lunes, 5 de mayo de 2014

Idilio de perras - Segunda parte

Este es un relato para mayores de edad.

Cayó con las manos por delante cuando la Ama abrió el armario de repente. Marina, que salía jadeando, alzó la mirada. Yolanda le sonreía mientras negaba con la cabeza. La obligó a ponerse en pie mientras que con un cinturón de cuero pasaba veloz por unas intimidades tan mojadas que pareciese que se había dado una ducha más que esperado con el aliento escondido en la boca a que la madre de Yolanda se fuese. Marina se quedó quieta mientras su Ama daba una vuelta a su alrededor y la mirada como si estuviera calculando el valor de su piel.
-Perra mala -musitó, no sin un deje de placer mal escondido.
Enarboló el cinturón con el que empezó un azote, con un sonido que reboto en las cuatro paredes de Yolanda, testigos mudos de un amor ferviente y curioso. El primero dolió, dejándole la carne roja de la nalga como si se la hubiera teñido con tinte de rosa. El segundo fue dado desde la rabia del placer que le suponía a Yolanda contemplar los tiembles de Marina, que no podía encogerse, que osaba aguantar su mirada con cada latigazo en aquellas posaderas tan firmes y hermosas, mantenidas mediante el ejercicio y la natación. El tercero lo dio más arriba, haciendo retroceder sin permiso alguno a Marina; Yolanda, ante esta muestra de voluntad no concedida, la cogió de la muñeca y la puso a cuatro patas sobre el frío suelo. Una de sus botas se puso sobre su espalda y una sonrisa afloró sobre sus labios, sintiéndose poderosa y dueña del cuerpo y, tal vez, alma de aquella perrita desobediente.
-¿Qué pasó? ¿Que al salir del armario has olvidad quién eres? -chasqueó la lengua varias veces-. Tendré que reeducarte, entonces, ¿verdad? Porque cuando la perrita se porta mal...
Pasó con una lentitud exasperante el cinturón de cuero mojado y caliente por las intimidades oscuras de Marina. Utilizando el cinturón que ella misma llevaba, amordazó de una forma práctica a Marina, que la miró sorprendida ante la nueva táctica que había decidido adoptar. Aquello había dejado de ser un "aquí te pillo, aquí te mato".

Se arrodilló a su lado, se lamió los dedos y, utilizando cruelmente el índice, repasó el contorno de la figura carnosa de aquella concha de mar viviente y sonrosada. Metía el dedo hasta la uña y lo sacaba, tanteando el terreno humedecido de un monte de Venus excitado con el pulgar, mordiéndose Marina los labios por no gemir.
-Te has corrido sin mi permiso. ¿Tanto placer te daban unas simples velas? -preguntó, dándole una nalgada bastante sonora.
Tomando el objeto mencionado, lo lubricó con los fluidos sobrantes que se escurrían sin importarles la situación o los temblores de Marina, girando el frío objeto a pesar de haber estado encerrado en una cavidad oscura y ardiente.
-Contéstame, que te he hecho una pregunta -replicó, mordaz, Yolanda, preparando la vela más gruesa.
Marina intentó vocalizar algo con la mordaza mojada y babeante en la boca, pero todo lo que se oyó no fueron más que sonidos ininteligibles. La Ama sonrió, complacida ante el intento fútil por dar respuesta a una pregunta que ella misma sabía. La vela ligeramente humedecida se empezó a abrir camino por unos pliegues oscuros, secos y sin explorar aún.
La primera reacción de Marina hizo que Yolanda tuviera que contener una sonora carcajada que amenazaba con escaparse de su garganta, pues se había puesto bastante tensa para después inclinarse hacia delante, con un grito de dolor. Cogiéndola del collar, tiró de ella hacia atrás, mascullando que el movimiento había sido en un sentido incorrecto. La vela se abrió paso de una forma brusca, en parte por lo virginal del lugar, en parte por lo poco lubricada que se encontraba la vela. Marina siguió gritando ahogadamente, mordiendo el cinturón, notando el sabor de la tela como si fuera un fluido propio.

Yolanda la sentó en el suelo, desapareciendo prácticamente el objeto, alarmando a Marina. La Ama la empujó hacia atrás con el pie, casi con desprecio y, mientras la alarma de la perra crecía por creer inocentemente que era un objeto ya no recuperable, intentando incorporarse, deseando sacárselo antes de que ahondara más y tuviera que ir a urgencias, roja de vergüenza y sin una explicación viable ante el suceso, Yolanda aprisionó sus brazos bajo las rodillas, chasqueando a modo reprobatorio la lengua. Lamió su cuello con codicia mientras Marina intentaba decirle que ya no estaba para juegos... pero Yolanda no quería escuchar, porque tenía la llave al pequeño y miserable problema de su perra.... pero eso era parte de la diversión: mantenerla en aquel estado de tensión permanente, mientras creía fervientemente que ese objeto extraño, la vela, no podría sacarla si no unas manos expertas y de guante blanco, aprovechando la ocasión para violarla mientras se revolvía bajo su pecho.

Le dio un tirón de aviso con los dientes en una de sus orejas. El comportamiento, lejos de disgustarla, la estaba excitando a una velocidad alarmante. Trazó un camino de caracol con la lengua a lo largo del pecho, pasando por ambas rotondas, deteniéndose en un semáforo invisible en el ombligo, donde la lengua se perdió unos instantes por aquella cicatriz de nacimiento antes de continuar su descenso, sosteniendo con fuertes manos los brazos de Marina, que se revolvía cual pez fuera del agua. Llegó a tal punto su desesperación que Yolanda tuvo que atarle los brazos a la espalda, a falta de un cinturón, con una de sus camisetas.
Volviendo a la tarea anterior, terminó por hundir la lengua en una oquedad inquieta, mojada y palpitante, como si fuera una daga en un corazón aún vivo. Con sus labios hizo ventosa, arrancándole un poderoso grito ahogado a la pobre muchacha, cuyos brazos empezaban a dolerle. Lamió la Ama como si fuera un cachorro la fuente de aquel pequeño manantial, poniendo especial interés en el monte de Venus, excitado e hinchado.
Ayudándose finalmente de los dedos, empezando por uno y terminado por cuatro pequeños tentáculos inquietos y una lengua que se encargaba de ese botón especial, Marina se terminó corriendo, arqueando la espalda de tal forma que parecía que en cualquier momento se le fuera a partir en dos. La Ama recogió satisfecha los frutos de sus esfuerzos constantes y continuos y, sin llegar a tragárselos en ningún momento, acercó su cara a la enrojecida de Marina y, desplazando hacia abajo la mordaza que impedía que las palabras salieran de la boca de su perrita, se dispuso a besarla.
-¡Ya no tiene gracia, Yolanda! ¡Suélta...!
La aludida la besó, abriendo su boca y la de Marina dejando que los fluidos propios de esta última se escurrieran por su mandíbula y emprendieran el camino abajo hacia su garganta, provocándole una ligera tos. Yolanda la volvió a amordazar, con una sonrisa muy lobuna.
-Te daría de comer pero estás muy revoltosa, perrita mía. Veamos que se puede hacer ante tu creciente excitación...

Se acercó unos instantes a su cama, levantó el colchón, revelando su última adquisición. Lubricante frío y un consolador azulado, de gran grosor y tamaño. Marina volvió a revolverse, aumentando el calor de Yolanda, que, ante su desesperación, alimentaba sus ansias de poder sobre aquel cuerpo atad. Podría hacerle tantas cosas si sus padres no volvieran en más de un día... podría torturarla y darle placer de tantas maneras... pero la perrita estaba tan revoltosa... Suspiró para sus adentros y se arrodilló frente a los pies de Marina, que ya se había cerrado, desafiante y ligeramente enfadada, estando más asustada que enervada.
Empezando un ligero lenguetazo, una confesión a aquella cavidad antes de desparramar el contenido del bote sobre él, no porque estuvieran las intimidades secas cual desierto, si no por el efecto que producía en la piel, de un frío intenso, más allá de un producto que se ha dejado toda la noche a la luz de las estrellas.
Marina se revolvió ante la fresca y heladora sensación que fue acompañada por una ligera presión en su oquedad humedecida. La Ama sacó la lengua, mientras daba pequeños empujoncitos con el consolador a la cueva viviente, contemplando casi fascinada como los propios músculos de tan preciada zona lo terminaban expulsando. Con cuidado y algo de mimo, fue empujando el consolador, oscuridad adentro, haciendo gritar por enésima vez a Marina, ya que el lubricante se había colado en el interior y era algo nuevo y diferente... y no sabía si le gustaba la sensación que le causaba.

Yolanda, utilizando una mano para mover un inquieto consolador en su interior, usó la otra mano para apoyarse en el suelo y, con los dientes, le quitó la mordaza a Marina, para besarla, casi ahogándola con su hálito, con sus labios, declarando la invasión con la lengua, contando los dientes que había dentro de esa boca tan dulce. Al mismo tiempo, sin tener muy claro la perra como lo hizo (y sin revelar Yolanda el secreto), tironeaba también de la vela escondida en unas profundidades sin explorar, como las de los océanos; Marina empujaba con los pies al suelo, arqueando la espalda mientras su Ama se llenaba la boca con sus dulces y sensibles pechos, cuyos pezones se ponían cual picos de montañas heladas. Alternando turnos de entrada y salida entre ambos objetos, sin permiso ni consideración ninguna, Marina empezó a llegar al límite del orgasmo.
A modo de especie de castigo, Yolanda se hizo la promesa de dejarla fatigada a base de fuertes sensaciones como era aquel orgasmo. Maniobrando con más libertad al invadir su boca los otros labios que se suelen pintar de carmín, devoraba el monte de Venus con una avidez insoportable, llenando cada hueco con su presencia.

Ambas perdieron la cuenta de cuantos llegó a tener Marina en los siguientes veinte minutos, pero cuando la perra despertó, estaba en la cama, arropada pero con una ligera incomodidad. Al levantarse, notó como si fuera un tampón, un objeto de gran tamaño que... empezó a vibrar ligeramente, como un gato que se siente a gusto que ronronea.

Yolanda le sonrió sentada en la silla del escritorio.
-Lo llevarás mañana a clase, a modo de castigo por tus impertinencias de hoy.
Marina enrojeció, la Ama se le acercó y brindó a sus secos labios un poco de su saliva, buscando consuelo entre sus manos, buscando una forma de satisfacerse sin llegar a darle a ella nada, sintiéndose castigada más que premiada, pues cierto era que Marina había disfrutado muchísimo más que Yolanda... quería su parte, quería que Marina se vengara, que le hiciera algo que ni a ella misma se le ocurría pensar... pero sabía que, por su naturaleza, ese suceso nunca se llegaría a dar.

¿O tal vez sí?


4 comentarios:

Wilhemina dijo...

Me has dejado sin palabras O.o

Alien de Andromeda dijo...

Wow! Que pedazo de salto entre uno y otro!! Impresionado me has :D

Trinity dijo...

Un buen final abierto para un relato desinhibido :3

Azatoth dijo...

Es una segunda parte bastante intensa.

Muy descriptiva, no he tenido contacto nunca con ningún libro erótico, pero diría que puede estar perfectamente a la altura de cualquier escritor profesional.