Érase una vez, en un reino muy lejano y perdido en el tiempo de nombre desconocido, habitaba en él un agradable y pacífico pueblo, bajo la sombra de su querida Emperatriz. Todos la adoraban y todos la querían. Todos la admiraban y todos la cuidaba. Solo se podían oír cosas buenas por las calles, incluso en la intimidad del hogar.
-Hoy la maravillosa Emperatriz estaba realmente bella con el vestido azul -decían unos.
-El peinado de la hermosa Emperatriz estaba exquisito a la vista -comentaban otros.
Parecía un pueblo feliz, en su mejor época... pero bajo aquellas sonrisas en rostros pálidos, se escondía un terror inmensurable. El miedo a ser castigados, a ser oídos con las palabras inapropiadas y que Ella, fuera a buscar al indeseable, al traidor que la había injuriado para acabar con aquel despojo de la manera más cruel y doliente.
Un reino forjado sobre mentiras y miedo. Miuna lo sabía mejor que nadie, pues había perdido a su abuela por la justicia de la malvada Emperatriz. El único lugar en el que parecías estar medianamente a salvo era en tu mente. Las palabras debían sonar agradables a sus oídos. Debían serlo si no querías ser objetivo de su ira. De su cólera. De su mano gélida.
Miuna, como cada mañana con la salida del sol, fue a los campos de hortalizas a trabajar. Aquellos campos pertenecían a la Emperatriz, así como la mayor parte de sus recursos. El pueblecito recibía más bien poco del sustento y a veces se apreciaban las costillas en los más pequeños. Trabajar con ahínco, no detenerse, siempre sonrientes y sin quejas.
Un trabajador a su lado gruñía por el esfuerzo. Tenía la tez más pálida de lo natural y se notaba que estaba enfermo. No tardó mucho en caer, agotado. Dejando de trabajar. La gélida mirada de Ella se centró en el inservible e inútil humano que había dejado de trabajar. Podía sentirlo. Tanto él como Miuna. Sí, esa mirada, ese frío que parecía no irse nunca.
-Rápido, ponte en pie -dijo la cansada muchacha.
-No puedo más, necesito descansar. Esto es inhumano. Esa maldita Emperatriz...
-¡Chst! ¿Quieres que te convierta en comida para gusanos? -masculló Miuna, forzando una sonrisa-. Ponte en pie y finge trabajar. Vamos. Aprisa.
Empero, en el momento en el que el humano había tenido la osadía de ir en contra del pensamiento de la bella y amada Emperatriz, los trabajadores se habían detenido y le observaban, con un terror indescriptible en la mirada. Se oían los pasos acelerados y metálicos de los guardas de su Reina. Venían a por el traidor.
Se lo llevaron a rastras, sin que el pobre hombre ofreciera resistencia. Miuna soltó un suspiro y volvió al trabajo, tan solo para no ser el siguiente objetivo de la Emperatriz. ¿Cuánto más aguantarían aquella situación? ¿Cuánto tiempo llevaba la Emperatriz allí? Su abuela la recordaba. Y la madre de su abuela también. ¿Tan vieja era? Miuna miró hacia el castillo, tan hermoso e imponente. ¿Quién era, realmente, la Emperatriz?
5 comentarios:
La Emperatriz, de nombre, me hace pensar en un libro que me mola muchísimo :D Y el relato es muy triste T_T Ansío leer la segunda parte :P
Emperatrices que se creen lo mejor del mundo y luego son rastrojos de yerba. A ver como termina esto xD
Una revuelta necesita ese pueblo D:
El poder se le subió a la cabeza xDDD
Parece un cuento de hadas... pero sin hadas, entiéndeme xDD
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