada por la cama-. ¿Qué has estado haciendo, pequeña zorra?- añadió con una sonrisa pícara... Su mirada recorrió su desnudez percatándose de la dureza de sus pezones y de ese ligero enrojecimiento delatador de los labios de su vagina. Con los ojos brillantes, añadió: Quiero amarte un poco más...
Lía la miró todavía desorientada... Se miró a si misma... La miró a ella...

La invadió la duda de si toda esa noche había sido un sueño. Se sintió ciega y desvalida como si, durante esa extraña noche, hubiese sido amada por un ser supremo que ahora la hubiera abandonado. Sabía que era muy difícil volver a encontrar esa especial pasión pura envuelta en niebla y esa sensación casi la hace llorar.

Se limitó a hacer un esfuerzo para orientarse, para acomodarse a la prosaica realidad, y luego se levantó con inseguridad y salió de la habitación.


domingo, 15 de julio de 2012

Una tarde de enamorados

Era un día lluvioso de verano. Uno de esos raros días en que el tiempo parece conspirar contra ti, pues que has quedado con tu enamorado, te encuentras en la parada del metro, sin paraguas ni nada que te cubra la cabeza, puesto que cuando has salido hacía un sol radiante.

Estaba empapada.

Podía sentir el paso de las frías gotas de agua a través de mi ropa, como me calaban hasta los huesos, así como algunas gotas traviesas bajaban lentamente por el escote haciéndome estremecer de frío.

Como si de un acto reflejo se tratara, no podía evitar mirar el reloj cada 5 minutos, aquel inútil, para variar llegaba tarde... habíamos quedado a las 4 y ¡ya habían pasado lo menos 10 minutos! ¿Qué había sido de los tiempos de la cordialidad y en las que era el hombre quien esperaba a la bella e indefensa dama?

- Pffff!!! ¿De qué me sorprendo? Tanto luchar por nuestra igualdad, para esto..- lanzo en un pequeño suspiro mientras empiezo a enojarme por el retraso.

Empiezo a caminar dando vueltas como un león en jaula, buscando algún resguardo de la lluvia, inútil. Si los diez primeros minutos no lo había encontrado, ¿por qué ahora iba a ser distinto?

¿Pero qué ven mis ojos?

A lo lejos veo una figura familiar que corre con un periódico en la mano con el cual intenta resguardarse de la lluvia.

Consuela ver que una no es la única que le ha pillado por sorpresa...

- ¡Hombre, ya era hora, ¿no?!- le dije indignada.
- Perdona, pero es que estuve mirando a ver si encontraba algo con lo que resguardarme del tiempo que hacía, pero no encontré nada mejor que este viejo periódico- decía mientras se daba cuenta que aquel trozo de papel, ya poco tenía de periódico... pues que ya solo quedaba como una especie de masa uniforme de celulosa y decidía tirarlo- ¡Vamos! Que te invito a un chocolate- dijo sonriente, mientras, a pesar de la humedad de los cuerpos y la ropa, me abrazaba y besó intentando compensarme por su tardanza.

Viendo su tierna mirada, el enfado se me terminó pasando al momento, aunque no podía evitar simular que el enfado aún me duraba:

- Pues espero que seas capaz de ofrecerme algo más que un vaso de chocolate, ¡porque estoy empapada!- abría los brazos señalandole lo obvio. Aunque en un descuido, no me dí cuenta que mis pechos y pezones se remarcaban especialmente a través de la camiseta, dejando más bien poco a la imaginación, a pesar de su opacidad, lo cual, provoco un acto reflejo de cruzarme de brazos intentando taparme.

Se rió viendo mi reacción, ante lo cual yo me sonrojé inocentemente y muriéndome de vergüenza, deseando que la tierra me tragase, aunque a su vez, sentía un calor ardiente dentro de mí, notando su mirada directa y lasciva sobre mis pechos.

- ¡Anda tonto! Vamos- le indiqué dándole un empujón cariñoso.

De ahí, nos dirigimos a un bar al que solíamos ir, los propietarios nos tenían más que vistos, por lo que al entrar, nos saludaron con una sonrisa mientras nos instalábamos.

Sin necesidad de decir nada, nos trajeron un cacao y una coca-cola.

La tarde transcurría sin incidentes, con carantoñas, besos, bromas... en fin.. lo normal de una tarde de enamorados.

Mientras estuvimos allí, tuvimos la oportunidad de secarnos y dejar que la tormenta pasase para volver a salir el radiante sol, como si nunca hubiese habido una nube en el cielo azul inmaculado.

Tras estar un rato allí, pagamos y decidimos ir a casa de él.

Vivía solo, lo cual era una ventaja para nuestros encuentros, no tenía que dar explicaciones a nadie, no dependía de nadie... en fin, era un alma libre, pero como toda alma libre... y cualquier hombre que se aprecie, su casa era su desorden.

¡Normal que no encontrase el paraguas! ¡Si vivía en una piara de cerdos!, ¡hasta los gorrinos eran más ordenados! Pero bueno... tampoco debía preocuparme mucho, puesto que cuando viviésemos juntos, era algo que cambiaría a mejor.

Sin darme cuenta, mientras pensaba todo eso, iba poniendo caras, a lo que él me preguntó preocupado:

- ¿Todo bien?
- Sí, sí, no te preocupes, no es nada- le respondí añadiéndole una sonrisa para relajarle.

Nos sentamos en el sofá a mirar la tele, si es que se podía decir que la verdadera intención era esa. Pero bueno, había que hacerse un poco derogar, ¿no? ¿o era demasiado cruel con él? ¡Nah! Que se lo trabaje después del retraso y tenerme tanto rato bajo la lluvia.

Puso un canal cualquiera en el cual ponían un programa cualquiera, puesto que no hacíamos caso al televisor ni a la programación, simplemente, hacía ruido de fondo.

Empezó besándome el cuello, estaba claro que el cabrón conocía mis puntos débiles, pero no me iba a dejar caer tan fácilmente. Me resistí manteniendo la mirada fija en el televisor, aunque todos mis sentidos estuvieran centrados en lo que me hacía.

Pero de repente, no sé muy bien porqué, recordé que habíamos quedado que el sábado íbamos a ir a comer con mis padres:

- Cariño
- ¿Mm?- preguntaba con la boca ocupada a comerme a besos.
- Recuerdas que el sábado hemos quedado con mis padres, ¿verdad?

Se sobresaltó y se apartó en seco de mi lado.

Su reacción me lo dijo todo, se había olvidado.

- No me digas que te has olvidado...- le dije en tono de inicios de enfado.
- Pues... no... no me olvidé, pero es que el sábado tengo partido de fútbol con los colegas.

Notaba como con cada palabra suya la furia me aumentaba, puesto que no era la primera vez que me encontraba en una situación así.

- ¡¿En serio me estas diciendo que has quedado con tus colegas para un partido cuando tenemos que reunirnos con mis padres?! ¿Acaso te has olvidado que te querían hablar? ¿Ahora, qué les digo?

Estaba claro que no sabía qué decirme ni cómo justificarse.

Así fue como empezó todo...

Y terminó gritándonos a la cara, soltándonos improperios y finalmente, cerrar la puerta en sus narices con un "¡te odio!" e irme llorando en la calle, corriendo.

Era de noche, corrí sin rumbo durante un buen rato, estaba dolida, desencantada, no sabía como podía estar enamorada de ése imbécil... pero aún así, le quería... no sé ni cómo ni por qué le termine diciendo esas cosas...

Mis pasos se fueron calmando, para dejar de correr y empezar a caminar, mientras tenía el rimel que se me caía de los ojos de tanto llorar.

Cuando quise darme cuenta, oía unos pasos que corrían tras de mí.

Rápidamente intente reconocer donde estaba, pero estaba completamente perdida, no sabía donde me encontraba... y el lugar no parecía de lo más recomendable para una joven ir sola.

Empecé a acelerar el paso.

Los pasos que antes corrían pasaron a caminar normalmente y sincronizarse a los míos.

Sentía un nudo en la garganta. ¿Y si es un asesino? ¿un violador? ¿un psicópata? ¡¿qué hago?!

Cuando quise darme cuenta tenía los pasos casi pegados a mi espalda, me giraba, pero solo veía una figura negra, no conseguía reconocer ningún rostro ni nada, puede que fuera cosa de los nervios, pero decidí volver a correr.

Los pasos también empezaron a correr tras de mi, cada vez más cerca, más nítidos, casi podía sentir la respiración acelerada de mi perseguidor en mi nuca.

Después de eso, no sabría describir lo que pasó.

No sabría decir si todo fue muy rápido o muy lento... supongo que dependerá de como lo vivas.

Me hizo una zancadilla, tropecé y caí estrepitosamente en el suelo. No tuve tiempo de girarme, ya me había dado la vuelta la figura negra.

Sin tiempo de reaccionar ni de decir nada, noté como me rompía la camiseta de un tirón, dejándome los pechos al aire con el sujetador.

Quise gritar, pero al momento la figura me tapo la boca. Estaba asustada, nerviosa, intentaba pelear, moverme, hacer algo, pero ante toda resistencia, la sombra me respondió mostrándome una navaja que acercó a mi cara, dejándome notar su frío acero.

En aquellos momentos cerré los ojos, nerviosa de lo que fuera a pasar, rezando por que alguien apareciese y  parase a ese loco, pero no había nadie. La calle estaba desierta y el miedo me paralizaba.

Como pudo, la sombra me desabrocho los pantalones y me bajó los pantalones y la ropa interior dejándome a la vista mi sexo.

En un pequeño momento de valor, quise mirar y pude reconocer el bulto que presentaba en su entrepierna:

- Vamos a pasarlo bien, putita- fueron las palabras que me dijo. Unas palabras que creo que nunca olvidaré...

Mientras me mantenía con la boca tapada, la libre se desabrochaba los pantalones y dejaba a la vista su miembro inhiesto.

Pelee, forcejee, Dios sabe que hice lo imposible por soltarme de ese cabrón, pero toda resistencia fue inútil, parecía ponerle más cachondo y terminó por darme un puñetazo en la cara.

Empecé a llorar de miedo.

Intenté resistirme como pude, pero no pude hacer nada.

Su miembro me ensartó salvaje y dolorosamente mientras yo lloraba y sentía como por dentro me destrozaba, quería que esto acabase pronto. Me penetraba salvajemente, podía oir sus gemidos de placer en mi oído, su lengua acariciarme la cara mientras me llamaba putita, lo mucho que disfrutaba follándome y otras palabras lascivas que querría no haber escuchado nunca.

Notaba como el tío estaba a punto de correrse cuando de repente, se salió de mí.

No entendí nada de lo que pasaba, estaba en el suelo, desnuda, destrozada, intentando dejar la mente en blanco, deseando que esto terminase, cuando ya no estaba.

Intentando hacer acopio de valor, abrí los ojos y pude ver como en realidad se trataba de que alguien había llegado a tiempo para quitármelo encima.

Pero a tiempo, ¿para quién? pues para mí nunca nada sería lo mismo, ya estaba rota por dentro.

Me hice un ovillo mientras veía como el violador y un desconocido se peleaban.

No podía dejar de temblar, la pelea poco me importaba más allá de que me dejasen en paz y pudiera largarme de allí... eso... o simplemente morir como una basura.

Agaché la cabeza intentando no mirar más, no quería saber como terminaba, no quería ver nada.

¿Pasaron minutos, horas, días? no lo sé... perdí toda noción del tiempo cuando escuché un gemido de dolor y como uno de los dos se caía en el suelo y el otro empezaba a correr despavorido.

Pasó un rato más hasta que finalmente alguien llamase a las autoridades y se solucionara todo.

Había pasado una semana cuando desperté y fui capaz de levantarme y salir de la cama. No dejaba de ser una muerta en vida... pero a mi pesar, seguía viva. Había días que pensaba que hubiera sido mejor que me hubiese matado aquel hijo de puta, pero no fue así, me dejo con la condena de seguir viviendo, recordando lo que había pasado.

Lo sorprendente, es que a pesar de lo ocurrido, nunca recibí una llamada de mi novio... hasta que unos días después me anunciaron la fatídica noticia.

Había sido él el que vino a salvarme, él el que cayó en el suelo, él el que murió...

Vino a buscarme, salvarme... y todo lo que yo le dije antes de irme fue...

Te odio.

miércoles, 4 de julio de 2012

Lily y el vampiro (Segunda Parte)

                                                                              III

Abres los ojos después de haber estado durmiendo largo rato y, a pesar de que estás cansada, te levantas tras desperezarte porque debes ir a trabajar. Subes la persiana y observas como el sol ilumina la calle. El sol y su luz que te molesta. Te molesta tanto que vuelves a cerrar.

Por el corto camino hacia el baño, te pasas la mano por el cuello, deseando que estén mucho mejor que antes. Miras esperanzada al reflejo que te devuelve el espejo... y te decepcionas al observar que no han mejorado. Otro día que tienes que ir con el cuello cubierto para que nadie te haga preguntas estúpidas e incómodas a las que no sabrías qué responder sin que sonara a locura. Tu rostro tampoco está muy bien: está pálida y tienes ojeras. Se nota que has descansado poco porque te acostaste muy tarde, pero sigues pensando que tu deber es ir a trabajar y no dormir. Vuelves a tu cuarto y te vistes lo más recatada posible para no llamar la atención, que es lo último que deseas o necesitas.

Preparas café y te lo bebes lentamente, y, mientras la cafeína va haciendo efecto, ves las cosas un poco más claras y recuerdas lo que sucedió la noche anterior. Oh, pequeña, que más dará si hoy no vas a trabajar. Maána serás mía, serás mi vampiresa, mi reina, y estarás conmigo para siempre, para toda la eternidad. Sin embargo, rememoras mis palabras: Aprovecha tu último día de sol. No vas a ir a trabajar, quieres aprovecharlo en algo más divertido que estar allí, aguantando...

Muy a mi pesar tengo que dejarte. Necesito descansar. Esta noche será muy larga.

                                                                              IV

Despierto nada más llegar la noche. Al fin, mi querida noche. Vuelvo mentalmente hasta tu casa, donde te veo sentada en el sofá, completamente desnuda. A tu lado, cervezas y ropa. Sé que me estás esperando y yo estoy ansioso por llegar.

No has hecho prácticamente nada durante el día. Has intentado salir a la calle pero el sol te molestaba y has tenido que volver a casa. Has mirado la luz del sol hasta mediodía. Tus ojos no podían resistir su brillo y tu piel era muy sensible a sus rayos. No has aguantado más y has bajado las persianas.

Ya te han crecido los colmillos. Perfecto, sin ellos no podrías convertirte en vampira. Tienes que poder morderme para beber mi sangre en tu primera noche, si no morirías y eso no es lo que deseo. Salgo de mi ataúd y me visto para luego salir de mi cripta.

Vuelo rápido en tu busca. Veo edificios de todos los tamaños, de todos los colores. Miles de víctimas viviendo dentro. Millones de litros de sangre para alimentarnos de aquí a la eternidad. Ya veo tu edificio y me pongo a la altura de la ventana que, como ya sabía, tiene la persiana bajada.

Utilizo nuestra unión mental para decirte que ya he llegado. Tú te levantas del sofá y vas hacia la ventana, donde subes la persiana y me miras. Tu rostro no refleja sorpresa... simplemente, lo sabías. Abres la ventana y me dejas entrar.

Nos quedamos inmóviles el uno frente al otro. Tú me miras fijamente, suplicando que empiece ya el ritual. Yo no me muevo, quiero hacerte sufrir. Te acercas a mí y me quitas la chaqueta. Me abrazas fuerte y me ofreces tu cuello para que beba. Acaricias mi pelo castaño y liso. Lo peinas con la mano. Después me quitas la camiseta y besas mi pecho y mis pezones. Palpas mi paquete y te cercioras de que, como pensabas, nada está duro ahí dentro.

Aparto tu mano de mi verga y te doy un largo beso.

Me desnudo delante de ti. Contemplas mi cuerpo delgado y blanco, mi largo pelo y mis ojos rojos. Yo abro la boca y te muestro los colmillos. Ha llegado la hora, como tú tanto ansiabas. Apartas el pelo de tu cuello y me lo ofreces. Yo hinco te hinco los dientes en la vena y bebo tu sangre. Vuelvo a sentir ese calor que lleva tu sangre y que a mí me proporciona tanta fuerza. Mi verga ya se levanta.

Dejo de beber pero no me separo de ti. Seguimos abrazados. Bajo mis manos por tu espalda y las llevo hasta tu duro culo. Me deleito un tiempo palpando tu divino trasero y después bajo un poco más las manos para llegar a la parte posterior de tus piernas. Entonces te levanto y separo tus piernas. Las sitúo una a cada lado de mi tronco y te vuelvo a bajar lentamente. Mi verga separa tus labios y se adentra sin remedio en las profundidades de tu coño. Gimes. Hacía días que esperabas esta penetración. Ansiabas tenerme dentro. Tenerme atrapado y que fuera tuyo desde un segundo hasta toda la eternidad.

Yo siento la calidez de tu cuerpo mortal. Tus fluidos, tu calor, tu piel; todo me proporciona de nuevo aquel gran placer que tenía casi olvidado. Hacía ya mucho tiempo. La última vez fue poco antes de mi última puesta de sol.

Haces esfuerzos por moverte. Subes y bajas haciendo fuerza con los brazos abrazados a mi cuello y con las piernas sujetas por mis brazos. Provocas el roce de nuestros sexos para sentir más placer. Buscas ansiosa el orgasmo. Todavía no es el momento.

Te hago parar. Ahora tienes que beber mi sangre. Me miras fijamente y me muestras los colmillos. Son blancos y grandes. Ya estás preparada para morderme. Acercas la cara a mi cuello y posas los colmillos en él. Dudas un poco pero yo te ordeno que lo hagas. Siento la incisión de tus dientes. Han desgarrado la piel y han llegado a mi sangre. Comienzas a beber.

Bebes rápido y con fruición. Disfrutas haciéndolo. Mi sangre te sabe a gloria, es lo mejor que has probado en tu vida, sin duda alguna. Yo quiero volver a beber y vuelvo a clavar los dientes en tu cuello, sin evitar que tu bebas de mí. De este modo la unión es completa. Nuestras sangres y nuestros sexos son uno.

Al cabo de unos minutos una sangre mezcla de las nuestras fluye por las venas de ambos. Ya es la hora de acabar nuestra unión. Saco los colmillos manchados de sangre de tu cuello y tú haces lo mismo. Entonces abro mi boca y te enseño los colmillos. Tú los lames hasta dejarlos completamente limpios y te tragas la sangre.

Te deposito en el suelo y me sitúo encima de ti. Vuelvo a penetrarte, esta vez con el propósito de darte el orgasmo. Muevo las nalgas y siento que llegará pronto. Tú gimes levemente al principio, pero a medida que te va llegando el orgasmo subes el volumen. El clímax está cerca, muy cerca. Cuando te llega clavas fuerte tus uñas en mi espalda, con lo que todavía incrementas aún más mi placer, desencadenando una fuerte eyaculación que te llena por completo.

Salgo de dentro de ti y me tumbo a tu lado. Miro mi polla y me sorprendo de que todavía esté firme. Sin duda la sangre que te he bebido todavía hace efecto. Tú también lo notas y rápidamente vuelves a la acción.

Te pones en cuclillas encima de mí. Me coges la polla con las manos y te la introduces lentamente en tu húmedo coño. Esta posición me encanta porque así puedo ver tus tetas y tocártelas cuando quiera. Y sé que a ti también te gusta. Por eso, antes de que empieces a botar pellizco tus pezones y te sobo las tetas. También el abdomen y los rizos del pubis. Tú te agachas y me besas. Vuelves a levantarte y comienzas a brincar lentamente, emitiendo un leve jadeo cada vez que bajas. Luego aceleras el ritmo. Yo contemplo anonadado el espectáculo de ver tus tetas botar y tu boca abierta emitiendo gemidos incontrolables. Te corres varias veces antes de que yo llegue al orgasmo y vuelva a inundarte con mi esperma. Cuando sientes mi semen en tu interior dejas de moverte y te atusas el pelo. Te agachas hasta que nuestros pechos y nuestros labios vuelven a estar juntos. Así permanecemos un buen rato.

                                     V

Sientes que mi polla todavía está dura dentro de ti. Te entran ganas de comérmela toda y que tu boca se llene de semen. Te la sacas de dentro y te das la vuelta. Ahora puedo verte el coño. Te lo beso, pero tu levantas el culo. Sólo quieres chupármela, por ahora nada más. Me la sujetas por la base y abres la boca.

Todavía no sabes esconder los colmillos y me provocas un pequeño corte. Una pequeña gota de sangre sale de mi polla y sólo verla hace que te vuelvas hambrienta. La lames y pretendes sorberme de nuevo la sangre. Yo te aparto como puedo de encima de mí y te echo a un lado. Estás sedienta de sangre. No lo había previsto. Por esta noche tendré que salir a cazar para ti, todavía no estás preparada.

Vuelo unos minutos y localizo una víctima. Ronda los treinta años es bastante atractivo. Yo creo que te gustará. Dejo de volar y aterrizo en la otra punta del callejón por donde va a pasar.

Camino despacio por el callejón. Le veo en la otra punta. Lleva puesta una ajada gabardina y camina hacia mí. Sólo se oye el ruido de mis botas y el leve silbar del viento. No tiene miedo. No sabe lo que le espera. El caminar es imparable y ya estamos a dos metros el uno del otro. Sonrío. Saco mis colmillos. Va a morir.

Aquí tienes tu víctima. Sólo está inconsciente, no está muerto. Tú tienes que matarlo. Tienes que beber su sangre hasta que esté a punto de perder la vida. En ese momento debes parar.

Le miras con cara de pena, no quieres hacerlo. Parece que quieras follártelo. Sin duda, quieres follártelo. Yo sé que lo que te conviene es beber su sangre, así que hago un corte en su pecho con mis afiladas uñas. Su sangre empieza a brotar y tú, como ocurrió cuando viste mi sangre, te lanzas súbitamente hacia la herida y comienzas a beber.

Bebes ávidamente, como si no lo hubieras hecho en toda la noche. Yo controlo el pulso del joven y cuando éste deja empieza a flojear te aparto con fuerza para que no sigas bebiendo. Te lanzas otra vez contra el cadáver, ansiosa de seguir bebiendo, pero te lo impido violentamente. Si bebieras ahora morirías para siempre. Y no quiero que eso suceda.

Se acerca la hora del amanecer. Te cojo la mano y saltamos por la ventana. Volamos hacia mi cripta. Nuestra cripta. Llegamos y nos metemos en el ataúd. Te abrazo y nos sumimos en un profundo sueño.

Mañana será otra noche.